Joaquín tiene un problema: su bar está en un barrio de la ciudad. Trabaja en la hostelería desde hace veinte años. Sus padres le dieron estudios, pero él, como que no veía aquello, y se puso detrás de la barra del bar que regentaban. Aprendió el oficio enseguida, era listo. Y cuando conoció a María- que tampoco era mucho de libros- pusieron un bar. Pidieron para ello un crédito. El bar no está en el centro, sino en un barrio obrero de la ciudad. Tienen su parroquia fija, ya se sabe, el señor Antonio, cojo de cuando la guerra, fue militar, pero de escasa autoridad; “yo me fui dejando llevar (decía él con sorna y cierta melancolía) y me acomodé. La verdad es que pensé hacer el curso para sargento, pero lo fui dejando, lo fui dejando…”. Luego está Estanislao, que le falta un hervor creo yo, cuando anda de broma es un poco chufla, pero si pierde el Madrid llega envenenado e incomoda a la gente con sus voces y extravíos, como que está un poco pallá. No se le puede hacer mucho caso porque si le sigues la corriente al final te enzarzas. Pero lo tiene Joaquín en el bar todos los días, es un fijo. Mercedes tampoco falla, limpia los cristales de cinco portales de la zona. Día sí, día no, queda con la peluquera de al lado y una chica de la frutería (bueno, que tiene de todo, lo que antes llamábamos un ultramarinos) y alumbran alrededor de una mesita del bar una cháchara de cuitas que a más que Joaquín pone la oreja, no hay forma de enterarse.
Comen en el bar y atienden las necesidades de sus dos niños (siete y diez años) como buenamente pueden. Luchan por llegar decentemente a fin de mes. La madre de María ayuda con los niños y los gastos. Joaquín pidió hace dos semanas subvenciones que prometió el ayuntamiento para mejorar negocios. Quiere cambiar la cafetera que está ya muy vieja, la compró de segunda. Y poner un expositor para los pinchos más moderno.
Es que el bar está en un barrio y ahí la cosa cambia. Porque todos dicen: “los de la hostelería os estáis forrando, siempre tenéis los bares llenos”. Pero no es así. Los negocios del centro si se apañan con generosidad, ganan dinero, pero nosotros nos las vemos y nos las deseamos. Si no fuera porque los fines de semana María borda la chanfaina y el revuelto de ajetes, que es cuando se llena en bar, Nanai de la china. Que hay que estar aquí diez horas seguidas para saber qué es esto – dice Joaquín. Y tiene más razón que un santo.
Cierra los lunes por descanso. Ligeramente encorajinado va ligero al Ayuntamiento. Lleva la papeleta de lo que prometían en las elecciones por si hay que recordarles.
Largo pasillo, pequeñas oficinas, casi la mitad vacías. Es la hora del café. Buenos días.
Vengo por lo de la subvención. ¿qué hay de lo mío…?
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