Parece que los españoles no nos merecemos unos gobernantes sensatos. No se trata de exigir exclusivamente los duplicados de Adenauer, Churchill, Margaret Thatcher o Mahatma Gandhi ¡Qué más quisiéramos! Mucha Inteligencia Artificial, pero escasa inteligencia natural para algunos políticos españoles. Alguien acuñó lo de “Spain is different” y parece que no estaba descaminado. Aquí suele suceder que, quien no está capacitado para ser un buen político, se empeña en llegar a ser el number one, sin pararse en barras. Unos no se dan cuenta de que están haciendo el ridículo con sus gestiones y sus mensajes, y otros sí saben lo que hacen, pero los vence su demasiada egolatría o su desmedida ambición. Quien opta a un determinado cargo debe medir sus propias fuerzas y, si es consciente de su insuficiencia, debe dar un paso al lado o, si lo cree oportuno, unirse a quien tenga sus mismas inquietudes porque la unión hace la fuerza.
Puestos a divagar, hemos tenido políticos que declaran: “La Tierra no pertenece a nadie, salvo al viento” o “El dinero público no es de nadie”, y Pedro Sánchez, cuando sabe perfectamente lo que piensan los españoles sobre su idea de lo que es la verdad, declara ex catedra: “La única verdad es la realidad”. En esta afirmación, dejando aparte su perogrullada, se esconde un intento de enmascarar la parte negativa que encierra cada mentira. Él sabe que miente, pero eso es lo de menos. Lo que pretende aclarar es que, por ser el Presidente del Gobierno, está capacitado para mentir cuando le convenga; por lo tanto, lo que dice o promete debe ser tomado como artículo de fe, porque, según el nuevo Aristóteles del barrio de Tetuán, lo que no existe es la mentira. Bueno, para este gobierno, sólo miente la derecha y, como eso es real y verdadero, la oposición no tiene los pies en el suelo ni está capacitada para tomar decisiones.
Esa derecha, a veces dubitativa y otras lenta de reflejos, podía soltarle a Sánchez otra simpleza muy cierta: “En el futuro, lo único seguro es la incertidumbre”. Tras toda crisis económica, los gobiernos que mejor han sobrevivido han sido, no los que contaban con más apoyos, sino los que mejor administraron las incertidumbres y los contratiempos; los que no engañaron a los votantes porque supieron la verdad en cada realidad presente. Cuando un político se alía con la verdad, tiene más posibilidades de alcanzar la solución más correcta, porque los votantes verán que el análisis de la situación ha sido el más acertado y se ha marcado con claridad cuál es el método a emplear para alcanzar el bienestar de la sociedad.
No se debe olvidad que el buen gobernante es aquel que se muestra cautivo de las leyes. Bordear la legalidad por medio de la mentira acaba perjudicando a todos. Y esto es así, porque Sánchez ya no se conforma con mentir a la oposición, también miente a su propio partido y a sus propios ministros. Piensa que, en lo que él entiende por modales políticos, llega un momento que no se puede gobernar sin mentir. Se comienza con mentiras piadosas o con medias verdades, que poco a poco van minando las instituciones, y se acaba en una verdadera corrupción política.
Hay que reconocer, no obstante, que tiene una cierta habilidad para conseguir que los aduladores de turno lancen toda clase de maldiciones contra todo el que se atreva a denunciar las mentiras del Gran Jefe. Y lo hacen de forma coral, el mismo día y a la misma hora aparecen en prensa, radio y televisión los voceros a sueldo para repetir consignas redactadas con las mismas palabras. Los españoles de todos los colores conocemos cuál es el verdadero objetivo que se ha marcado Sánchez; unos lo aplauden y otros lo censuran. Todo aquel que no emplee todos los medios democráticos para alterar el estado actual de cosas, no tendrá derecho a quejarse.
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