Por estar próximo el Centenario de la profesión como Hija de María Auxiliadora y los 20 años de su beatificación por San Juan Pablo II, un grupo de religiosas salesianas y devotos de Sor Eusebia Palomino Yenes llevaron a cabo, el pasado día 16, Ia primera Peregrinación a los lugares donde vivió su niñez la beata de Cantalpino. Aquella niña de cuerpo menudo, nacida en un hogar muy humilde y siempre dispuesta a hacer el bien, cumplió a la perfección su hoja de ruta en este mundo y consiguió pasar al otro en olor de santidad. Una perfecta definición de la vida terrenal de nuestra protagonista es la dada por la FMA, Sor María F. Núñez Muñoz: “Una vida entregada a Dios sumamente amado, y gastada hasta el último aliento en darlo a conocer y amar”.
Las ansias por recorrer los pasos de nuestra paisana han hecho que este grupo de devotos, venidos de toda España, haya querido adelantarse unos días para visitar Cantalpino y Salamanca, lugares donde transcurrió su niñez y adolescencia. Estas dos localidades, junto a Barcelona y Valverde del Camino, donde llegaron su juventud y madurez religiosa, fueron las únicas que ocuparon los 35 años de su corta vida.
Las Hijas de María Auxiliadora, con el sano deseo de mantener vivo el recuerdo de su compañera de Congregación, han adquirido todas las propiedades que limitaban con la pequeñísima casa donde nació Sor Eusebia, dando lugar a un precioso Centro de Espiritualidad “Sor Eusebia Palomino” que ya se ha convertido en la meta de una nueva ruta de peregrinos, procedentes de todo el mundo. Valverde ya es del Camino y, desde aquí, queremos proclamar que ya existe el Camino de Cantalpino.
En una vida nada fácil, la pequeña Eusebia dejó pronto al descubierto unas virtudes nada corrientes para una niña de tan corta edad. Por verdadera necesidad, antes de ir a la escuela ya efectuaba labores como recadera o cuidadora de bebés. En esa etapa, la humildad, el profundo amor a Dios, la especial dedicación a los demás y su constante alegría no parecían los propios de una niña que carecía de lo más necesario. Una niña que vivía en una familia muy unida, sí, pero que pasaba verdadera hambre; que en la escuela jugaba con otras niñas que, con la falta de criterio propia de la edad, la miraban con ciertos aires de superioridad. Pero Eusebia ya tenía muy clara su intención de ganar el cielo. Cualquier ocasión era aprovechada para dejar constancia de su mensaje. Sus compañeras lo comprendieron cuando se hicieron mayores. Siempre se ha dicho que la fe mueve montañas, pues bien, la fe de Eusebia Palomino fue una curva ascendente desde su nacimiento hasta su muerte.
Habiendo sufrido su padre un accidente laboral que le dejó imposibilitado para las labores del campo, el hogar se quedó sin más ingresos que los procedentes de un minúsculo huerto familiar donde la madre recolectaba algunos frutos para proporcionar algunos alimentos en cortos períodos del año. No daba para más. Media docena de gallinas mal alimentadas eran claramente insuficientes. Eran imprescindibles otros ingresos. De los ocho hijos que tuvo el matrimonio, sólo tres superaron la niñez y Eusebia era la segunda de tres hermanas. Cuando tenían la edad suficiente para ser sirvientas de una casa o ayudar en las labores del campo, debían abandonar la escuela para ayudar al sustento del hogar. Con una firmeza impropia de la edad, Eusebia quiso acompañar a su padre mendigando por las dehesas y pueblos próximos a Cantalpino. Agustín, trabajador por cuenta ajena, sentía vergüenza para mendigar por su mismo pueblo donde tenía fama de buen cumplidor. Quería hacerlo donde no le conocieran. Padre e hija emprendían la marcha con el único deseo de volver pronto al hogar aportando víveres para otra temporada. No siempre fue el maná, pero Agustín sabía que el saco volvía más lleno cuando iba con su hija. La niña seguía aprovechando su gira para extender el amor a Dios y a la Virgen. Aquello impresionaba a las personas mayores. Nunca habían visto una cría que se expresara en aquellos términos. El regreso siempre era al anochecer –Eusebia se adelantada y Agustín, por vergüenza, permanecía en el extrarradio hasta que llegaba la noche.
Llegó el momento y Eusebia entró como sirvienta en un hogar de Salamanca situado en la calle Bordadores. Sirvió en otras casas del entorno del Campo de San Francisco hasta que algo mucho más elevado que el destino la llevó como sirvienta al Colegio que las salesianas tenían en la Cuesta de Sancti Spiritus. Allí supo a quién pertenecía la imagen que un día vio pasar frente a la Clerecía, y nunca más la sacó de su corazón. María Auxiliadora llenó para siempre su vida y la guio hasta su muerte. La que comenzó como sirvienta acabó como aspirante a novicia porque Dios y Eusebia así lo deseaban. No paró hasta conseguirlo. Era consciente de sus limitaciones intelectuales y de la imposibilidad de que sus padres pudieran aportar la dote, pero sabía que para Dios todo es posible y Eusebia fue como novicia a Barcelona.
Con algún sobresalto y con repetidas muestras de que se trataba de un alma privilegiada, profesó como Hija de Mará Auxiliadora el 5 de agosto de 1924, y el día 24 llegaba a Valverde del Camino la ya Hermana Eusebia Palomino. Las niñas ven a una monja no muy agraciada que se encarga del lavadero y de la cocina y ella, deseosa de seguir llevando a cabo su constante labor de pastoral, pronto se ve rodeada de niñas y de mayores que se entusiasman con sus explicaciones y sus consejos. Pronto se corre la voz y aquella humilde monja, con una cultura muy limitada se convierte en la fuente donde van a beber las madres de las alumnas, algunos seminaristas y sacerdotes.
Sor Eusebia vuelve a hacer de las suyas. Desempeñando los oficios más humildes de la casa, se convierte en el foco que ilumina todas las almas. Pronto aparecen las cosas inexplicables. En la cocina dicen que han acudido a su pequeño gallinero y ya no hay huevos. Eusebia contesta a las niñas que miren bien y, donde cinco minutos antes no quedaba ninguno, ahora hay los suficientes. Como descendiente de hortelanos, habilitó una esquina del patio como pequeño huerto. Plantó brotes de diversas verduras y, acto seguido, mandó a unas niñas que fueran a recoger los frutos. Para su estupor, comprobaron que, efectivamente, había verduras maduras. Sor Eusebia presencia en sueños acontecimientos lejanos, como el entierro de su padre; tranquiliza al pueblo de Valverde esparciendo medallas por todos los accesos cuando los mineros de la zona promueven graves altercados, asaltando e incendiando haciendas y profiriendo insultos a la Iglesia. Ante la grave situación política, y previa consulta con su confesor, ofrece su vida por la salvación de España. Sosiega a más de un conocido tras asegurar que España entrará en guerra civil, sus familiares irán al frente, pero volverán sanos y salvos.
La salud de Sor Eusebia comienza a dar señales que presagian un final no muy lejano. El dolor aumenta, pero la ofrenda hecha con todos los sentidos lo transforma en satisfacción del deber cumplido. Toda la enfermedad, y en especial sus últimos días, constituyen un modelo de entrega a Dios. Esa expresión del triunfo final concede a la enferma la condición de alma madura para la santidad. Todo el mundo piensa que acaba de morir una santa. El ayuntamiento socialista de Valverde concede una sepultura y asiste en pleno a su entierro.
Las extraordinarias condiciones que se dieron en la confección de un cuadro, llevado a cabo por un pintor sin manos, fueron reconocidas como milagro por la Iglesia y Sor Eusebia fue beatificada por San Juan Pablo II, el 25 de abril de 2004. Desde entonces, Valverde del Camino, lugar donde reposan sus restos, y Cantalpino, donde permanecen sus raíces, son los dos extremos de un nuevo Camino de Peregrinación.
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