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Recuerdos en soledad
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Recuerdos en soledad

Actualizado 24/01/2024 08:27
Fermín González

"Se llama calma cuando el silecio se disfruta, cuando los ruidos son: el viento, los pajaros, la buena compañía o el ruido del mar. Se llama calma y con nada se paga, no hay moneda de ningún color que pueda cubrir su valor cuando se hace realidad" (Dalay Lama)

Llevaba algunos años en aquella residencia, sus hijos cada cual a lo suyo, habían decidido hablar en familia y procurar lo mejor para él, para estar atendido, y con ello liberarse de preocupaciones. El abuelo, estaba solo, su compañero de partida, de charla y discusión ya había “partido”, la pandemia se lo había llevado por delante, aunque tenía buena salud, un caminar erguido, clase, lustre y viajado y leído; o sea, un señor, pero la “parca” vino por él en forma de virus, traidor e invisible, y perdió la pelea. Y aquella tarde en su soledad, le “atizaron” los recuerdos. Miraba por la ventana de su habitación, llovía todo el tiempo, el paisaje nublado sobre el camino del paseo tantas veces recorrido en uno y otro sentido. Notaba una pena profunda. Era un dolor que le atravesaba el alma.

¿Cómo era posible que nadie hubiera venido a visitarlo? ¿porque nadie había recordado la fecha, del calendario? Tenia un dolor de esos que calan los huesos, pero, sin embargo, había tomado la firme decisión de que el rencor no podía guiar la vida que le quedara por vivir. Había perdonado a lo largo de su vida muchas ofensas, mentiras y manipulaciones con las que le habían obsequiado a lo largo de los años.

Una mueca de asentimiento, y una mano en su frente para pasar al recuerdo de los hechos y vivencias que le venían a la memoria, la veía pasar ante él, a quienes le habían ayudado, y a los que también él había beneficiado, en su dilatado tránsito. El resultado era bastante alentador, salvo en los últimos años, donde había perdido a su compañera, mujer de sus hijos, tras más de medio siglo de haber caminado juntos, de haber compartido alegrías y tristezas de haber superado las duras pruebas a que te somete la vida, a caer y levantarse, a mitigar los duros zarpazos de la enfermedad etcétera.

Y, mientras oía el chapoteo del agua incesante, estaban muy presentes las imágenes de la fecha que él nunca olvidaba, y que parecía venirse abajo porque nadie más, la recordaba. Los recuerdos se amontonaban. Le venían a la mente los muchísimos viajes realizados con la mujer que fue su compañera, habían cruzado más de un mar y visitados otros países. Eran todo, o casi todo, recuerdos agradables, de una vida compleja y azarosa, muchas veces llena de color, de sol de risa y baile, otras donde se instalaba de verdad el frio intenso. Ahora el frio que notaba era el que se siente solo, en los últimos años de su vida, no solo por no cumplir agradecimientos, parabienes y abrazos posiblemente inmerecidos, sino del que se siente injustamente tratado sin razón que lo justifique. Su amigo de tertulia, ya le había comentado la pobreza frecuente de la condición humana, también la familiar, que no agradece y olvida todo de lo que es deudora.

Pero en esta ocasión necesitaba volver a recordar, tenia necesidad perentoria y urgente de volver a esa fecha, para sentir la inmensa alegría de felicidad, que le proporcionaba. Estaba ensimismado en esos pensamientos, sin quitar la mirada fija en las gotas de agua que resbalaban por los cristales, tan concentrado que no se dio cuenta de que se quedaba dormido, dio unas cabezadas en la incomoda postura que se encontraba, cuando de repente despertó con un aviso: “¡Señor…! Señor…. ¡, le están esperando en sala recepción, tiene usted visita. Se acomodo la ropa y salió hacia el encuentro… ¡Abuelo!… ¡Abuelo! corrían hacia él con enorme risa, se fundieron en un abrazo que hubiera querido que no terminase nunca… Sus ojos se tornaron vidriosos de lagrimas que resbalaban por su cara, como las gotas de agua por el vidrio de su habitación. Por fin había terminado una jornada que sería difícil de olvidar para todos los presentes… Cuando se despidió, llego de nuevo mirar por la ventana en ese día nublado que era ya de noche, volvieron a pasar por su mente innumerables imágenes de su vida a la que había que añadir; un día que empezó con tristeza y melancolía, y había terminado con inusitada emoción, con contagiosa alegría y un sentimiento de sincero cariño. Hoy dormiría mejor, seguiría aferrado a los recuerdos, sin rendirse y sintiendo el palpitar del abrazo… de sus hijos… de sus nietos… tenia momentos de soledad sí, pero no estaba solo.

Fermín González, salamancartvaldia.es, blog taurinerias

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