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Vámonos, inmóviles, de viaje
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Vámonos, inmóviles, de viaje

Actualizado 10/03/2024 13:25
Charo Alonso

Aterriza el heraldo de mis amores en una ciudad inmensa e infinita que se extiende con sus luces más allá de la ventanilla y te preguntas cómo podrá posarse el pájaro de metal y miedos en medio de este caos de calles y de azoteas, de avenidas llenas de coches y de plazas que se trazan con la escuadra y el cartabón de las megalópolis donde no tienen nombre los hombres que las habitan. La Ciudad de México, laguna infinita, es la casa de mis ausencias ahora que no viajo, anclada en la rutina de los pasos y la obligación de ir de un lado a otro arrastrando el deseo del vuelo.

Envío al mercurio que sí vuela, a cumplir los encargos del corazón y de la falta. Porque me faltan todos los que habitan el dulce nombre de la lista del móvil, el correo del corazón, la pantalla que nos reduce y no nos besa. Aquí sentada mientras mi amiga se cubre la cabeza para entrar en la Mezquita de Estambul, dejo resbalar el mechón de pelo que no se asoma al viento del mar santanderino, ni a la tramontana feliz donde vive mi hermana. No viajo, me mantengo quieta a la espera del viaje, pensando en trenes que huelen a carbonilla antigua, a estaciones de tren de azulejos portugueses. Más allá de mi deseo, los pueblos de mi tierra se amontonan tras los campos anegados de lluvia, los charcos de la luz, las dehesas donde pacen aquellos que tampoco viajan más allá de la querencia. Y pienso en el agua quieta de la parcelita de mi padre, marcada por los domingos de encuentro y las ausencias. Acarreamos la comida, la impedimenta y las ganas de vernos mientras pasan los días y el frío nos acoge en casa y en el calor del cuidado. No viajo, no viajamos, no nos sentamos en el café que nos fascina ni vamos a buscar un lugar para comer y descansar la vista de tanta maravilla. No viajo y no tenemos una maleta maltratada donde meter piedras y conchas, donde llevar a la meseta la arena del mar, el recuerdo de una playa en la que no nos bañamos.

Pienso en esa ciudad donde vive la mujer que amor en una casa de naranja y libros amontonados, jardín pequeño y ventanas inmensas para que entre la luz de todas las distancias. Ella tampoco viaja y ahora recorre su perímetro de amor frente a la mesa. Le gustaban los aviones y las conferencias que la llevaban más allá de su casa de Chimalistac, de su iglesita vecina de San Sebastián aseteado. Y allá iba, valija de sí misma, rendida de palabras que verterse fuera. Y ahora que ambas pasamos la vida frente a la pantalla, pensamos, tanto viaje y tanto amor, tanto cariño, tanto corazón atravesado, tanta distancia que no es nada, tanto conocimiento de las cosas, las personas, tanto afecto, tanta, tanto, tanto… y nos las arreglamos, alas del cariño, email de los amores, viajes de los heraldos… dile a Elena cuando llegues que la quiero tanto y tanto…

Charo Alonso.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

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