El escándalo o la corrupción es la actitud o comportamiento que induce al otro a hacer el mal. El que escandaliza o corrompe se convierte en tentador de su prójimo. Atenta contra la virtud y el derecho; y puede ocasionar a su hermano la muerte espiritual. El escándalo constituye una falta grave, si por acción y omisión, arrastra deliberadamente a otro.
El escándalo o corrupción adquiere una gravedad particular según la autoridad de quiénes lo causan o la debilidad de quiénes lo padecen. El escándalo, o la corrupción, es grave cuando está causado por quiénes, por naturaleza o por función, están obligados a enseñar y a educar a otros. El escándalo, o la corrupción, puede estar causado por la ley o por las instituciones, por la moda y por la opinión. Así se hacen culpables de escándalo quiénes crean las leyes, condiciones o estructuras sociales que llevan a la degradación de las costumbres, o a “condicionantes sociales, que voluntaria o involuntariamente, hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana, y por ende ciudadana”.
Lo mismo ha de afirmarse de los que imponen procedimientos que incitan al fraude, de los educadores que exasperan a sus alumnos, o de los políticos y periodistas que manipulan la opinión pública y la desvían de los valores morales y ciudadanos.
El que usa los poderes de que dispone para que arrastren a hacer el mal se hace culpable de escándalo y corrupción, y responsable del mal que directa o indirectamente ha favorecido. Es imposible que no se produzcan escándalos; pero podemos preguntarnos si ¿puede considerarse libre y legal el envenenamiento de las conciencias? El problema de la democracia al que nos enfrentamos hoy en día, ante la vacuidad de los discursos, es que la partitocracia parece que está para decir lo que la gente desea escuchar. Lo que lógicamente es falso en la mayoría de las ocasiones, e incluso impracticable, pero sirve para crear corrientes de opinión y hablar del nosotros y vosotros sin que nos lleve a ninguna solución constructiva.
Como hijos del azar hay que aprender a lidiar con él, ya que los seres humanos no controlamos todo lo que nos sucede, aunque somos bastante dueños de nuestra respuesta ante el destino, normalmente. La manera de comportarnos frente a las circunstancias depende de nosotros, aunque a veces el margen de elección sea mínimo, pero aun así siempre podemos escoger, y siempre podemos decidir en el mejor sentido. Esta opción por ínfima que sea, es lo que nos hace libres dentro del caos. El bien y el mal están allí delante para que decidamos.
Schopenhauer afirmaba en unas de sus obras: “¡Cuán grande habrá de ser la repugnancia de las generaciones futuras que tengan que ocuparse del legado de una época en la que no han regido hombres vivos sino pseudohombres identificados con la opinión pública! Tal vez por ello nuestra época pasará a la posteridad más lejana como uno de los períodos más oscuros y desconocidos, por inhumanos, de la historia”. Tenemos que asumir la responsabilidad sobre nuestra existencia ante nosotros mismos. Nadie puede construir el puente por el que hemos de caminar sobre la corriente de nuestra propia vida, a excepción de nosotros mismos.
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