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¿Por qué me he alejado de mi Iglesia Diocesana?
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¿Por qué me he alejado de mi Iglesia Diocesana?

Actualizado 31/01/2024 07:50
Juan Antonio Mateos Pérez

“Dios no murió. Se transformó en dinero”

GIORGIO AGAMBEN

“Soy obispo para vosotros, pero fundamentalmente soy cristiano con vosotros; discípulo con vosotros, servidor con vosotros, pecador con vosotros, golpeando mi pecho como vosotros”

SAN AGUSTÍN

Escribo estas palabras con mucha tristeza, dolor y no poca impotencia, pero era necesario redactarlas, con lágrimas y desde el corazón como dirigidas a Dios en un momento de silencio y oración. A veces el silencio obstaculiza el libre fluir de las emociones y bloquea la palabra y el pensamiento, pero como una figura de dos caras, detrás de la tristeza rezuma armonía y paz. Llevamos un tiempo dando vueltas sobre la sinodalidad en la Iglesia, se quieren escuchar diferentes voces, pero me temo que no será suficiente para salir del fuerte “invierno eclesial” en el que estamos inmersos. Una crisis que no se le escapa a nadie.

La sociedad se está transformando de una forma acelerada y la Iglesia, paralizada por el peso de los años, la fuerte jerarquización, las arrugas de los escándalos de poder y sexuales, el miedo al asociacionismo femenino que reducen a la mujer a una mera ideología, el papel de los laicos como actores secundarios o el fuerte clericalismo, hacen que todo el aparato institucional está viviendo horas bajas. La Iglesia no sabe ni tiene coraje para transformar tanta mediocridad acumulada y no es capaz de navegar en los mares de la historia actual. Para mí ha perdido la capacidad de amar, de profecía y de transformación del mundo, hoy no tiene nada que decirnos. Me da pena y se acumula una fuerte decepción en el corazón, a pesar de todo todavía mantenemos la fe y nos abrazamos a ese Dios de la misericordia y del amor.

La Iglesia sabe, así lo meditó en el Concilio Vaticano II, de la necesidad una continua renovación, en cuanto a la institución terrena y humana. No sólo de la organización eclesial y adaptarla a un mundo cambiante, sino de una purificación, renovación y conversión necesaria y urgente, ya que lleva en su propio seno a pecadores que dejan su huella en la organización eclesial. Una Iglesia que tiene todavía rasgos medievales en muchas de sus organizaciones, no sirve ni para asentarse en el mundo actual, para acoger las diferentes realidades, ni para transmitir el evangelio en los nuevos foros que demanda la sociedad. Yo creo que debe empezar por una renovación espiritual de su jerarquía para poder presentarse en el mundo.

La sociedad busca a Jesús, no a la Iglesia. De ahí el fariseísmo de muchos dentro de la institución al faltarle un verdadero encuentro con Jesús que ha generado en formulismos, cumplimientos y legalismos, no tanto el encuentro con el hombre actual y sus problemas, con los jóvenes, con la mujer que pide su espacio en la sociedad y en la Iglesia, con los laicos. Las estructuras eclesiales son necesarias, pero deben estar al servicio de la vida y al servicio del crecimiento de la fe. En tiempos de Jesús se ejerció la autoridad religiosa con autoritarismo y en vez de servir se usaba al pueblo para sus intereses. Aquí todos quieren ser el primero, pero nadie el último. No encuentro y, miro y miró, ese sacramento de fraternidad.

Una crisis que no se le escapa a nadie: la realidad de los abusos de conciencia, de poder y sexuales por una parte de sacerdotes y consagrados; un deficiente liderazgo de la jerarquía más centrada en sí misma que en la persona y en los que sufren; el elevado clericalismo en la vida de la Iglesia colocando al pastor en una posición de exacerbada preminencia sobre la comunidad; por el excesivo individualismo parroquial dispersando recursos y estrategias; por un fuerte debilitamiento de la fe; por una fuerte separación y desencuentro entre la cultura y el Evangelio y sobre todo, el no haber sabido interpretar “los signos de los tiempos” en los últimos años. Y muchas cosas más. Pero el tema de los abusos y el de la mujer, son dos temas que la Iglesia no sabe por dónde cogerlos y está provocando mucha tristeza y dolor.

No puedo entender que una institución llamada a irradiar la alegría del Evangelio y llamar a la salvación, pueda provocar tanto dolor y sufrimiento a tantas víctimas de abusos de poder, conciencia y sexuales, permitiendo que los agresores campen impunemente por sus espacios tapando y escondiendo a tantos agresores. Cómo es posible que siendo llamados a dar testimonio de Jesús y ponerse al servicio de los demás, en especial de los más pobres y necesitados, puedan revictimizar y desentenderse de tanto sufrimiento mirando para otro lado.

La revictimización viene acompañada de la negación, el ocultamiento y la culpabilización de las víctimas adultas. Muchas víctimas después de la herida de la agresión han sufrido la revictimización, el maltrato y el trauma, abriendo nuevas heridas, por el silencio y por el abandono de la institución. Detrás de expresiones tales como “no son menores”, “ellos sabían dónde se metían”, “es un romance”, o cuando se les culpa directamente de seducir al sacerdote abusador, hay una clara voluntad de invertir la carga de la culpa, pues se está dando por hecho el consentimiento de la víctima.

Ahí tenemos el caso de mi amigo y expárroco Policarpo Díaz, víctima de abusos. Como muchas víctimas se tienen que alejar ante el dolor que arrastran y no ser revictimizados, se ha tenido que marchar de la Diócesis para sobrevivir. Muchos compañeros le han negado el saludo, hablan mal, o cruzan de acera cuando se cruzan con él en la calle. Un obispo y gran parte del clero, alejados de toda fraternidad sacerdotal y cristiana, le han revictimizado y retraumatizado. Nuestro querido Poli llegó a León con una herida y ahora tiene que recuperarse de dos. Si esto se lo hacen a un sacerdote, qué hubiera pasado si la víctima hubiera sido un laico, no quiero ni pensarlo. Por no hablar de sus feligreses, un pequeño puñado lo han defendido claro y en público, pero la mayoría han mirado para otro lado, ni una protesta, ni una sentada, ni unas palabras en el Consejo Parroquial, ni una manifestación, nada. Sólo más clericalismo. Recomendaría a toda la jerarquía diocesana, a los arciprestes y todo el clero que lo desee, una formación profunda en el “Proyecto Repara”, les vendría muy bien, nos vendría bien a todos.

Las mujeres han permanecido en la Iglesia como las grandes ausentes, una ausencia que perdura hasta nuestros días. Evidentemente la ausencia de las mujeres empobrece enormemente a la Iglesia en múltiples aspectos. Si en otros espacios de la vida y de la sociedad, la mujer va consiguiendo parcelas de igualdad, no podemos relegar en nuestra Iglesia a la mujer al matrimonio y a la maternidad, sino es necesario otorgarles un papel de igualdad y de corresponsabilidad en esta nueva visión de “Iglesia en salida”. Pero el colectivo de mujeres en la Iglesia (revuelta de mujeres, que nació para luchar contra los abusos) no quieren estar siendo silenciadas, quieren poner fin al patriarcado y machismo en la Iglesia, que es mucho. En la Diócesis de Salamanca, no se las quiere cerca, ni se las espera. Han sido las mismas que han estado en grupos de catequesis, en asociaciones de la Iglesia, en grupos de laicos, etc. Aquí no generaban rechazo.

No podemos reducir la reivindicación de igualdad de las mujeres a una mera ideología de género, es mucho más. Ahí están sus logros y la conquista de derechos para todos, sin violencia y sin víctimas. ¿Podría decir eso la Iglesia católica? ¿No es ideología que jóvenes católicos que se dirigían a la JMJ, gritaran como himno “Qué te vote Txapote”? ¿No es ideología rezar el rosario delante de un partido político porque sus decisiones no gustan? ¿No es ideología la condena de teólogos católicos conocidos hace unos años, como Pagola o Torres Queiruga, por no citar otros? ¿No es ideología el uso de la “ideología de género” como arma arrojadiza por muchos partidos ultraconservadores o la propia Iglesia? ¿no es ideología usar el término feminazi por la jerarquía y grupos religiosos? ¿No es ideología el poder jerárquico de la Iglesia Católica ya superado por la historia como si estuviésemos en la Edad Media o en tiempos coloniales? Vivimos ya en el siglo de la FRATERNIDAD, hagámosla posible.

La importancia de las mujeres y los laicos en el futuro de la Iglesia no debe pasar solo por la necesidad pastoral. El verdadero rostro de la Iglesia debe subrayar no solo la igualdad espiritual, también la igualdad social, recuperando los orígenes “feministas” de los tiempos de Jesús. Todos implicados en la diversidad y en la comunión en ese caminar juntos. Porque cualquier cambio, para que en la Iglesia no haya nada oscuro, supone no solo el cambio de las estructuras, también un profundo cambio del corazón, una verdadera transformación espiritual. El creyente que vive en verdad debe desplegar un grito desde la humanidad de Dios, un Dios con nosotros, que no quiere ser en las desigualdades, sino en el amor y justicia. Pido a gran parte de las jerarquías Diocesanas que tomen nota.

Sueño con otra forma de Iglesia, donde podamos poner en el centro a Jesús. Un Dios encarnado, que con su vida, muerte y resurrección nos ha ofrecido la mejor oferta de amor que la humanidad ha conocido. Eso nos impulsa a un compromiso de fidelidad y responsabilidad con ese amor y con el programa del reino: las bienaventuranzas. Cuando este programa no se cumple, vivimos en la “sequía espiritual”, se vacía todo de contenido, en las estructuras y en las celebraciones y todo es mero cumplimiento. Por eso nos preguntamos muchos ¿para qué entonces nos puede servir la Iglesia?

Tampoco vemos en la Iglesia el don de la profecía, que atienda en su plenitud a los pobres y abusados, engañados y enfermos, defraudados y solitarios, mujeres e inmigrantes. No queremos una Iglesia pesimista, cargada de ideología y temerosa, sino esperanzada y esperanzadora que sepa ensanchar las miradas a los más necesitados, centrada en dar vida y empeñada en la acción salvadora y con ganas de un futuro mejor. No una iglesia intimista y protegida, sino de personas abiertas a nacer de nuevo, acogedoras y libres, embarradas en la arena de la historia y en la causa de Dios. Necesitamos una Iglesia con suficiente madurez para hacer creíble todo lo que hace y dice.

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