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Historia de un microondas
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COLES DE BRUSELAS, 76

Historia de un microondas

Actualizado 03/03/2024 07:00

Hace unos días murió el microondas de mi casa, un fiel servidor que nos ha durado treinta años, ahí es nada. Cuando lo compré, yo era una jovenzuela ilusionada con un trabajo nuevo de servidora pública, un país nuevo, nuevos amigos, nueva casa con cocina donde por fin cabía un microondas y una familia por hacer, porque resulta que también me casé aquel año.

Año en el que Luis Roldán se dio a la fuga con una buena porra de millones robados y ocultos, los campesinos de Chiapas estaban en plena revuelta, se inauguró el túnel bajo el Canal de la Mancha y Arafat y Rabin ganaron el premio de la Paz a la vez que Mandela se convertía en presidente de Sudáfrica después de haber pasado treinta años en la cárcel por ser negro. Había cierta esperanza de paz en el mundo, en Viena se había firmado el Acuerdo Internacional de Seguridad Nuclear y la Unión Europea había creado EUROPOL para ofrecer más y mejor seguridad a sus ciudadanos. Madonna estaba en el punto más alto de su carrera y en España vivíamos la resaca del 92 convencidos de ser, ahora sí, un país moderno. Antonio Vega cantaba “El sitio de mi recreo” y nos pasamos el verano bailando “La Macarena”.

Desde entonces, en ese microondas indestructible habré calentado el agua para unos 9.000 tés o cafés (soy relativamente adicta al primero y me gusta aguado el segundo), recalentado unas 8.000 cenas y unas 10.500 comidas de bebé, a razón de dos bebés en casa que comen cosas recalentables durante cuatro o cinco años de sus vidas. Calculo igualmente unos 3.200 biberones y el triple de vasos de leche con prisa mañanera porque se escapa el autobús del colegio. Dejo sin contabilizar las infusiones digestivas o nocturnas, los vasos de leche de los adultos (pocos) las patatas cocidas y los salmones al vapor; las fuentes que recibían un calentón antes de llegar a la mesa y el pan que se nos olvidaba descongelar la noche antes. Si lo ponen todo junto verán que a este microondas habría que darle la medalla del mérito al trabajo con distinción especial y el lazo de Isabel la Católica, si es que aún existe.

Mientras que el bendito microondas funcionaba sin fallarnos ni una sola vez, un hogar de dos pasó a ser de cuatro y a temporadas de cinco o seis. Dos bebés de biberones múltiples se convirtieron en adolescentes e incluso en adultos responsables; perdimos a tres de nuestros cuatro progenitores, cambiamos cuatro veces de coche y dos de lavadora y nevera, pagamos enterita la hipoteca de la casa, dejamos de pagar en francos y pesetas y lo hicimos en euros, nos acostumbramos a la radio por internet y ya no teníamos que sintonizarla cada mañana, desaparecieron el VHS, el DVD los CD y las fotos en papel, y comenzamos a leer las noticias en el teléfono en vez de en el periódico. Por cierto, el teléfono también se convirtió en agenda, ordenador, brújula e incluso libro de cocina, amén de otras muchas y variopintas utilidades que lo han hecho electrodoméstico indispensable, con el inconveniente que dura tres o cuatro años, y no treinta.

En el mundo que ha conocido este microondas que ahora va camino del desguace, ha habido de todo y no todo bueno. Se curan las enfermedades incurables, pero nos viene una pandemia y hay quien dice que se acaba con ella bebiendo lejía. Terminamos con la viruela y el cólera, pero vuelve el sarampión porque la gente no se quiere vacunar; nos inventamos unos coches eléctricos que resulta que, al final contaminan también lo suyo; los árboles ya ni saben cuando es el momento de florecer porque el clima y sus vaivenes los tiene desconcertados y la cantidad de familias con perro ha superado en España a la de familias con niño. Somos más autónomos, interactivos y digitales pero hemos dejado de hacer cosas tan simples como leer, escribir cartas o dar los buenos días por la calle…Lo de la inteligencia artificial lo hablamos otro día, y que conste que soy firme defensora.

En los treinta años de vida útil de este microondas el mundo ha vivido una revolución sin que los revolucionarios sean las personas sino las máquinas. La cuestión es que las máquinas, por ahora, las inventan y las manejan las personas, son cada vez más complejas y quizás llegue el día en el que tomen el mando. Mi nuevo microondas no va a durar treinta años, eso lo tengo claro; y yo probablemente tampoco así que creo que ya he sido testigo de un pedazo interesante de la historia, algo es algo.

Concha Torres

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