Puede que no llegue la sangre al río, pero ¡cuidado!, las calderas del complejo monclovita ya están soltando vapor. Las huestes que viven del sanchismo aparecen cada día más revueltas. Los menos pancistas no se cortan a la hora de opinar y dejan caer sus “perlas” esperando que lleguen a la cúpula. Y ya lo creo que llegan. Basta observar la conducta de los encargados de la claque para darse cuenta que la consigna que viene de arriba es tajante: ante el mínimo asomo de descontento, réplica inmediata que afee la conducta del díscolo para que vuelvan las agua a su cauce. No se puede admitir la crítica al mando supremo, que es quien da de comer a “las clases”. Hay que cortar en seco, apabullando a quien ose levantar la voz y, si fuera preciso, mostrándole el camino de la calle que, en este tiempo, y en todos, es gélido
Entre los personajes públicos afines al PSOE que deciden criticar la política de Sánchez, hay varias categorías. En primer lugar, los que le votarán siempre porque la tradición familiar así lo manda. Saben que su partido es criticado y cada vez obtiene peores resultados, pero son los suyos; al resto, ni agua. Su vida discurre a piñón fijo y no votar socialismo es algo que no se concibe. Están, también, los que se limitan a levantar la voz cuando pueden ampararse en la masa. Protestan, chillan, portan pancartas y firman lo que se les ponga delante, pero, a la hora de votar, no cambian de partido porque temen que con otros dirigentes tendrían menos facilidades para vivir del cuento. Por último, otro grupo lo forman los que gobiernan algún organismo y se dan cuenta que, con los derroteros que sigue este gobierno, tienen muchas posibilidades de no volver a salir elegidos. Se quejan, hacen declaraciones más o menos circunspectas y dan la sensación de que van a rasgarse las vestiduras. Los persiguen las hemerotecas diciendo lo contrario que hace una semana, pero siguen la consigna a rajatabla. A este grupo pertenece algún presidente de autonomía que a la hora de ser consecuente con sus manifestaciones públicas se olvida de ellas. Cuando comprende que ha ido un poco lejos y la reprimenda es manifiesta, suele dar marcha atrás declarando que está de acuerdo con su partido, al menos en el 90% de las decisiones. Estos personajes/veleta acostumbran a ser más críticos con el partido cuando se aproxima un proceso electoral.
Efectivamente, todo lo anterior es consecuencia del rifirrafe entre García-Page y el staff de La Moncloa. El presidente manchego manifestó lo que opina de la próxima ley de amnistía: ni más ni menos, lo mismo que el resto de españoles, salvo los independentistas. Terrorismo es el empleo del terror para fines ilícitos. Si en los sucesos del 1-O no hubo crueldad, sadismo y deseos de acabar con las FOP, será porque los miembros del llamado Tsunami Democrático eran, simplemente, Hermanitas de la Caridad disfrazadas de energúmenos. Las imágenes de aquellos desórdenes son muy esclarecedoras.
Seamos serios, la ley de la amnistía, por mucho que la disfracen, va en contra de nuestra Constitución y el Convenio Europeo de Derechos Humanos. La cohorte de asesores que viven –y muy bien- de La Moncloa, en lugar de estrujarse la mente para encontrar subterfugios que hagan “digestibles” las leyes que no pasan el corte de la legalidad, deberían dedicarse, con mucho más empeño, a encontrar soluciones justas, legales, ecuánimes y eficaces que sirvan para mejorar nuestra actual posición a la zaga de las naciones de nuestro entorno. En todos los estudios y encuestas independientes –no, los de Tezanos no valen- España figura en los últimos lugares.
La “fórmula progresista” – a base de sacar de la chistera millones no contemplados en los PGE- patentada por Sánchez, además de significar, la mayor parte de las veces, una promesa que no se convierte en realidad, sólo contribuye a disparar el déficit a límites insostenibles. Como el dinero público no es de nadie, para equilibrar el desfase se suben los impuestos y, como no es suficiente, se acude a la deuda pública. Resultado: cada español que llega a este oasis de progresismo lo hace con una cartilla bajo el brazo, cuyo saldo en números rojos es de 32.000 €.
Ahí tienen un buen campo de acción los expertos a sueldo. Cuando el presidente, avergonzado por el nivel de nuestros escolares, echa mano del talonario de cheques para, en esta ocasión, colocar la asignatura de matemáticas, o la comprensión en la lectura, a un nivel equiparable al de naciones de nuestra órbita, díganle que el problema no es sólo de falta de fondos, que también, lo es, sobre todo, por anteponer los intereses políticos a los didácticos. Todos los escolares españoles deberían estudiar los mismos textos, porque todos precisan los mismos conocimientos cuando acceden a los estudios superiores. Por esta razón, la prueba de la EBAU debe ser la misma para todos y, por supuesto en castellano. Si se considera importante que los escolares conozcan la lengua materna, también lo es que conozcan el castellano cuando quieran ejercer su profesión fuera de su autonomía. Por la misma razón, cuando un castellano parlante viva en una comunidad con lengua propia, si se cumple la sentencia del Tribunal Supremo, podrá expresarse y ser comprendido por todos los habitantes del lugar. De hecho, catalanes, vascos y gallegos conocen el castellano, aunque se nieguen a emplearlo.
Cuando el Sr. García-Page dice que el PSOE está en el extrarradio de la Constitución, pienso que ya lo ha sobrepasado con creces hasta llegar a los andurriales –que decía mi abuela-, donde cada vez hay menos gente y más incomodidades. El presidente manchego seguirá aferrándose a su sillón, y el ejército de asesores de Sánchez buscando la forma de no perder la bicoca que han encontrado. Lo que Page considera fuera de la Constitución –y no sólo la ley de amnistía- es suficiente para dar el paso valiente: votar en contra. Si no lo hace, se convierte en un servil seguidor de aquel a quien critica.
Los que discrepamos de esta forma de gobernar tenemos la obligación de criticarlo y, dentro de la legalidad, exigir el estricto cumplimiento de las leyes, empezando por la Constitución. Este aluvión de tropelías no hay nación que lo soporte.
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