Robert Willis, importante figura de la iglesia anglicana, refuerza el vínculo de las ciudades de Canterbury y Salamanca.
La alta, delgada figura del Deán de la catedral de Canterbury, se recorta sobre el abigarrado altar barroco la iglesia de Las Claras, una joya que esconde el tesoro de la techumbre original de la iglesia románica que el arquitecto Churriguera quiso conservar. Un rincón salmantino que se ha convertido, por obra y gracia de los estudiosos Miguel Ángel Martín Mas y Charo García de Arriba, en un descubrimiento que le llegó al insigne prelado anglicano en Nueva York, de la mano de un artículo del Times sobre nuestra ya famosa “Chova Piquirroja”.
Resulta emocionante escuchar a Robert Willis, hombre tocado por la gracia de la predicación cuyas retrasmisiones en la época de la pandemia, realizadas en el jardín de la catedral de Canterbury, llevaron calma y consuelo a un gran número de personas de diferentes confesiones. Es el Deán hombre de diálogo, palabra inspirada y un fino humor inglés que no puede por menos que recordar, mientras es traducido por Miguel Ángel Martín Mas, que por encima de nuestras cabezas, camina el símbolo de la chova piquirroja, emblema del santo de Canterbury, sede durante veinte años del trabajo de Robert Willis.
Para los salmantinos que no conocemos la historia, el Deán Willis nos recuerda que hubo un mártir anterior a quien rezaba Tomás Becket, San Elfego, que se negó a que pagasen con el dinero del pueblo su rescate al ser apresado por los vikingos ya que era un hombre anciano. “Son estas historias —señala Willis— las que dan color a la vida” como ese toque con el que cuenta que quienes visitan Canterbury buscan el lugar exacto donde asesinaron al arzobispo, como en San Pablo, el espacio donde se casó Lady Di. Humor aparte, la historia de Tomás Becket, magistralmente reflejada en la obra de teatro que escribiera T.S. Elliot, poeta al que alude el Deán en numerosas ocasiones, es la de un caballero que se convierte en el mejor compañero del rey Enrique II, inmerso en un mundo de poder, riqueza y privilegios. Esperando controlar al claro a través de su amigo, el rey promueve al recién recibido sacerdote quien, de repente, descubre como un religioso entregado a las palabras de Jesús “Yo no he venido, a ser servido sino a servir”. Exiliado en Francia, Becket regresa a Canterbury donde es asesinado días después de la navidad, convirtiéndose en un mártir al que el pueblo adora, un pueblo que toma como símbolo de la ciudad al córvido que, según la leyenda, apareció y se mojó las patitas en su sangre. Enrique II tiene que pedir perdón a su pueblo y el culto a Becket se extiende hasta que otro Enrique, Enrique VIII, borra de los libros –pero no del escudo de Canterbury- su rastro.
Un rastro que, en la techumbre de Las Claras aparece ante los ojos de Miguel Ángel, Charo y el biólogo Raúl de Tapia, quien afirmó que el pájaro pintado en la madera es una chova piquirroja, ave típica de los acantilados ingleses. La sucesión de casualidades hace que el Deán Willis conozca su existencia y además, que venga de visita a Salamanca y encuentre al pastor anglicano de la ciudad, el Reverendo Rubén Legidos, en el café Novelty. El espacio donde Miguel de Unamuno conversaba con sus amigos entre los que se encontraba Atilano Coco, pastor protestante asesinado por el poder. San Elfego, Santo Tomás y nuestro pastor de Salamanca son una sucesión que recorre en su palabra inspirada el Deán Willis, quien recuerda la búsqueda de la verdad por parte de Unamuno mientras se admira del poder de los símbolos a través del tiempo.
Es nuestra chova no solo un descubrimiento que transciende la historia, sino que hermana a dos ciudades pequeñas, de tradición universitaria, turística, lugares de peregrinación e historia. Una historia que los hombres, conjurando el miedo, según Robert Willis, burlan dejando los restos de su paso. Hombre de inmensa cultura, con estudios de Historia y Diplomacia, Willis sabe llevarnos a través de los símbolos de los antiguos cristianos, para reconocer la valentía de quienes afrontan su destino y dejan la huella de su paso. Una huella que nos recuerda al personaje que supo hacer lo correcto en su rincón de la historia y que llega a nosotros precisamente en un momento en el que hemos avanzado tanto y a la vez, somos incapaces de hablar –recuerda el Deán, como lo hacía Unamuno- y de estar al lado de quienes verdaderamente lo necesitan. El presente, el pasado y el futuro están relacionados a través de los símbolos y los hallazgos. Es, para el Deán, la fuerza del individuo, de la valentía y del intercambio.
Un intercambio que merece el hermanamiento entre dos ciudades cuyos vínculos aún no han sido suficientemente explorados. En Salamanca se alzó una de las primeras iglesias bajo la advocación de Tomas Becket, precisamente Santo Tomás Cantuariense, puesta ahora a disposición del culto anglicano por parte del Obispo católico. De nuevo la vocación ecuménica y diplomática para unir propia del Deán Willis y su equipo se revela necesaria, y más teniendo sobre nuestras cabezas en esta tarde de sábado, el relato que quiso hacer la reina leonesa Berenguela, partiendo de su origen inglés bajo la advocación del santo de los Plantagenet, el santo de la Chova Piquirroja que despertó la curiosidad de Miguel Ángel y Charo quienes han sabido leer ese símbolo que, en palabras del Deán Willis, une el presente y el pasado. Una unión basada en la palabra. Una palabra con la fuerza de la verdad unamuniana, una palabra más allá del tiempo que nos lleva y el símbolo que perdura.