Me enteré el otro día que la Policía lingüística de la Generalitat de Catalunya ha estado grabando miles de conversaciones de niños y adolescentes –y de sus monitores- durante su tiempo libre, a ver si predominaba el catalán o el español (castellano) y comprobar si alguna de las dos lenguas, en caso de pequeño conflicto entre los chavales, se imponía a la otra, el catalán al castellano (español) o viceversa.
Es un error hacer desaparecer los vestigios – monumentos, medallones, nombres de calles, músicas u otras manifestaciones artísticas o culturales- de dictaduras pasadas porque es de sentido común que, si nos recuerdan las maldades del pasado, correremos menos riesgo de repetirlas, pero si nos borran toda referencia del pasado ésta pasa a adquirir la categoría de fruta prohibida y, por lo tanto, más deseable.
Algo de eso debió ocurrir durante la denostada dictadura de Franco, que su persecución del catalán y de los varios idiomas vascos, convirtieron a estos idiomas en objetivo político sustentador de esencias patrias o matrias y la consecuencia fue que ambos idiomas, vasco –vascos- y español, catalán, valenciano, mallorquín, menorquín, aranés y fabla se deterioraron mutuamente. O sea, que durante la época de Franco catalanes y vascos aprendieron mal el vasco y el catalán y ahora, informes PISA mediantes, los alumnos de estas comunidades bilingües o plurilingües han perdido muchos puntos en comprensión lectora y expresión escrita. La moraleja es casi evidente: cuanto más presiones a un hablante, sobre todo si es niño o adolescente, más daño cultural le harás y estarás privándole de dominar suficientemente dos lenguas que, siendo dos medios de comunicación, no podrán cumplir bien su función: abrir las mentes de los jóvenes al ancho mundo, porque el mundo es ancho y globalizado, no estrecho y provinciano. Y son amores, el local y el universal, que no se oponen, sino que se complementan para bien del hablante y del ciudadano.
En el párrafo anterior podría haber dicho “del y de la hablante” , o “para bien de la ciudadana y del ciudadano”. Pero no me da la gana porque la imposición del lenguaje inclusivo no me parece justificada pues va, al menos, contra dos leyes lingüísticas: la del ahorro, pues no hace falta repetir femenino y masculino cuando por el contexto se comprende perfectamente que en el masculino plural está esencialmente contenido el femenino; la otra ley atropellada es la de la libertad del hablante, que es el verdadero inventor de la lengua y que no va a dejarse sojuzgar fácilmente por mandatos lingüísticos que no emanan de la autoridad, sino del poder. Autoridad provisional son los padres, hermanos mayores, si los hay, y profesores enrollados y compañeros de colegio y de juegos; autoridad científica es la de las Academias de la Lengua o de la Llengua, cuya función no es imponer, sino más bien reconocer y orientar los usos inventados por los hablantes, unas veces bien y otras mal inventados, o copiados de modas procedentes de otras lenguas más poderosas por más habladas, léase el chino mandarín, el español o el inglés.
De todas maneras conviene ser prudentes y no rebelarse inútilmente contra el poder lingüístico, no sea que a la oenegé o asociación o empresa de tus amores y preferencias la dejen sin subvención por no utilizar el lenguaje inclusivo en sus documentos internos o por no implementar un Plan de Igualdad deshumanizado e irracional. Deshumanizado porque los seres humanos, por ser imagen de Dios –eso decimos los cristianos y judíos- pero ser imagen de Dios cada uno a nuestra manera femenina o masculina, anciana o bebé, somos todos sustancialmente iguales pero esencialmente distintos, porque “el roce con el prójimo hace el cariño”… o, habida cuenta de nuestra imperfección e incompletud, el odio; Dios no lo quiere, pero haberlo haylo. Irracional, porque no tiene en cuenta, no conoce ni reconoce, las diferencias esenciales entre los individuos humanos, necesarias para afirmar la sustancial igualdad humana.
Estas discusiones son consecuencia de la prepotencia de lo “políticamente correcto”, o dicho de otro modo, de la ideología woke procedente de las otrora mejores Universidades anglosajonas y que se caracteriza, entre otros fundamentos, por su odio a la Ciencia y al sentido común, confundiendo sexo con género y cromosomas con “conciencia de identidad”. Dicen que la ideología políticamente correcta está pasando de moda. Puede ser, pero tiene mucho poder, que puede llegar a ser Absoluto en la China Popular mediante la Inteligencia Artificial y las técnicas digitales de reconocimiento facial. Y ya se sabe que el poder tiende a corromper, incluso en las democracias “plenas”, y el poder Absoluto corrompe absolutamente –Lord Acton, historiador católico británico, dixit-. Pero cada cerebro humano, cada mente humana, es enormemente más complejo que todo el sistema mundial de internet. Nuestro cerebro tiene muchas neuronas; unos dicen que cien mil millones, otros que 20 billones y una red de trillones de conexiones neuronales. Todavía hay espacio para la libertad. Y una vez más se demuestra que conseguir la libertad es trabajoso y comprometido, pero posible.
El Evangelio de San Juan, en su prólogo, dice que al principio era El Verbo, o sea el lexema, el semantema, la Palabra con sentido, el Logos. Y en el libro del Génesis dice el autor que, al terminar el sexto día de la Creación, vio Dios que todo estaba muy bien. No se refería a las sinapsis neuronales, más que nada porque a la neurociencia le faltaban veintitantos siglos para abrumarnos con su complejidad. Creo que Dios ya lo sabía, y San Juan así lo sabe, lo siente y lo intuye, pero en esto, como en todo, Dios quiere necesitar de colaboradores: en este caso los científicos. Fe y Ciencia tienen la misma raíz: el Logos. Comparados con esto la ideología woke o lo políticamente correcto son cerebros de hormiga compitiendo con el cerebro humano.
Antonio Matilla, creyente amante de la Ciencia.
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