Jueves, 12 de diciembre de 2024
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El sentido del humor “se subió al cielo”
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El sentido del humor “se subió al cielo”

Actualizado 13/02/2024 07:59
Francisco Delgado

En el capítulo 2º de “Lazarillo de Tormes” el protagonista empieza como ayudante o criado de un cura párroco en el pueblo toledano de Maqueda; este cura es tan egoísta que Lazarillo teme morir de hambre, pues su amo no le da nada de comer. El autor expresa la ausencia completa de caridad en la vida social de ese tiempo escribiendo: “la caridad se subió al cielo”.

En el presente, y desde hace más de una década en España podemos también afirmar: “el sentido del humor se subió al cielo”.

A una sociedad que le falta el humor se le puede diagnosticar o describir lo mismo que a un individuo sin humor: depresivo, malhumorado, rígido, obsesivo, antipático, poco inteligente, individualista acérrimo, enfermizo, etc.

El pueblo español ha sido tradicionalmente un pueblo en general alegre, con un peculiar sentido del humor que aparecía en obras teatrales, películas, algunos programas de TV, literatura costumbrista, cafés con actuaciones, y presente con frecuencia en la vida cotidiana. De hecho, el libro citado “Lazarillo de Tormes”, junto con “La Celestina” esa grandiosa tragicomedia anterior a Lazarillo, son dos ejemplos de gran literatura, en la que el humor nunca desaparece en medio de escenas tristes, dolorosas, incluso trágicas.

¿Qué ha pasado para que poco a poco ese humor haya ido desapareciendo de nuestra vida pública? Seguramente el lector coincidirá conmigo en que últimamente es difícil encontrar una situación de la vida diaria resuelta con humor; tan difícil como encontrar una película, una obra teatral, una serie televisiva o una conversación entre amigos impregnada de humor. Y más difícil aún encontrar humor en situaciones oficiales, como dentro de las discusiones del Parlamento, o en los discursos de los líderes de los partidos políticos: ahí, el estado de crónica crispación y violencia verbal ha ahogado el humor.

Ocurre, como sin ser muy conscientes de ello, estuvieran nuestros ánimos habitados por tantos problemas al parecer irresolubles, posibles desgracias, o incluso catástrofes planetarias, que el humor se hubiera escondido o desaparecido para siempre de nuestros circuitos neuronales.

El que lo busque o quiera expresarlo, tiene que ir a contracorriente, o buscarlo como aquellos buscadores de oro en las frías aguas de algunos ríos.

Hace un par de días, para contrarrestar el frío atmosférico de la tarde del domingo carnavalesco, disfrutaba con dos amigos de unas tazas de chocolate bien caliente; nuestra amiga comenzó a contarnos las “penalidades” que había vivido el día anterior, sábado de Carnaval, llevando a su hijo a una fiesta escolar hasta un pueblo cercano a Salamanca; anunciado el título de su relato nos temíamos lo peor para poner unas gotas de humor o alegría a nuestro chocolate. Y sin embargo, en cuanto comenzó a narrarnos las “desventuras” de esa tarde del sábado (en la que unos minutos nevaba, los siguientes salía el sol, y los siguientes un viento frío congelaba los sorprendidos cuerpos), mientras madre e hijo buscaban un autobús que les llevara a esa meca de carnaval infantil, comenzamos a reírnos los tres imaginándonos la larga cadena de dificultades, sorpresas callejeras y disparatada organización de una fiesta infantil de ese Carnaval, narrado, de tal modo que el anunciado relato penoso de aburrido domingo se iba convirtiendo decisivamente en un magnífico y divertido cuento de anécdotas esperpénticas, que enlazaba muy dignamente con la mejor prosa cervantina o picaresca de nuestra literatura. Nuestra amiga, ayudada por su hijo, había encontrado espontáneamente ese punto común que une la pequeña tragedia y la comedia de nuestras vidas cotidianas, en las que especularmente nos reconocemos todos y en las que la risa y el humor nacen a borbotones, sabiendo que ya han pasado las “desgracias”, pero que en cualquier momento pueden volver a repetirse esos fragmentos de tragicomedias, fuentes de este “valle de lágrimas” y de ese humor que nos hace únicos entre todas las especies.

Y actualmente también nos convierte en raros poseedores de la chispa que surge de la vida, para calentarla y para hacernos sentir unidos y semejantes; solo a los que dejamos que la espontaneidad nos lleve a convertir la frustración diaria en fuente de placer narrador y risa contagiosa y curadora de fantasmáticos males.

Es necesario recuperar esa capacidad de humor, que solo él, (además de unas mínimas condiciones dignas de vida), nos puede hacer subir peldaños en el ranking de la frágil felicidad humana.

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