La tarde se muestra blanquecina en este cálido invierno, con un sol sin fuerza que no sabe si irse a dormir o seguir otro rato envuelto entre gasas.
Mis pasos me llevan hacia la presentación de un libro y de una autora de los que no sé nada, y camino disfrutando de la sorpresa que, a buen seguro, me ofrecerá la posibilidad de abandonarme en manos de esa charla, de adentrarme en el proceso y el contenido, hasta donde se pueda contar, de tal relato.
Me gusta acercarme a las cosas con alma de niño. Beberme cada palabra. Dejarme amasar por el rato. Que lo que hago me impregne. Sólo así, con esa actitud que siempre he mantenido en el tiempo, se logra que nada pase de largo y las cosas dejen huella en nosotros. Sólo así se nos acercan otros mundos y dejan su rastro, el que sea, para llevarlo siempre en nuestro ADN, o dejarlo ir, si así fuera necesario. Sólo así he sabido aprender: Abandonando mi mente a la belleza que encuentro en el bello camino de la vida.
Al llegar, buscando sitio, coincido con alguien que me lee fielmente desde el inicio, que me abraza con ganas, que me sonríe siempre con tanto colorido, que me envía tan bonitos comentarios que me animan a seguir. Que me dice, sin caber más ilusión, te he traído una cosa.
Y allí, ofrenda admirable, aparece, preciosa, enhiesta, lozana, fresca, olorosa, suave terciopelo, una rosa roja rodeada de verde, rodeada de esferas blancas, envuelta en cariño, pétalos perfectos, sabor a unión de corazones justo en ese lugar en el que las palabras hacen florecer todas las vivencias, todos los anhelos, todos los sentimientos.
Por la noche, colocándola con todo mi amor lleno de gratitud en el florero, echándole agua como si la regara con mi propia vida, recordaba sus sentencias como gotas de rocío posadas en mi corazón: Por tu sensibilidad y por escribir con tanta poesía.
Mi alma, agradecida, hace resonar esas palabras, eco que me abriga en mi descanso, y el día amanece acompañado, y tira, sin querer, eslabón tras eslabón, de tantos recuerdos que se acumulan en mí desde que escribo.
Todos los comentarios que han sido mi compañía desde que empecé a publicar esta columna que me sostiene, como la llamo a menudo.
Las expresiones de los rostros de las personas que asistís a mis lecturas, vuestras frases al terminar cada acto, experiencias únicas, exclusivas, llenas, explosión de energía que nos reconforta mutuamente, todo lo que se pone se devuelve tan aumentado que no tengo suficientes expresiones para agradecer vuestra fidelidad.
Aún resuena en mí, la disfruto cada día, mi última lectura este último verano en Andalucía, la quinta en mi historia, entre los gruesos muros de ese precioso edificio del S. XVIII que me prometió repetir tan maravilloso encuentro, y yo soy tan fiel a mi palabra que cuento los meses que faltan para volver.
También hierve dentro mi próxima lectura en primavera para reinaugurar el rincón de mis relatos al que, por cierto, se llevó de un plumazo la pandemia, en esa Biblioteca de brazos abiertos en la que siempre me siento como en casa.
Hace tiempo, el 16 de Noviembre de 2018, celebraba con las personas que me leen mi artículo número treinta, titulado “Hilos de amistad”, agradeciendo un regalo que me hizo con sus propias manos una lectora: una mantita de ganchillo para escribir, me dijo, y desde entonces tan amoroso y colorido detalle acompasa mis satisfacciones e insomnios, mis deseos e inquietudes en este delirio de querer bordar palabras que es para mí la escritura.
Hoy, acariciada además por esta flor, celebramos juntos 284 artículos, con la fragancia vaporosa de esta rosa que alimenta mis sueños. Y estoy infinitamente agradecida a vuestra compañía.
Mercedes Sánchez
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