A los árboles de la plazuela le han salido las flores blancas de la primavera, el pesado aliento de abejas que zumban, alegría de calor y de promesa. Sin embargo, se impone la realidad y azota el viento las ramas cargadas de pétalos, el agua fría que no llega a nieve, la temperatura que baja mientras te aferras a la chaqueta. Esta primavera promisoria y adelantada que nos hizo sentir el efecto de la alegría se ha ido de un plumazo de viento, como la felicidad o la prosperidad, como el final de los buenos deseos acabado el tiempo navideño. Y nos quedamos al verlas venir, helados con la silla de la terraza recién sacada al sol donde sentarnos a ver pasar la vida desde el balcón de la escritura.
Es este tiempo nuestro raudo en cambios y se deja sentir como una bofetada helada de realidad y guerras que siguen y estallan de nuevo sobre el sustrato de la tristeza, de la falta, de la indignidad y la pobreza. Pasan los días en el oropel de tiendas en rebajas y de promesas de telas ligeras y de repente nos detiene de nuevo el recordatorio de la trinchera cansada, del activista asesinado, de los niños sin refugio a la intemperie de la nada. Es como regresar a la casilla de salida compuestos y sin calor y cobijo, azotados por un viento helado que viene de la tierra de los zares que envían a Siberia a quienes osan contradecir su poder omnipotente como la tontería que sostiene el discurso absurdo de un hombre con el pelo de payaso. La realidad que nos quema casas en las que refugiarnos tras el día largo de trabajo, la que nos recuerda que la tierra no es para el que la trabaja, sino para el que trafica con los frutos de la labor de otros. Un tiempo de protestas y de sentimiento de impunidad y de tristeza ¿Quién roba de lo que es de todos, quién trafica con gentes y con sustancias que nos envenenan? Más allá del plástico que comemos y de la pobreza infantil que se agazapa en las aulas de colegios que asisten a lo que no pueden denunciar con los indicios del horror entrevisto, la primavera parecía alegrar el corazón de los invernales y el frío y sin embargo, poco dura en casa del pobre la ilusión del sol y de la caricia tibia.
Llegará el día del calor y no habrá flores, despachadas en ráfagas de espuma y agua fría. Quizás olvidemos al templar el día, las guerras de los vecinos, la muerte y su codicia. Somos un presente esperanzado y sin embargo, hay días y días en los que dejamos un rastro de escarcha a nuestro paso. Es así este domingo de frío y de vientos que barren las flores demasiado tempranas… las que alegraron el sol de una tarde no tan lejana, las que nos dijeron que sí, que todo era cálido y bueno.
Charo Alonso.
Fotografía Fernando Sánchez Gómez.
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