Viernes, 04 de octubre de 2024
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Fallas de luto
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Fallas de luto

Actualizado 26/02/2024 07:58
María Jesús Sánchez Oliva

Las fallas de este año, si es que llegan a celebrarse, que es posible que no, no serán unas fallas de alegría, de fuegos de colores y de turistas boquiabiertos ante el fantástico espectáculo, serán unas fallas vestidas de luto debido al pavoroso incendio que el pasado jueves nos sobrecogió tanto a los valencianos como a todos los españoles.

Gran tragedia

Una casa es de las cosas más importantes que podemos tener, lo que a la mayoría de las personas nos cuesta mucho pagar, el museo personal donde vamos guardando nuestros recuerdos a sabiendas de que solo son importantes para nosotros, el lugar donde queremos estar, si estamos mal, y donde queremos volver por bien que estemos cuando estamos fuera de ella, por lo que entendemos, como entendieron todos los valencianos, el drama de las personas que aquella tarde salieron a buscar a sus hijos al colegio, a darle un paseo al perro o a comprar cualquier cosa sin salir del barrio y al volver se encontraron con que su casa había desaparecido del mapa por un fuego que acabó con el edificio a velocidad de rayo. Horror, horror, horror, no hay otra palabra que defina mejor la situación. Imposible salir del trance por sí solas. Afortunadamente, y como no podía ser de otro modo tratándose de trabajadores, contaron con los bomberos y el portero de la finca que arriesgaron su vida por salvar a los vecinos; también con los ciudadanos, que sin que nadie se lo pidiera, corrieron con ropa y otros enseres de urgencia porque se quedaron en la calle y con lo puesto. Las autoridades, como es de costumbre en estos casos, además de los tres días de luto oficial y suspender todos los actos festivos previos a las fallas, se han mostrado muy orgullosas de los profesionales y de los valencianos, se han deshecho en palabras de gratitud, de reconocimiento, de tristeza por los diez muertos, de preocupación por los heridos que se recuperan favorablemente gracias a Dios, y se han comprometido a ayudarles en todo y rápidamente. Esperemos que en lugar de tantos parabienes aprendan de ellos y no se olviden de sus obligaciones, pero para eso habrá que esperar, como habrá que esperar para saber, si es que se llega a saber, que no es fácil, por qué un fuego puede acabar en un instante con un edificio de tan solo veinte años.

Datos que dan miedo

El edificio, de dos bloques unidos, contaba con 14 y 10 plantas respectivamente y 138 pisos en los que vivían 450 personas. Más que un edificio de viviendas, era un municipio a lo alto en lugar de a lo ancho, algo que debería estar prohibido si la accesibilidad, la seguridad y la incomunicación de los ciudadanos les preocuparan tanto a los políticos como predican. Fue construido en los años en los que los pisos se vendían como rosquillas debido a que los bancos ofertaban hipotecas a personas que no fueran solventes y además las animaban a solicitar un préstamo para los muebles, lo que provocó una crisis que se saldó teniendo que rescatar a los bancos con nuestros impuestos y muchos pisos cerrados. Por aquellos días las prisas por construir eran muchas, y los constructores, uña y carne de los políticos. ¿Se utilizaron los materiales adecuados que es donde parece que esté el motivo de la rapidez con la que se propagó el fuego? Los papeles dirán que sí, y si los papeles dicen que sí, es que sí. Y si hay que inventar alguna historia para justificar chanchullos, se inventa y punto, que en eso los expertos no fallan nunca.

Un día de suerte a pesar de todo

Vivir es un riesgo, ya lo sabemos, y nadie puede garantizar nada al cien por cien, pero de los errores sí se puede y se debe aprender a evitar que los daños sean menos. Nos conformaríamos con que se dejaran de construir edificios de tantas plantas. Otra cosa no tendremos, pero pueblos vacíos que se pueden convertir en pequeñas ciudades, muchos. El jueves, aunque parezca un contrasentido, fue un día de suerte porque el incendio empezó a las cinco de la tarde, si se hubiera retrasado tres horas, solo tres horas, cuando muchas personas terminan su jornada laboral, cuando hay que llegar a casa para ayudar a los niños a hacer los deberes, cuando hay que hacerles la cena, ducharlos y meterlos en la cama, cuando quien más y quien menos descansa leyendo un libro o viendo un partido de fútbol, hoy estaríamos llorando por decenas y decenas de familias muertas al completo. Mejor ni pensarlo.

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