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Repensar el vacío
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Repensar el vacío

Actualizado 29/12/2023 07:52
Álvaro Maguiño

Arranco un libro de mi estantería. Sale planchado, impoluto e incluso me atrevería a decir incólume. Es de tapas blandas, por lo que me gusta tratarlo con el respeto que solo reservo a los objetos viejos que amenazan con desintegrarse al tacto de mis yemas. Y quedan unas suaves líneas en su revestimiento azulado que me recuerda una certeza: los libros modifican su aspecto según aquellos que los resguarden. Tras de él, queda una pequeña ranura que recuerda que aún queda un lugar.

Leo en el libro innumerables citas sobre la ausencia. Es un libro de tránsito: lo puedes disfrutar en un intermedio y sirve justamente para resolver lo que trata. Es aquí cuando se me viene a la cabeza el poder de la imagen. Las imágenes se pueden desarrollar como un recordatorio. Y cuanto más necesario sea el recordatorio, más sugestiva será la imagen.

En el Barroco se llevó al extremo la necesidad de transmitir a través de las artes. El historiador del arte Émile Mâle consideraba que el arte barroco era el arte de la contrarreforma, un estilo con un potente mensaje teológico al servicio de la Iglesia. Con las imágenes marianas dolorosas debemos sumar que existen en condición narrativa, piadosa y, aunque de forma muy olvidada, como justificación dogmática. Esto es, estas imágenes particulares funcionan tanto en representación como en presentación.

La mejor manera de entender esto es a través de las dolorosas advocadas como “Soledad”. Esta denominación nos obliga a entender la imagen después de la sepultura de Cristo, de ahí la soledad. Es una representación de la Virgen María, comúnmente enlutada, con un lastimoso llanto. Pero a la vez es una presentación, pues sustituye—presenta— dos ausencias: la de María y la de Jesús. Representar la soledad de María es una manera de presentar la falta de Cristo, a la vez que se remarca el sentido piadoso de sufrir como lo hace ella.

El sábado pasado veía en Valladolid, en el convento de Santa Isabel de Hungría, una imagen de la Soledad que me recordaba todo lo que he dicho. Al igual que el libro que saqué dejó una pequeña ranura, contó el agradable guía que en este convento quedó vacío un pequeño retablo donde terminó por alojarse una escultura que tomó por nombre “Soledad”.

Ahí comenzaba el relato por presentar la ausencia a través del nombre. Debajo suya, luce una inscripción en latín alusiva a la institución de la eucaristía. Comprendo que todo el compendio tiene un nuevo significado. Es un palimpsesto: se reescribe un fragmento y ahora todo suma en valor. Hablo del valor del azar, aunque más bien es el valor de revalorizar. La necesidad de rescatar una devoción ha derivado en miradas dirigidas a una imagen buscando el mismo fin con el que fue creada. Ahora, en su retablo, la Soledad ha modificado su aspecto.

Cuando termino de leer el libro, lo devuelvo a su sitio. Conservo sus palabras y su sensación entre mis dedos. De la soledad tengo unas cuantas fotos en mi móvil.

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