Desde que Rajoy fue desalojado de La Moncloa -van a cumplirse seis años-, la derecha no ha logrado volver a ocuparla. Ha ganado todas las elecciones, pero el hecho de presentarse dividida no ha servido para conformar una mayoría necesaria. PP y VOX están empeñados en que la situación siga igual y, como parece imposible que terminen fundiéndose en un solo partido, o formando una coalición electoral, seguirá sucediendo lo mismo.
La coalición que nos gobierna se aferra al poder como un recalcitrante okupa y pasará por encima de todos los obstáculos antes de soltar la presa. Todas las líneas rojas que se había marcado el PSOE durante el mandato de Rajoy saltaron por los aires cuando Sánchez no logró los apoyos necesarios. Ahí está la lista de atropellos: a la Constitución, al código, a la justicia, a la gente del campo y, para remate, a la política exterior. Es lo de siempre. Le importa un bledo la unidad de España, la Constitución, la Corona o la independencia de poderes. Ha conseguido que nadie le pare los pies de forma legal porque ha colonizado todas las instancias supremas, y para colmo, se apoya en esa misma democracia que luego desprecia. El momento es muy complicado y la mayoría de españoles, con independencia de sus ideas, lo están advirtiendo. Sánchez también lo sabe; por eso, después del tremendo varapalo de las últimas elecciones municipales y autonómicas, en un intento de sorprender a la oposición, tardó cinco minutos en convocar las generales. Tenía el futuro negrísimo y sólo la incompetencia de la derecha le permitió salvar los muebles, aunque fuera a última hora.
Mientras tanto, esa derecha, enzarzándose en lo suyo: disputas cainitas y, de paso, poniéndoselas a Sánchez como a Fernando VII. Todo lo que sea una derecha enfrentada, supone bajada en el número de escaños de sus integrantes. Lo mismo, pero más acentuado, ha sucedido con los partidos de la izquierda. Ahora que el PSOE pasa por horas bajas, si el PP no hubiera consigue la mayoría necesaria para seguir gobernando en Galicia, cualquiera que fuera el resultado del aspirante socialista a la Xunta, habría supuesto un respiro para el sanchismo. Todos los medios abrirían con la noticia del fracaso de la derecha.
Ya se sabe que en campaña electoral se suele pasar por encima de la compostura y la pulcritud si con ello se perjudica a la oposición. Basta tergiversar una declaración, o propalar un bulo para conseguir que algunos miles de votantes puedan cambiar de papeleta a última hora. Votos que, con frecuencia, inclinan la balanza del gobierno de un platillo al otro.
Cuanto más próxima está la fecha de los comicios, mayor es la intensidad de las campañas, sobre todo en aquellas formaciones cuyos pronósticos son más pesimistas. No cabe duda que quien gobierna tiene mejores posibilidades de contar con el apoyo de los medios de comunicación más afines. En nuestro caso, un bando vence al otro por goleada. No obstante, hay que reconocer, de siempre, la mayor habilidad, o el mayor arrojo, de la izquierda a la hora de exprimir todas las posibilidades. Obsérvense detenidamente las ruedas de prensa o los noticiarios posteriores a cualquier consejo de ministros –o declaraciones de alguno de ellos- para ver el alarde de decisiones de última hora -que pocas veces se llevan a cabo- y la cartelería alusiva al tema. En el mercado de la política, lo que no se expone no se vende.
La derecha deberá cambiar de táctica si de verdad quiere reconducir la deriva que está tomando España. Unas veces por defecto y otras por exceso, siempre surge el clásico “metepatas” que suelta la gansada de turno para dar gasolina al oponente. Ya no valen las disculpas de siempre (“Se han sacado las palabras de contexto”, “Son opiniones a título personal, o privado” etc.) Quien no esté preparado para hacer declaraciones, que tenga la boca cerrada. Es cierto que algunos miembros del gobierno padecen la misma enfermedad, pero lo hacen subidos ya al pedestal del poder y, por añadidura, suelen camuflar mejor sus meteduras de pata.
¿Tan distintos son los programas de la derecha como para no coincidir en algo? Algo que es posible en otras democracias, aquí parece sorprender. Nos pasamos, por progres o por pardillos. Mayores diferencias separan a los partidos de la izquierda –y a los independentistas- y no tienen reparos en unirse para gobernar a su antojo. Basta manejar las bambalinas con mayor pillería que la derecha para olvidarse de las diferencias y montar un “totum revolutum”, enmascarado bajo un falso progresismo, para sumar los votos que los lleven a las parcelas del poder. Se rasgan las vestiduras –sólo durante la campaña- para, a continuación, sentarse a la mesa como si nada hubiera pasado. Después del batacazo de ayer, derrotado y acorralado por el secesionismo, Sánchez es mucho más peligroso. Ahora, más que nunca, la derecha debe presentarse unida contra todos los intentos de bordear la ley.
No ha faltado tanto para que la “jugada” se repitiera en Galicia. Con Sánchez en La Moncloa se ha dado un hecho contrastado: los partidos que más han crecido en votos siempre han sido los independentistas. El BGN es el último ejemplo. Tanto PP como PSOE han visto disminuir sus fuerzas. No obstante, el aspirante del PP, a pesar de ser el “sustituto” de Feijóo, y llevar dos años en el cargo, ha conseguido su primera mayoría absoluta. Al final, los pellets de plástico y el traspiés de Feijóo han pesado menos que la ley de la amnistía. Se ha demostrado que no es fácil engañar a los gallegos Como sucede en el fútbol, quien desaprovecha las ocasiones, acaba derrotado. La derecha no debe olvidar la lección. De lo contrario habrá que ir pidiendo responsabilidades.
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