Es cierto que, en 2011, siendo Zapatero Presidente del Gobierno, ETA comunicó su decisión definitiva de abandonar la “lucha armada” –satírica expresión que significaba dejar de asesinar a inocentes-, pero también lo es que sigue muy vivo su recuerdo y el decidido apoyo de no pocos habitantes del país vasco, dispuestos a homenajear a los responsables de tantos crímenes. También abundan los que se niegan a condenar esos delitos y siguen dispuestos a poner en escena las consignas callejeras de la época más dura. Sí, de momento, ETA ha dejado de matar, pero no de existir. También, en mayo de 2018, con Rajoy en La Moncloa, la banda terrorista anunció el desmantelamiento de sus estructuras y el cese de su actividad política, pero no se olvidó de añadir su mensaje: “La crudeza de la lucha se ha llevado a muchas compañeras y compañeros para siempre. Otros están sufriendo la cárcel o el exilio. Para ellos y ellas nuestro reconocimiento y más sentido homenaje”. De las verdaderas víctimas, como siempre, ni una palabra.
Ha bastado el paraguas de la ley de Memoria Democrática para que los mentores de la organización ya no se escondan a la hora de reclamar con mensajes lo que antes pedían con el dedo en el gatillo. Por si hacía falta alguna razón que justifique el “Abrazo de Pamplona”, según Sánchez: “se trata de restablecer la memoria de los vascos que lucharon por la consolidación de la democracia”. Es curioso que el nuevo alcalde de Pamplona, en su anterior mandato, no fuera apoyado por el PSOE por tratarse de un simpatizante de ETA. Ahora, el Sr. Asirón no habría ganado la moción de censura sin los votos socialistas. Si las dos partes siguen siendo las mismas ¿quién ha cambiado, y por qué lo ha hecho? ¿Qué clase de democracia se pretende consolidar? Para más infamia, no han faltado los voceros de siempre dispuestos a justificar lo que ningún verdadero demócrata –incluidos no pocos socialistas- puede admitir. El procedimiento empleado para llegar a la Alcaldía está dentro de la legalidad democrática, otra cosa muy distinta es el método. A distinta escala, pero con fines paralelos, se ha intercambiado el sillón de La Moncloa por el del Ayuntamiento pamplonica. Uno y otro titular los ocuparán para dictar sus respectivas hojas de ruta: Sánchez, pasando por encima de todo lo que le pueda apartar de su sitial; Asirón, intentando aportar su concurso para llegar a la ansiada Euskalerría. Del mal el menos, Asirón sería más peligroso como profesor de historia. No pocos alumnos habrán sido convenientemente instruidos en el credo sabiniano.
Hay que reconocer que, tanto en el País Vasco como en Navarra, el terror impuesto por ETA y la ofensiva general organizada por la izquierda abertzale han acarreado graves consecuencias, tanto sociales como políticas. No en vano existen núcleos de población en los que prácticamente ha desaparecido la democracia. La banda terrorista dejó de matar porque se le hizo la vida imposible. Las FCSE y la colaboración internacional la pusieron contra las cuerdas. Poco a poco iban cayendo los cabecillas y cualquier conato de atentado era abortado antes de tiempo. La disyuntiva era clara: si continuaban la acción, acabarían todos ante la justicia. Por lo tanto, que nadie vea en su decisión de abandono de las armas la menor señal de rendición. ETA llegó al convencimiento de que, ante la dificultad de seguir empleando la violencia, el camino de la política podía ser la herramienta adecuada para conseguir sus fines. Zapatero abrió la caja de las concesiones y Sánchez las ha hecho efectivas en términos nunca esperado por la banda. Hasta ahora, todo han sido privilegios y los responsables políticos están entusiasmados. El problema será el día que se cierre el grifo de los regalos y se abra el de las obligaciones. Cuando la ley ha enseñado los dientes a los simpatizantes con el terrorismo etarra, ya se han producido actos violentos, que no han llegado a mayores porque ambas partes han “levantado el pie”. El día que una de las dos quiera seguir adelante será el momento de saber hasta dónde están dispuestos los abertzales a aguantar en paz.
Con bastante frecuencia, después de un período de aparente inacción terrorista, suele haber algún atentado y ninguna de las organizaciones lo reivindica. No se puede bajar la guardia. Tras el desafuero de Pamplona, ya se ven pancartas y se oyen consignas que teníamos archivadas. No son buenos principios. En cuanto la sueltan del ramal, vuelta la burra al trigo. ¡Ojalá me equivoque!
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