De lo que habló el rey en su alocución navideña es de la Constitución, tema necesario pues sin ella “no hay paz ni libertad”.
Se podrá pensar que Felipe VI es muy reiterativo con su alusión, pero es que “fuera del respeto a la Constitución no hay democracia ni convivencia posibles”. Y por si no quedase suficientemente claro, fuera de ella “no hay libertades, sino imposición”, “no hay ley, sino arbitrariedad”.
Es comprensible, entonces, que el monarca haya citado casi tantas veces la palabra Constitución como minutos ha durado su intervención navideña, porque si hay una norma constantemente atacada, incluso por miembros del propio gobierno es la ley fundamental. No se puede decir, pues, que el rey no haya sido previsible en sus palabras, como resulta también que es una persona absolutamente previsible en todas sus actuaciones, cosa conveniente para el país, pues no hay nada más errático y arbitrario que un soberano imprevisible.
Dentro de esa defensa férrea de la Constitución han entrado también los conceptos de unidad nacional y pluralismo político, que no son excluyentes sino complementarios, mal que les pese a sus detractores. Porque esa previsibilidad de que ha hecho gala el rey también ha sido una constante de sus enemigos. Veamos sino las declaraciones de éstos, en las que los adjetivos más suaves han sido los de “irrelevante” y “decepcionante”. Incluso la líder de Unidas Podemos, Ione Belarra, ha llegado a vaticinar que el actual será el último soberano de su dinastía.
Véase, pues, lo atinado de la defensa constitucional en la que todos los socios del Gobierno se muestran contarios a ella, Desde la alocución de Octubre de 2007, cuando el golpe de Estado de los separatistas catalanes, la Constitución y la Monarquía han sido dos instituciones a batir por sus enemigos, a la vez que un refugio de quienes creen en la igualdad de todos los ciudadanos. Por eso, la reiteración en su defensa no resulta un vicio, sino una virtud necesaria por repetitiva que resulte la alusión a ella.
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