Una serie de países han dejado de momento de enviar ayuda a los refugiados gazatíes a través de la ACNUR, la agencia de las Naciones Unidas para esos menesteres, al enterarse de la implicación de miembros de esa organización con Hamás y su ataque despiadado a Israel el pasado 7 de octubre.
Al margen de la decisión de esos países, la infiltración de Hamás en la ACNUR era un clamor a gritos, al igual que en el resto de instituciones que operan en la Franja de Gaza. No en vano la organización terrorista ganó las elecciones en esa parte de Palestina y, en consecuencia, tiene desde el Gobierno de la Franja hasta el último funcionario a su servicio.
Ésa es la diferencia que ofrece ese territorio frente a Cisjordania, donde gobierna la Autoridad Palestina, ajena en principio a cualquier veleidad terrorista. De ahí el diferente trato de Israel a una y otra parte del país y la interlocución de los países occidentales con la AP, en contraste con el trato dado a Hamás.
No obstante este hecho, es una desgracia humanitaria la dificultad y escasez de la ayuda básica de Occidente a los gazatíes que sufren una guerra que sus dirigentes han iniciado. Es cierto, por otra parte, que Gaza ha necesitado siempre esa ayuda, pues es un territorio improductivo que depende de la beneficencia de Occidente, Lo malo de ahora, y de antes que ahora, es que uno de los principales beneficiarios de esa ayuda es precisamente Hamás, que gracias a ella ha creado una infraestructura militar en un país que pasa hambre, pero que es capaz de lanzar cientos de cohetes contra la población israelí.
A diferencia de la actitud humanitaria de las naciones democráticas, los países árabes no han demostrado la solidaridad con la Franja que sus sufridos habitantes merecían. Ni ayuda, ni permeabilidad de sus fronteras ni acoger a los ciudadanos que han perdido todo con la brutal represalia israelí. Otro gallo cantaría si los países árabes pasasen de las proclamas y las actitudes hostiles a una acogida de refugiados que, de todas todas, necesitan serlo.
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