“Quien sabe no habla, quien habla no sabe”
TAO-TE-KING
“¿Qué arco habrá arrojado en esta saeta/ que soy? ¿Qué cumbre puede ser la meta?”
J. L. BORGES
En la madurez de la vida surge de una manera más profunda la pregunta por el sentido de la existencia. Hemos recorrido muchos caminos y fronteras, se han hecho realidad muchas ilusiones y desilusiones, hemos culminado muchos proyectos y otros están por realizar o nunca se llevarán a cabo. Hemos visto morir a los padres y amigos, poco a poco nuestro cuerpo y espíritu se debilitan y experimentamos la conciencia límite del final de esta existencia terrena. Soy consciente del peso del mal en el mundo y en la historia, no tengo respuestas para ese enigma, sólo preguntas. He experimentado el silencio de Dios, de la impotencia de Dios ante la opresión de los pobres y el dolor de los inocentes y víctimas. Sé que Dios no tiene manos, pero estamos en sus manos, su amor nos envuelve y tengo la conciencia que está en nosotros y con nosotros. Es una esperanza más allá de toda esperanza.
El pensamiento y el sentido se despierta en nosotros debido a que somos proyectados en la existencia y tenemos conciencia de ese ser proyectado, con toda nuestra carga vital. Si nos planteamos la pregunta por el sentido es que somos conscientes de nuestra finitud, somos ser y tiempo, y nos damos cuenta de que no hay retorno posible, el ser histórico muere, pero queda esa chispa de esperanza y eternidad que transita por el cuerpo y el espíritu, buscando esa liberación definitiva. Pero poder preguntar significa poder esperar, incluso la vida eterna (M. Heidegger)
Vivimos en el tiempo, pero el tiempo no nos pertenece. Nuestra historia se trenza en una cadena de experiencias, de encuentros, de vida, de esperanzas, de sobresaltos, que nos van formando nuestra existencia. El tiempo que se vive desde el sentido no se pierde nunca, supone esfuerzo, pero también da buenos frutos, ilusión y felicidad. Sabemos que los años se viven para irse definitivamente, no los atesoramos como el oro en una caja fuerte, pero nos queda una ristra de experiencias que nos sirven para afrontar con una cierta sabiduría el futuro.
La pregunta por el sentido debe descansar siempre en la espera y en la esperanza, hacia dónde vamos y nos dirigimos. Ese ser que soy yo se despliega en el sustrato de todo lo que me acontece, incluso en la fractura de la continuidad de las cosas. En las desilusiones, frustraciones, enfermedades o la muerte de seres queridos la vida puede reventar el malecón de la racionalidad, y todo se oscurece en el amargo sabor de lo absurdo. Pero también surgen luces y, sobre todo, la pregunta: ¿qué sentido tiene esas fracturas y acontecimientos?, iluminando las entrañas más profundas de nuestra existencia. Nos recordaba E. Fromm “La esperanza es un estado de ánimo, una forma de ser. Una disposición interna, un intenso estar listo para actuar”
Esas dificultades de la vida es lo que nos hace estar pegados a la tierra, apegados al humus de nuestra humanidad, pero abiertos a una fuerte espiritualidad para captar todo lo que se nos comunica. Puede que sea necesario ampliar el ámbito de visión: “Un barco no debería navegar con una sola ancla, ni una vida con una sola esperanza” (Epícteto). Cuando percibimos el límite, nos damos cuenta de que no somos autosuficientes, de nuestra naturaleza frágil y del tiempo limitado. Una vez que eliges la esperanza, cualquier cosa es posible.
Una canción de Leonard Cohen nos recordaba: “Hay una grieta en todo, así es como entra la luz”. La experiencia del misterio ocurre en el corazón de lo cotidiano, antesala de la espiritualidad de la vida. Esto nos hace abrirnos a otras realidades que no somos nosotros mismos, a poder amar, a confiar a dar sentido a todo aquello que la vida nos ofrece. Porque toda esperanza, supone transcender, es encontrar el sentido de lo que vivimos y esperamos.
El sentido de la vida puede estar en la belleza que podemos saborear en el curso de nuestra vida. Tiene sentido vivir porque en el mundo hay belleza. La belleza nos alimenta el anhelo de ir más allá de sí, rebelándose contra los límites de la existencia. La belleza y el arte es un medio privilegiado para la fusión entre el individuo y el todo, para la unión entre lo cósmico, lo social y religioso. La belleza es consustancial a la vida y forma parte de la esencia de lo que somos. Los grandes poetas y pensadores ven una relación profunda entre la belleza y la espiritualidad, como un cierto aire de familia.
Como nos recuerda mi amigo Miguel Ángel Mesa Bouzas, la espiritualidad impregna todo lo que somos, todo lo que vivimos, los vínculos que establecemos, el sentido que damos a cada acto o cada mirada que recibimos o buscamos. No podemos reducir lo espiritual a lo religioso. Evoca un lazo, un vínculo fundamental con otra realidad que, de modo misterioso, se da a conocer al ser humano. La espiritualidad en la búsqueda de sentido abarca toda nuestra vida y las actitudes que tomamos ante ella: el agradecimiento, la amistad, el compromiso, la caricia, la comunidad, el trabajo, el diálogo, el cuidado, el sufrimiento, la solidaridad, la inmigración, la fe, el perdón, el silencio, la oración, el misterio o la utopía. La necesidad de sentido no es de orden material, social, intelectual o emocional, brota de las profundidades de cada persona, de la última estancia de su castillo interior.
La fuerza espiritual del ser humano, no se conforma con pequeñas respuestas, necesita saber que se esconde en la tramoya del cosmos. Preguntarse por el sentido de la vida es adentrarse en el laberinto del misterio, abrazar el silencio y aprender de la sencillez del mundo. La búsqueda de sentido es acoger todas las cosas como nos vienen, adquiriendo esos valores que nos ayudan a mejorar y a crecer, a sentirnos mejor con nosotros y con el otro, solidarizándonos en el dolor, la necesidad o la soledad del prójimo. Para ello es necesario escuchar y contemplar en el silencio para iluminar con su sabiduría. Desde el silencio sabemos que la vida se ve plenamente consumada más allá de la muerte. En la noche dichosa, / en secreto, que nadie me veía / ni yo miraba cosa, / sin otra luz ni guía / sino la que en el corazón ardía (San Juan de la Cruz). No tenemos certezas, pero es legítimo creerlo y poner todo nuestro peso en la esperanza, sabemos que el esfuerzo no será en vano.
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