Viernes, 11 de octubre de 2024
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Esas malditas empresas
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A contra corriente

Esas malditas empresas

Actualizado 25/01/2024 09:40
Enrique Arias Vega

Los empresarios no gustan al actual Gobierno. En cuanto puede, busca elementos de conflicto con ellos o de intervención en la iniciativa privada. Por ejemplo, la participación pública en las empresas energéticas y de telefonía.

Que los empresarios son los malos de la película gubernamental va desde la inclusión de los trabajadores en los consejos de dirección hasta acordar la subida del salario mínimo interprofesional sólo con los sindicatos, al margen de la patronal.

Ese recelo se muestra en los detalles más mínimos, como en abogar por el currículum ciego, en el que los trabajadores no pueden poner su sexo para que eso no prejuicie a sus empleadores y se consiga así la paridad que se busca a todo trance.

Poner tantas trabas a la patronal es una manera de disuadirla a que invierta en el tejido productivo. Cuando todos los países se esfuerzan por atraer inversiones extranjeras, aquí parecemos empeñados en los contrario, en que se vayan, incluso los propios del país. A diferencia con España, Portugal, que hasta ahora tenía un Gobierno de izquierdas, daba todo tipo de estímulos a los empleadores, incluidos los españoles que se fueron al reclamo del mejor trato al empresariado.

Se puede maltratar a los empresarios y lograr que abandonen su residencia, pero luego se les echa de menos y cuesta que vuelvan si no hay la seguridad jurídica que añoran. Véase, si no, el caso de Cataluña, donde más de un millar de empresas huyeron de la locura del “procés” y ahora no regresan ni bajo la amenaza de sanciones.

El penúltimo giro de tuerca de este ninguneo a la iniciativa privada —habrá más, sólo es cuestión de imaginación gubernamental— es la nueva jornada laboral semanal de 37 horas y media para 2025., cuando según la EPA la jornada real, incluyendo el absentismo laboral es de 34,5 horas, con lo que las medidas gubernamentales se toman con datos falsos.

Nos hallamos pues ante un hostigamiento no sólo a las empresas, sino ante la economía en general, pues todas estas medidas y las que vendrán aumentan los costes laborales y disminuirán la productividad, ya más baja de lo que sería menester.

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