Sábado, 27 de abril de 2024
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El joven americano que visitó Salamanca en 1972
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por juan fernández

El joven americano que visitó Salamanca en 1972

Actualizado 07/02/2024 10:45
Redacción

A día de hoy aún busca a sus amigos

Corría el año 1972, en ese año Ceylan pasaba a llamarse Sri Lanka, en Estados Unidos se registra ilegalmente el hotel Watergate, y en Islandia “Bobby” Fischer y Boris Spassky competían por el Campeonato del Mundo de Ajedrez, mientras sus países, EEUU y la URSS respectivamente, calentaban sus misiles nucleares. Pero en España todo seguía como siempre, y aquí es cuando aparece nuestro protagonista.

Nuestro protagonista, un señor jubilado americano al que nos referiremos como Peter Green, al que conocí hace algún tiempo en una clase de español y que tras contarme su historia supe que debía ser escrita. Pero volvemos al tema.

Como he dicho, era el año 1972, y Peter Green llegaba a España. Peter era un joven estadounidense, y tras haber estado ahorrando en su país decidió venir a Europa a aprender algo nuevo y escapar del mundo de la droga que arrasaba California. Así llegó a España, país del que se enamoró.

Aquí su aventura empezó en Bilbao, y el plan era ir luego a Santander, pero por error o por destino compró mal los billetes de bus y acabó llegando a Salamanca. Recordemos que en esta época no había Google Translate, y lo más parecido era su libro de “Español rápido” que había comprado antes de venir.

Así llegó a Salamanca, nuestra ciudad, y el epicentro de su estancia. Él no tenía todavía hogar fijo, estaba haciendo un viaje y se iba quedando donde podía. Y esta vez en Salamanca no se quedó mucho, ya que conoció a un español que hablaba inglés que le propuso ir a Ibiza con él y de camino podrían pasar por la zapatería donde Francisco Franco compraba las botas. Vamos, lo normal. Al final a Ibiza no fue, pero sí que compró sus nuevas botas, y acabó volviendo a Salamanca, donde decidió instalarse.

La ciudad le gustó, decía que solo tenía la universidad y buen ambiente. La recuerda con nostalgia, y nos cuenta “Era como una aldea, con una universidad preservada”.

En esta época en Salamanca no había casi extranjeros, los turistas se iban al Sur dónde había playa, y en Salamanca recuerda que habría unos 10 extranjeros. Los otros estaban estudiando aquí. Él no. En nuestra conversación usó el término “vago con dinero”.

Tras las risas me explica que él tenía mucho dinero gracias a la fuerza del dólar y a la tasa de cambio. Me cuenta que antes de su viaje había estado trabajando en Estados Unidos para ahorrar, y para la época no ganaba mucho dinero allí, me dice que unos 700 u 800 dolores al mes, pero indica “un coche Volkswagen nuevo costaba unos 1600$ , el dólar era muy fuerte”. Para entender mejor esos disparatados precios: en Madrid se quedó en una pensión en pleno centro con habitación propia por lo que para él, al cambio, era 1 dólar por noche.

También recuerda, con añoro, lo que ahora es tan simple como ir al cajero y sacar dinero, en aquella época para sacar dinero tenía que enviar documentos a través del banco en España, para que se los autorizaran en America y le enviaran su dinero a ese mismo banco.

Estos ahorros le durarían 2 años, tiempo en el que viajó por toda España, y cuando estaba en Salamanca, Peter pasaba sus mañanas estudiando español y luego hacía su descanso tomando un café en el Mesón Cervantes, por lo que para él en ese momento eran, al cambio, 10 centimos de dólar.

Las tardes era aún más amenas, hizo amigos en la ciudad y casi todos los días se iban a tomar vinos y comer las tapas gratis que acompañaban las copas. Siempre discutían por ver quién pagaba, y al final del día cada uno había pagado una ronda. Todo esto acaba siempre a las 10, hora a la que volvía todo el mundo a casa. Menciona también con nostalgia, aunque a lo mejor de esto un poco menos, “fumábamos más de lo que comíamos”. Él empezó a fumar allí, en esa época nos dice que fumaba todo el mundo.

Con sus amigos (y cuenta con tristeza que al irse perdió el contacto ya que perdió su agenda. Si a alguien esta historia le resulta familiar no duden en contactar con el escritor) vivió numerosas aventuras, que iban desde ir a la discoteca a las 7 a bailar hasta viajar a Portugal. Este viaje lo recuerda con risas, ya que él era “ilegal”, su visado le permitía quedarse solo unos meses, pero él se quedó 2 años, así que tenía miedo de que no le dejaran volver a entrar en España si salía.

Todo fue bien, en la frontera al ver que era americano dice que ni le miraron el pasaporte. Este viaje a Peter también le hizo reflexionar. Allí no hablaba mucho de política con la gente, y nunca quería contradecirles, aunque claro, era una conversación que salía fácilmente en aquellos tiempos de la dictadura. A algunos de sus amigos no les importaba no poder votar, le decían “tú podrás votar pero nosotros podemos andar de noche por la calle a solas”.

Y era cierto, para él Salamanca era muy segura, podía andar tranquilamente a cualquier hora de la noche, en una época en la que Nueva York se estaba volviendo un nido de delincuencia. Claramente no todo el mundo opinaba así. En Barcelona, en la parte baja del Casco Antiguo, donde todo eran “putas y marineros”, un hombre, de unos 60 años, que le quería explicar lo horrible que era el gobierno, le llevó primero a un sitio seguro, donde no había nadie alrededor, para poder echar pestes del Generalísimo. También se acuerda de un joven que en uno de sus viajes le invitó a dormir a su casa, y que le contó que había estado en la cárcel por criticar al régimen.

Dos años después de llegar a España le llegó la hora de irse, se habían acabado sus ahorros y necesitaba volver a América. En el aeropuerto, casi se confunde de avión, y en el último momento tuvieron que sacarle y entró a su correspondiente avión tras cruzar andando la pista de aterrizaje. Esta vez el destino no le ayudó a quedarse en Salamanca.

Ese vuelo nos cuenta que fue como una fiesta, estaba lleno de jóvenes españoles y todos iban bebiendo y fumando. Y con ese final, que sintetizaba a la perfección toda su aventura en España, Peter Green volvió a Estados Unidos. Sólo le quedaban sus últimos 50 dólares en el bolsillo, que allí poco le durarían, y un sin fin de historias en el corazón, las cuales le acompañarían toda la vida.

Juan Fernández