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Prohibido
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Prohibido

Actualizado 20/12/2023 07:58
Raúl Izquierdo

Tengo la sensación, y a lo mejor es sólo una apreciación subjetiva, de que cada vez hay más prohibiciones. El señor estado, que tiene esa facultad para regular la vida de la ciudadanía, va invadiendo más terreno que correspondería a la libertad individual. Y poco a poco, nuestro ámbito de tomar decisiones se va limitando, porque papá sabe muy bien lo que me conviene y lo que no. Si a eso le juntamos nuestra comodidad y miedo a equivocarnos, tenemos un cócktail anestesiante y conformista. Porque si otros toman decisiones por mí, no tengo que preocuparme de acertar o no, y la responsabilidad no será mía. Hombres y mujeres a los que se les va robando su capacidad de decidir aún a costa de equivocarse y hombres y mujeres que prefieren no decidir.

Prohibiciones sobre el tabaco, sobre el alcohol, sobre los toros y los espectáculos, sobre los alimentos, sobre el lenguaje, sobre el contenido de los chistes, sobre cómo escribir, la vestimenta… El estado sabe lo que me conviene, lo que está bien o mal y vela por mis intereses y seguridad, así que no tengo nada de qué preocuparme y sólo obedecer como buen corderillo o corderilla. Los jefes o jefas mediocres así piensan: buenos empleados son los que obedientes a ciegas, los que no rechistan, los que cumplen sin cuestionar las normas y las leyes. Es ésta una de las características de los estados o las organizaciones totalitarias, el prohibir y mantener lo ley la norma por encima de cualquier consideración, porque somos niños y niñas pequeñas que necesitamos que alguien nos guíe y lleve por el buen camino. Sólo las cabezas dirigentes saben lo que es bueno para nosotros y lo que nos conviene, inoculando este virus sin darnos cuenta y llegando a pensar que somos mejores cuanto más obedecemos sin cuestionar y sin abrir la boca.

Vaya por delante en que creo que la obediencia es un valor necesario para una vida en común. Si no estuviéramos sometidos a ciertos criterios impuestos por la autoridad pertinente, la organización de la vida diaria pública sería caótica. Pero también creo en una obediencia crítica, y por supuesto, creo que hay aspectos de la vida personal que no son delegables en ningún gobierno ni entidad públia. Si yo decido comer bollos porque quiero, es mi decisión. Evidentemente, sé que el abuso del azúcar puede conllevar problemas de salud y conozco las consecuencias, pero con ello, tomo una decisión aunque sé que me puede perjudicar. Incluso si mi decisión conlleva unos costes médicos, seré yo quien tendrá que asumirlos, y no el colectivo de la ciudadanía. Lo contrario, que alguien decida por mí, es paternalismo e infantilización de las personas, como si no fueran capaces de decidir lo mejor o como si no tuvieran el derecho a equivocarse.

Cierto es que hay que trabajar desde la familia y las instituciones educativas en educar a personas con criterios para tomar buenas decisiones para uno mismo y para el colectivo de la sociedad. Ciudadanos y ciudadanas libres, con capacidad de cuestionamiento y de saber elegir. Pero este camino es más largo y difícil que el de decidir por otros sin más. Educar es entre otras cosas, sacar lo mejor de cada persona y dar herramientas para que los niños y las niñas vayan creciendo en autonomía, competencias y capacidades personales.

Agradezco todos los consejos, no las imposiciones, pero al final, ¡dejadme equivocarme! Sólo así aprenderé y sólo así tendré la seguridad de que tomo las riendas de mi vida. La libertad personal es uno de los mayores tesoros que tenemos y por ella, muchos hombres y mujeres han luchado y luchan, aún a costa de su propia vida. Son muchísimos los ejemplos de lugares en el mundo en donde vestirte como quieres, decir lo que piensas o amar a quien quieres te cuesta años de cárcel o la propia existencia.

Así que uno de mis deseos para el próximo año es que tomemos más decisiones, aunque podamos equivocarnos. Que se prohíba menos y se motive más. Que se prohíba menos y se respete más. Que se prohíba menos y nos escuchemos más y mejor.

De todas formas me temo que si hay una revolución, un brote de desobediencia civil de ciudadanos y ciudadanas libres dispuestas a desafiar las prohibiciones que tocan nuestros ámbitos personales, o una rebelión social ruidosa o silenciosa, no saldrá de mi querida Castilla y León, que ya tuvo bastante con la oposición al emperador de turno a través del movimiento comunero. Mejor ser borrego con cabeza a león sin ella…

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