, 22 de diciembre de 2024
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Deán Emérito de Canterbury: “Es un milagro. Las cosas suceden cuando es necesario que sucedan”
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Robert Willis

Deán Emérito de Canterbury: “Es un milagro. Las cosas suceden cuando es necesario que sucedan”

Actualizado 14/01/2024 21:59
Charo Alonso

El prelado anglicano visita Salamanca para estrechar los lazos con la ciudad de Canterbury recordando a Tomás Becket y al pastor protestante Atilano Coco.

Hace frío en el interior de la iglesia románica y sin embargo, la voz del Deán de la Catedral de Canterbury Robert Willis, teólogo, figura crucial de la Iglesia Anglicana, es cálida y próxima, esa misma voz con la que consoló a un público de todas las confesiones con la retransmisión en directo de sus intervenciones “Morning Player”, desde el jardín de la Casa del Deán durante los meses de la pandemia. Una voz que quiere hacerse entender sin imponer, aunque su cargo y su importancia impongan; una voz reposada para que el Obispo anglicano, Carlos López Lozanos, su secretario, Martin Flecher y el reverendo Rubén Leginos, traduzcan sus palabras siempre acompañadas de una sonrisa generosa.

Charo Alonso: Nos visita usted para reforzar el vínculo que existe entre la ciudad de Salamanca y la de Canterbury, a cuya catedral pertenece…

Deán R. Willis: Durante 21 años he sido el Deán de la catedral de Canterbury, jefe ejecutivo de la catedral en términos modernos, y de toda su comunidad y escuela, -su secretario, amablemente, nos informa de que la catedral de Canterbury cuenta con 400 empleados y en ella trabajan 750 voluntarios y es, en sus palabras “una ciudad dentro de la ciudad”-. Se trata de una escuela muy extensa para niños de 3 a 18 años.

Ch.A.: Hay otra vinculación entonces entre Canterbury y Salamanca, ambas son ciudades de pequeño tamaño, turísticas, con una gran base cultural e histórica, dedicadas a la enseñanza…

D.R.W.: En sus inicios, en la Edad Media, la escuela de Canterbury asociada a la catedral fue una universidad como Salamanca u Oxford. Y siempre ha sido una iglesia donde se adora a Dios cada día y donde muchos de sus visitantes son peregrinos. Desde hace mucho tiempo, para ellos, los niños de la escuela se visten como en los tiempos del primer arzobispo, Agustín de Canterbury, del siglo VI o de la época de Tomás Becket martirizado en ella por los caballeros del rey en el 1175 y representan escenas de la vida de ambos. Antes de la pandemia, Canterbury recibía entre un millón y medio o dos de personas, muchos de ellos peregrinos. Peregrinación es un concepto que está creciendo, creciendo. Desde la Edad Media hasta ahora no ha habido un interés tan grande por las peregrinaciones, sean como sean los caminos y las formas de recorrerlos. Y Salamanca ha de estar en el camino de la peregrinación.

Ch.A.: ¿Cuál es para usted la razón de este auge?

D.R.W.: La peregrinación no es solamente andar el camino, sino trabajarlo también cultural, intelectualmente, interiormente. Es una peregrinación intelectual y cultural no solo cristiana la que está creciendo. En Canterbury, el 29 de diciembre, que es el día del martirio de Tomás Becket, el número de personas que vienen a los servicios religiosos aumenta, pero no es un fenómeno actual. En los tiempos inmediatos a su asesinato, el número de personas que visitaban la catedral crecía y crecía. Iban alrededor de la catedral con una vela encendida, recorrían los diferentes lugares asociados a su vida, escuchaban las historias y después, se dirigían a la nave principal para recibir la bendición del arzobispo.

Ch.A.: ¿Qué sintieron cuando supieron que en Salamanca había una de las primeras iglesias europeas dedicadas a Santo Tomás Becket, Santo Tomás Cantuariense?

D.R.W.: Cuando vinimos por primera vez a Salamanca sólo conocíamos la catedral. El obispo nos habló de esta iglesia que desconocíamos y nos sentimos muy conmovidos porque era una de las primeras dedicadas a Santo Tomás. Ya cuando visitamos sus muros nos emocionamos intensamente y pensamos que esto debía ser conocido en todas partes y que esta iglesia debía tener un lugar en las rutas de peregrinación.

Ch.A.: Una iglesia que el obispo les ha cedido para el culto anglicano.

D.R.W.: Ciertamente, le estamos muy agradecidos y no solo nos ha conmovido esta iglesia, sino el convento de las Claras, aquí cerca. En el tiempo de la Reforma de Inglaterra, el rey Enrique VIII tenía un cierto miedo a la lealtad que la gente le guardaba a Tomás Becket y quiso erradicar toda referencia a su persona. En Canterbury, los habitantes tenían como escudo las tres chovas piquirrojas del emblema de Santo Tomás, el rey no pudo quitarlas y se mantuvieron. Cuando visitamos el Convento de las Claras descubrimos que la Reina Berenguela había traído esos símbolos aquí. El abuelo de la reina Berenguela fue el que asesinó a Tomás Becket y la tía de Berenguela, también llamada así, fue una de las personas que asistió al traslado del cuerpo del santo a la catedral.

Ch.A.: Tenemos que considerar un pequeño milagro que se haya mantenido ese símbolo y que lo hayan encontrado Miguel Ángel Martín Mas y Charo García de Arriba.

D.R.W.: Absolutamente. Creemos que es un milagro. Las cosas suceden cuando es necesario que sucedan. Seguramente usted sabe que a los primeros cristianos, en Antioquía, les llamaban “los del camino”. El concepto del camino es muy antiguo, la humanidad avanza en el descubrimiento como por un camino, intelectual y espiritualmente.

Ch.A.: ¿Llegaremos algún día a descubrirlo todo? ¿Quizás al final de ese camino?

D.R.W.: Hay un famoso profesor suyo, Unamuno, que dijo “mi religión es buscar la verdad y sé que no voy a encontrarla”. Él sabía que no lo descubriría todo en esta vida, pero que buscarla es un largo proceso.

Ch.A.: Es un honor hablar con usted, y lo es más oyéndole citar a nuestro Unamuno.

D.R.W.: El honor es nuestro. Yo pienso que la fe es un proceso de toda la vida, como el camino para encontrar la verdad. En Canterbury tenemos todos estos escudos, emblemas de los profesores y uno de ellos es el de Eberhard Bethge, un hombre que recibía a todos, hablaba con todos y que había sido un gran amigo de Dietrich Bonhoeffer, un pastor protestante, mártir de la resistencia que en 1930 se enfrentó a Hitler, siendo ahorcado por un gobierno autoritario. A él le sucedió lo mismo que a nuestro pastor en Salamanca, Atilano Coco. La historia de estos cuatro hombres es muy parecida, ellos querían proteger a las personas de los gobiernos tiranos y pagaron con su vida, Unamuno con su posición, con su libertad. Cuando escuchamos la historia de la amistad de Atilano Coco y de Miguel de Unamuno pensamos “también hemos escuchado esta historia antes”, la del mártir alemán y su amigo que después fue profesor en Inglaterra.

Ch.A.: Es la fuerza del diálogo.

D.R.W.: Nuestro primer encuentro en Salamanca con el reverendo Rubén fue en el Café Novelty y no teníamos ninguna idea del significado de este lugar histórico hasta que Rubén nos contó que era donde Unamuno se reunía con sus amigos entre los que encontraba Atilano Coco, el pastor protestante.

Ch.A.: Ya tenemos más puntos en común aparte de la chova piquirroja, del medallón de Wellington, de George Borrow, el viajero vendedor de biblias que escribió un libro sobre sus viajes por España y que habló de Salamanca.

D.R.W.: Confluencias y convergencias, sí.

Reverendo Rubén Leginos: Si me permiten, se celebró en Salamanca el aniversario de la visita de George Borrow en nuestra iglesia, entre el Paseo de Canalejas y San Antonio, presidido por Atilano Coco y una de las ponencias fue de Miguel de Unamuno. El pastor Coco, para celebrarlo, además de las conferencias, logró traer un coche de nuestra iglesia que era una biblioteca. Aparte de inventar el Bibliobús, Atilano Coco en dos días vendió una cantidad enorme de biblias en plenas Ferias y Fiestas de Salamanca…

Hay un revuelo de risas mientras el obispo traduce las palabras del pastor de la iglesia anglicana de Salamanca y se impone la prisa de las citas que ocuparán el tiempo del Deán Willis, quien se formó en Historia y en estudios Diplomáticos antes de ordenarse sacerdote. Un hombre de iglesia, de afán ecuménico tocado por esa gracia de la palabra que no distingue de lenguas ni de religiones. Ni de tiempos, porque en su discurso habitan los niños vestidos como el Rey Enrique II, quien instigó a sus nobles para asesinar al que fue su canciller e íntimo amigo, revive el pastor alemán martirizado quien afirmó “La iglesia permaneció unida cuando tenía que haber gritado” y regresa su amigo Eberhard Bethge a quien recuerda Willis con tanto afecto. El mismo que se profesaban, en la España preparada para embestirse, Atilano Coco y Miguel de Unamuno. Y el Deán de Canterbury, el insigne prelado en cuyas retransmisiones se colaban los gatos y los narcisos del jardín catedralicio, hace un gesto de despedida. Pocas calles más allá, como si acabaran de pintarla, la chova piquirroja espera en la techumbre de Santa Clara. El córvido que se manchó las patitas con la sangre del martirio de Tomás Becket, ahí, en la nave de su catedral. La chova piquirroja que mandó pintar la reina Berenguela. “Confluencias y convergencias”, dice, sabiamente, el Deán Willis.