No tengo referencias temporales para averiguar cuándo sentí que había más verdad de lo que parecía en la ficción. Supe que una experiencia exacta había sido plasmada en un medio con mayor o menor acierto, con mayor o menor ficción, cuando la confundía con realidades propias. Es aquí donde cojo un hilo rojo y busco una serie de sensaciones inconexas. Guío la mano inexperta buscando la unión de los puntos. Aquí hay un sentimiento real. Aquí hay un anhelo. Aquí hay más que un relato. Como en el cine negro que suelo rechazar.
Estoy pensado en aquellos autores de todos los ámbitos que han tomado su experiencia personal y la han ficcionalizado. Algunos toman un pequeño extracto de sus vidas, depositan nombres reales en personajes despiadados como si eligiesen la denominación del próximo huracán. Otros son más audaces, una conversación completa que desencadena un poema. Existen aquellos que vierten lágrimas reales por un suceso imaginario. También presenciamos la encarnación de una idea real en una vida ficticia. Y a partir de aquí todo es un degradado de sensaciones donde se hace indistinguible qué es lo sentido y qué es lo presenciado. Hablo de un “basado en hechos reales” críptico. No he venido aquí, a la página blanca del Word, a criticar este uso caprichoso, arbitrario e incluso egoísta de la vivencia. Mi objetivo es poner de relieve el gusto por la compasión, por el desahogo, por la reapropiación de la vivencia y por la reescritura del recuerdo.
Al despojarse de un extracto vital y dejarlo a la intemperie de la narrativa, el creador se expone a la reinterpretación de éste bajo miradas sin contexto. Y yo quiero que se entienda como un sacrificio, como una ofrenda. Jonás arrojado por la borda para la calmar la ira de Yahveh. Jonás devorado por una ballena. Jonás vomitado a los tres días y arrastrado por las corrientes hasta la orilla. Aquí juro que no he colocado esa palabra por adornar mi pobre retórica, sino que pertenece a una realidad cada vez más lejana, cada vez más extraña. Más ajena porque la he perdido al intentar ahogarla. Qué fue de aquellos tres días en las entrañas del monstruo. No fueron solo plegarias, también hubo disputas internas por los recuerdos, por el deseo de apropiarse ellos. Digo “sobrevivir a pesar de la palabra, de la calma”, cuando quiero decir “utilizarlas para mi verdad”. Por eso el ejercicio, por pura necesidad de evitar el olvido. Por eso tomar lo vivido, para enfrentarlo de cerca. Para desgajar aquel comentario, para entender los gestos que lo acompañaban y el contexto donde nació. Para sentir lo efímero en algo consistente. Y para compadecerse de una pérdida al regalarla. Sí, el uso de la vivencia propia para la creación es un acto de valentía y no de comodidad.
Ahora cojo el hilo rojo y saco conclusiones precipitadas. He sido los versos que hablaban de la “palabra precisa” y la “mirada constante” en la voz de una persona que no quería ni sabía hablar con palabras propias. Qué triste, debí reescribir esta ficción.
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