Existen innumerables motivos que hacen sonrojar los números.
Cada vez que nos hacemos una pregunta, cada vez que nos acucia la curiosidad, nos enfrentamos a cifras que distan de su habitual color negro. Y con ello no me refiero tan solo a los rótulos que anuncian las consabidas ofertas y rebajas correspondientes a cada mes: enero por la cuesta, febrero por los enamorados y por ser el mes del hogar, marzo por el día del padre, abril … ¡por las aguas mil! -que siempre se encuentra alguna excusa-, mayo por el día de la madre, y así hasta seguir quitándole hojas al calendario como si fuera un rollo de papel de cocina al que siempre hay algo que arrancar, (o como los pétalos de una margarita, que resulta mucho más poético, dónde va a parar).
Hay tantos dígitos en rojo, en tantos ámbitos, que sería imposible recogerlos en este pequeño espacio, por lo que sólo citaremos algunos de los que nos parecen más acuciantes.
Encarnados son los innumerables litros de agua que se utilizan para elaborar prendas que, en ocasiones, a final de temporada sin apenas usarse y tan sólo porque deja de llevarse ese color, acaban formando montañas inimaginables en países poco desarrollados, que se han ido convirtiendo en la alfombra bajo la que esconder todos nuestros deshechos y miserias, ocasionando el consabido atasco insoluble del imposible reciclado y, por ende, la contaminación del medio ambiente de todas las personas que poblamos este planeta tan maltratado. Se nos ponen también las orejas rojas, por el gran tirón que merecemos.
Lo mismo ocurre con el rojo de la sangre, con las vergonzosas cifras de las masacres consentidas con cualquier excusa, números rojos de personas que dejan de existir allá o acullá mientras suben obscenamente los niveles de riqueza en los países que las promueven.
Aparecerían también números flagrantes que harían abochornar a cualquiera si se sacara una estadística de las veces que, algunos de quienes dicen representarnos a todos, faltan al respeto a quienes nos representan, y viceversa. La abundancia de este tipo de imágenes que vemos a diario no tendría cabida ni en el más abyecto de los sainetes. No existe forma más infame de ganarse los sueldos que pagamos entre todos, ni manera más miserable, como hacen algunos, de perder el precioso tiempo.
Mientras tanto, desde hace años siempre salimos muy muy colorados en las fotos que evalúan la educación, y no me refiero ahora a la forma de relacionarse o a las maneras de comportarse, sino a los niveles obtenidos en aprendizajes de lengua y matemáticas por nuestros escolares. Creo que este mal endémico de nuestro país deberíamos hacérnoslo mirar con rigor y seriedad por ser la formación de niños y jóvenes una absoluta prioridad y la mejor inversión para el futuro. Y en esa invitación al profundo análisis que propongo incluiría varios prismas. Por un lado, a algunas familias, que las hay, que creen que sus vástagos asisten al colegio para que les eduquen otros sin implicarse ellos mismos en tarea tan principal. Así mismo, animaría a una autoevaluación seria a algunos profesionales, que los hay, que repiten año tras año los mismos errores. Y, por supuesto, apostaría muy firmemente para que, en los distintos niveles del panorama político, algunas de sus señorías, que los/las hay, acabaran esas jornadas tan largas de recreo en lo que parecen sus patios de guardería, aquí una rabieta, aquí una pataleta (en eso convierten algunos/as los foros en los que nos representan) y dejaran de darle vueltas al magín preparando la siguiente ofensa a sus contrarios, fueren quienes fueren, para remangarse un poquito y ponerse a resolver los problemas y las necesidades de los ciudadanos que les mantenemos. Por supuesto, exhortaría a los medios de comunicación a una exhaustiva revisión de sus programaciones sin poner el foco en lo que llaman el éxito de sus cifras de audiencia, sino más bien confiando en que subirían escogiendo con primor sus contenidos, y procurando que hubiera espacios en los que se considerara como entretenimiento, también, todo aquello que nos ayuda a pensar, a crearnos un juicio de las cosas, a formarnos, a forjarnos una opinión independiente, en definitiva, a considerarnos como lo que somos: personas con capacidad, ciudadanos dignos de respeto y consideración.
Estoy segura de que mejorando en estos apuntes irían bajando muchas de las cifras que hoy día tanto nos hacen sonrojar.
Mercedes Sánchez
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