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Veinteañera y prenovicia: ¿cómo es la vida de los jóvenes salmantinos que pertenecen a congregaciones religiosas?
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Claudia Hernández y Pablo Bernal

Veinteañera y prenovicia: ¿cómo es la vida de los jóvenes salmantinos que pertenecen a congregaciones religiosas?

Actualizado 29/12/2023 09:18
Berta Joven

Conventos, monasterios y comunidades se vacían paulatinamente ante la falta de vocaciones, pero algunos salmantinos resisten y llenan las iglesias de savia nueva.

Claudia Hernández tiene veinte años y es de Salamanca, pero vive en Sevilla, donde estudia 3º del Grado en Psicología. Madruga un poco más que sus compañeros porque antes de ir a clase dedica un rato a rezar en comunidad. Y es que Claudia es una estudiante con una vida un poco particular: es prenovicia de los Sagrados Corazones, es decir, se prepara para ser monja. Eso quiere decir que compagina el estudio con las catequesis, el voluntariado y otros proyectos sociales de su comunidad. “La vida dentro de una congregación religiosa la definiría a través de la sencillez. Es una vida comprometida y entregada: intentando estar en el mundo, vivir de forma coherente entre lo que crees/eres/vives…”, afirma desde el humilde barrio sevillano Amate, donde vive y su congregación tiene un proyecto de acogida a madres y niños de la cárcel.

Esta joven, antigua alumna del Colegio de las Trinitarias, entró en contacto con los Sagrados Corazones desde Molokai, un grupo de voluntariado que coordinan jóvenes y que está vinculado a la congregación, a Cáritas y a la Pastoral Juvenil de la diócesis de Salamanca. En este proyecto hay distintas actividades: personas sin hogar, residencia de personas mayores, niños del barrio de Pizarrales… “Aquí comencé a formar parte y a conocer la congregación: primero en una residencia, luego en la ludoteca de Pizarrales y después empezando a coordinar estas actividades”, recuerda.

¿Qué lleva a una chica tan joven a querer ser religiosa? “Vivir una experiencia profunda de un Dios que me ama, y que siempre me acompaña, un Dios que me envía a vivir desde Él de forma radical en el mundo. Elegí vivir esta vocación dentro de los Sagrados Corazones al principio por el testimonio de las hermanas que la forman: son mujeres muy alegres, entregadas a los demás, mujeres completas y formadas, mujeres que viven verdaderamente el mensaje de Dios. Y a través de este testimonio supe principalmente que yo me sentía llamada a vivir así”.

Pablo Bernal tiene 33 años y es otro salmantino religioso de los Sagrados Corazones, también residente en Sevilla. Ha sido ordenado recientemente como diácono y a final de curso será sacerdote. Vive con otros cinco hermanos en el colegio San José Sagrados Corazones, donde es profesor de Matemáticas y de Religión. También es el coordinador de la Pastoral Juvenil y Vocacional de la parroquia, muy vinculada al colegio. Como Claudia, tuvo claro desde muy joven que su futuro era la vida religiosa y con 19 años entró en el prenoviciado. En la actualidad, sigue encontrando en su vocación el sentido de su existencia. “En primer lugar es que es un modo de vivir referido a Dios, a la espiritualidad y a la trascendencia, que sorprendentemente, va siendo algo más apreciado por la gente. También se valora la entrega a las personas más necesitadas y sentir que perteneces a algo mayor que tú mismo”, reflexiona.

El sostenimiento de las congregaciones en el siglo XXI pasa porque sus miembros tengan una profesión y vivan de su trabajo, una actividad que tienen que compaginar con los cuidados a sus compañeros de congregación, como haría cualquier familia. “Rezamos todas las mañanas antes de ir al trabajo e intentamos tener algunos momentos juntos de vida en la comunidad. Nosotros decimos que no somos solo compañeros de piso, sino hermanos de comunidad”, insiste Pablo.

A Claudia, los Sagrados Corazones le ayudan a “vivir una vida plena, un día a día estructurado pero libre”. “Te da la posibilidad de crecer como persona de una manera integral, en el ámbito social, en experiencia de Dios, en aceptación personal… Es una vida con muchas oportunidades, con variedad de actividades que te ayudan a desarrollar distintas cosas de ti, con formaciones que te ayudan a saber más y a entenderte”.

En esta vida de compromiso y espiritualidad, hay tiempo para la socialización y el ocio, aunque no mucho. Pablo, lector voraz, dedica ese espacio a los libros y a correr por el Parque María Luisa. “Tengo la oportunidad de hacer algún plan con gente de la parroquia o del colegio: salir a cenar o a tomar algo con gente de mi edad, aunque no es lo común”, confiesa. Claudia, por su parte, se relaciona con bastantes personas de su generación, especialmente en la universidad y en la parroquia. “Tengo la suerte de que en la parroquia de los hermanos hay bastante gente joven, por la que me he sentido muy acogida. Después de las catequesis solemos quedarnos a hablar o algunos días a tomar algo. En la comunidad hay mucha flexibilidad de horarios y de actividades, por lo tanto, con total libertad, puedo compartir espacios de ocio, de catequesis o de estudios con gente de mi edad”, cuenta.

Aunque ambos confiesan sentirse felices y plenos con esta opción de vida, son conscientes de que la Iglesia tiene mucho camino por recorrer. Pablo expresa su deseo de que los planteamientos de la jerarquía no fueran “tan anticuados”. “Para mí sería un progreso el modo en que las personas participan en la toma de decisiones en la Iglesia. Tiene que avanzar, aunque está en ello. El procedimiento para tomar decisiones en el Sínodo 2023 en Roma me parece revolucionario y creo que eso marcará la iglesia de todo el tercer milenio. Se está intentando una búsqueda de consensos en la que participa todo el mundo, religiosos y laicos”. El diácono también destaca la reflexión ecológica de la iglesia en los últimos diez años, de la mano del compromiso con los pobres. “Ojalá se abriese a un estado de igualdad de la mujer en la estructura de la iglesia”.