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Contra el vicio de pedir
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COLES DE BRUSELAS, 73

Contra el vicio de pedir

Actualizado 19/01/2024 16:03
Concha Torres

Por si no lo he repetido suficientes veces: el columnismo es un oficio de riesgo, sobre todo cuando hay que tirar de bola de cristal para publicar. Y la de hoy es una de esas columnas que traerán aparejado el riesgo de matar al pregonero (pregonera en este caso) que se aventura a escribir sobre una concentración en la plaza de sus amores el día antes de que estas líneas se publiquen y dos días después de que las haya entregado al periódico. Aquí están, para empezar, mis disculpas.

Piden los salmantinos mejores conexiones de tren y por supuesto tienen razón; se enfadan porque les robaron las que ya tenían y ahí tienen razón a medias. La cuarta frecuencia rápida nos la escamotearon con la pandemia, cierto, pero el Ruta de la Plata desapareció sin pena ni gloria en medio de la euforia constructora de autovías y ferias de muestras; y en aquel momento casi nadie levantó la voz para denunciar lo que era un clamoroso robo y un agravio histórico para con una vía que existía como tal desde los romanos. ¿Ha dicho los romanos? Sí, los romanos, esos señores que hablaban latín y saludaban diciendo “Ave Cesar”; resulta que eran grandes constructores; no está de más recordar que fuimos una tierra civilizada gracias a ellos.

Pedimos los salmantinos, y yo como la que más, mejores conexiones y trenes más frecuentes. A mí me interesa especialmente porque llegar a mi casa desde mi otra casa cada vez me cuesta más horas y más dinero; y porque sin mirar mi interés particular, no hay que ser un lince para darse cuenta de que determinadas actividades como la enseñanza de español para extranjeros se irán a pique si el que viene tiene que hacer una romería para llegar. Ahora que, si más trenes significan más grupos de solteras y solteros desenfrenados buscando las copas a dos euros en una ciudad donde el ruido nocturno es un derecho humano, casi casi que nos dejen como estamos. ¿Que vengan congresos y congresistas? Pues sean bienvenidos (salvo si vienen disfrazados de Lawrence de Arabia) quizás sean algo más civilizados, aunque les advierto que con este clima de fríos nublados y veranos tórridos, sin sol, playa ni parques temáticos, tampoco hay congresos que valgan; y por desgracia, esta ciudad de mis entretelas es un parque temático de la hostelería, industria con poca visión de futuro donde las haya y con poco poder de convocatoria entre científicos.

El tren es la manera más civilizada de viajar que existe; contamina lo justo, llega al centro de las ciudades, no cuesta un ojo de la cara y tiene pocos accidentes. Aquí (o allí, que a veces ni sé dónde me ubico) nos hemos empeñado en que el tren tiene que ir a trescientos por hora o no ir, y en eso Madrid lleva la voz cantante: pone las ciudades a dos horas de Atocha según les convenga, y todas las demás a años luz. Con tanto pedir trenes supersónicos, nos estamos quedando sin los trenes normales, que van por su vía sin molestar a nadie, te permiten ir cómodamente sentado leyendo o escuchando música, estirar las piernas y llegar a tu destino sin haber esparcido unos cuantos litros de dióxido de carbono a tu alrededor. Sospecho que a los que gozan de explotar en exclusiva ciertas líneas de autobús no les guste nada lo que estoy diciendo.

¿Se habrá llenado la Plaza Mayor de salmantinos gritando y exigiendo que nos restablezcan las frecuencias de tren esquilmadas? Dos días antes me atrevo a decir que lo veo difícil (y cuánto me gustaría equivocarme) y que, si así fuere, no dejamos de ser una pequeña ciudad que no para de perder población y donde, de los que quedan, un elevado porcentaje sobrepasa los ochenta años y me da que viajan poco en esos trenes que tanto necesitamos. ¿Se habrá llenado más la plaza que cuando los convocantes gritaban contra Puigdemont y contra la tenebrosa y absurda idea de que se rompa España? Así debería ser, pero permitan a esta modesta columnista ser un tanto escéptica con el poder de convocatoria del ferrocarril en pleno mes de enero y con estos fríos de nuestra tierra. Y más escéptica todavía con eso tan sabido de “contra el vicio de pedir”, porque en nuestro caso, en este Oeste español olvidado de todos no es que se practique la virtud de no dar, sino lo que es peor, se muestra la indiferencia más absoluta sobre nuestra suerte. Si el día 22 se publican estas líneas y se demuestra que me he equivocado profundamente, que sepan ustedes que nada me hará más feliz.

Concha Torres

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