El crítico taurino Fermín González expone su opinión sobre los distintos tipos de aficionados taurinos
¿Quién entiende de toros? ¿El toro? ¿La vaca? ¿El torero? ¿El ganadero? ¿El señor presidente de la corrida? ¿Usted? ¿Yo? Si separamos a estos personajes notables de la Fiest, y uno a uno, le hacemos la pregunta ¿quién entiende de toros en España?, la respuesta será la misma: ¡Yo! y después de yo ¡nadie!... Para un buen aficionado no existe peor aficionado en el mundo que otro buen aficionado. Un aficionado, y de estos hay muchos, puede ser modesto en todo menos como aficionado. Si uno observa y escucha en plazas, en bares y cafés o ante la televisión, siempre hay un parroquiano que entabla discusión o polémica con su vecino de localidad y, si por casualidad le interroga ¿Ud. sabe de toros?, su más helada mirada recorrerá el cuerpo del preguntador de pies a cabeza y, como un dios ofendido, contestará de aquella manera .
¿Tan difícil es entender de toros? Pues sí, ser un buen aficionado tiene su 'intríngulis', su aquel. Hay quien se orienta pronto y lo consigue, ve, escucha, pregunta, lee, se arrima, se trabaja el tentadero, etc., se va forjando un buen aficionado. Hay quien, por el contrario, no lo consigue, aunque lleve en primera fila de ferias toda una vida, estos no aciertan a distinguir múltiples detalles. Y no crean que tan solo hable del aficionado de base, sino también de muchos comentaristas y escribidores. ¡Y aún peor todavía! Dónde me dejan ustedes a muchos presidentes, que se suben al balcón de no pocas plazas de toros, y más de un veterinario y asesor, los cuales tienen responsabilidad ante él publico pagano – de los unos, y de los otros– cuya exigencia primera es aprobar con matricula la 'profesión' de aficionado taurino y además revalidarlo esa tarde. Si el toro pudiera ser preguntado sobre los saberes taurinos, otro gallo cantaría en la Fiesta.
La mayoría de los públicos que hoy asisten a las plazas de toros ven o miran la corrida con ojos inseguros, con esa ternura de niños que tienen los hombres. Algunas veces, la mayoría de estos espectadores la ven o la miran también con esa candidez infantil, con deslumbrada admiración. Tal vez, a la reducción a la que se llegó en los últimos años, en cuanto a la casta, fiereza y poder del toro, y sobre todo la exquisita selección que se ha logrado en orden de nobleza, suavidad y franqueza de su embestida, ha hecho posible un toreo a distancia inverosímil, suprimiéndose del espectáculo el aspecto de lucha, dominio y poderío que la lidia del toro con codicia, genio, encastado, bronco hacia resaltar. Pues bien, tales factores han convertido al torero lidiador en artista; al maestro en protagonista de bellos desplantes. A ello ha contribuido la formación de un público nuevo, con marcado carácter delicado, sensible, muy correcto, sentimental incluso, exhibicionista, pero indudablemente de psicología y preparación distinta al que tradicionalmente venia asistiendo a los cosos taurinos, y contemplar a la emocionante oposición del bruto instinto del toro, a la inteligencia y oficio de un valiente dando un curso de sabiduría torera y saber en el arte de lidiar reses bravas. Pero este aficionado está en franca retirada y va quedando este publico, representante típico de una gran mayoría, en que todo esta 'requetebién'. Únicamente se disgusta cuando las cosas salen a gusto del aficionado curtido, cabal y entendido, que no exagera lo malo, pero no lo oculta, que ve la corrida con el cristal de critico y con añeja perspectiva histórica, y mientras este aplaude al toro que se arranca de largo, que aprieta en el caballo, que galopa en banderillas y se emplea codicioso en la muleta. El ingenuo, que solo mira, le disfrazan la realidad y se acopla a esa muchedumbre, que aplaude con frenesí el adorno, las posturas, lo fingido, lo adulterado y el oropel, sin señalar y exigir, las suertes cruciales de la lidia, así como la integridad del toro. (Claro que estos entusiastas gustan mucho a muchos).