, 05 de mayo de 2024
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Iñaki y la tractorada
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Iñaki y la tractorada

Actualizado 08/02/2024 08:30
Antonio Matilla

Ayer enterramos a Iñaki González. Demasiado joven. Llevaba tantas piedras en la mochila que la vida se le cansó y le abandonó. Mucha gente intentó aligerarle algunas de las piedras, empezando por su octogenaria madre y sus hermanas y el Centro de Día de Cáritas y el Hogar de acogida “Padre Damián” y, cuando ya estaba más enfermo, la “Casa de Samuel”, pero no hemos sido capaces; le hemos ayudado a llevar la carga de la vida durante años, pero no ha podido ser.

Iñaki González tenía alma de artista y desarrolló un estilo muy suyo, muy característica, él lo definía como simbolista. Yo no sé, los expertos en Arte podrán decir con más criterio. Lo que sé es que sus dibujos me gustaban y el rostro de Cristo que nos regaló para el despacho parroquial y que le costó seis meses de darle vueltas a la cabeza y al corazón, es un retrato abstracto del mismo Iñaki sufriente; o de otra manera, era Jesucristo sufriendo en la cruz, con rostro abstracto de Iñaki, porque los que sufren son iconos vivientes de Jesucristo. Cuando pasees por la Rúa, amable lector, párate un momento ante el mural que Iñaki pintó cerca de la farmacia y hónrale; también puedes hacerlo contemplando su escultura en hierro en medio del pequeño parque que está frente a la Estación de Autobuses.

Iñaki ha sido uno de los muchos desafíos vivientes que se nos plantean a cada uno de nosotros, a la Iglesia, a las instituciones sociales y al mismo Estado. El desafío que plantean un enfermo terminal, un anciano, una persona con discapacidad –creo que ahora se dice así-, un drogodependiente de largo historial, una persona a la que el Mercado ha dejado en la cuneta del fracaso, o los millones de personas que ven la riqueza y el bienestar de lejos, pero que ellos no pueden alcanzar ni en patera…, o los millones que buscan refugio acosados por guerras que ellos no han declarado… el desafío es seguir apostando por la dignidad de esas personas o descartarlas por su falta de rentabilidad y su fracaso. En el caso de Iñaki, aunque todos hayamos tenido fallos, creo que ha prevalecido la defensa activa de su dignidad personal. Estos casos son los que definen si somos humanos o no. Iñaki y todos los demás citados o aludidos nos emplazan cara a cara con la esencia humana, porque la esencia es el límite y sospecho que muchas veces no estamos dispuestos –ni cada ciudadano, ni el Estado en todas sus manifestaciones, ni las estructuras sociales y políticas supranacionales, como la UE o la ONU, o eso tan abstracto pero tan real que se dice llamar “Mercado”- a defender la dignidad de estas personas hasta el límite.

A Iñaki se le cansó la vida, pero los agricultores y ganaderos y pescadores –mujeres y hombres del campo y el mar- de toda Europa se han cansado y, de momento, están colapsando con sus tractores las carreteras e incluso las calles, que hoy me ha costado muchos minutos poder atravesar el paso de peatones del Paseo de San Vicente.

1Están cansados y tienen razones para estarlo. Aparte de los rifirrafes continuos entre ellos y “el Mercado” por los precios y el desigual reparto de los beneficios, hay otras razones, en mi opinión, más de fondo:

- Están cansados de la demonización que sufren: que si contribuyen al cambio climático con el uso de energías fósiles -el gasoil, vaya-; que si nos están envenenando con pesticidas; que si se están cargando la ecología. La realidad es la contraria: son ellos quienes mejor conocen el campo y quienes más lo cuidan y protegen; han hecho un enorme esfuerzo de adaptación y de puesta al día tecnológica y no se les reconoce; aman el campo y la Naturaleza porque lo han mamado y porque es su medio de vida, pero se sienten incomprendidos y hasta despreciados.

- Están hartos de burocracia. La gente del campo sospecha que los funcionarios de la Unión Europea y del Ministerio de Agricultura son un inmenso ejército de burócratas, casi todos urbanitas, o fugados del mundo rural, cuya función principal es competir entre ellos a ver quién consigue ponerles las cosas –el papeleo, aunque sea digital- más difíciles. Se quejan de que la jornada laboral solo se termina una hora o dos después del trabajo para rellenar formularios y documentos cuya utilidad es dudosa, por no decir completamente inútil. No desprecian la burocracia en sí misma, al contrario, pueden considerarla incluso necesaria. Se quejan de su hipertrofia desaforada, que la convierte, de hecho, en una tortura gratuita. Y es que los euroburócratas, en lugar de esforzarse por simplificar y aligerar los procedimientos, los complican. Unas quejas similares tienen los maestros, que despilfarran su energía en rellenar papeles en lugar de dedicarse de lleno a enseñar y educar a los niños.

- Se quejan, en general, de la falta de respeto a los que se ganan la vida en el campo, en los bosques y en el mar y en las industrias agroalimentarias, como si fueran ciudadanos de segunda, cuando es lo cierto que tuvieron y tienen un comportamiento solidario y eficiente durante la pandemia y con ocasión de las catástrofes naturales o provocadas, léase incendios. No se sienten valorados ni reconocidos y sienten pisoteada su dignidad. Parafraseando a James Carville, estratega de la campaña electoral de Bill Clinton, podríamos finalizar diciendo: “es la ciudadanía del campo, estúpido. Respétala”.

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