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Ojitos de huevo
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COLES DE BRUSELAS, 70

Ojitos de huevo

Actualizado 11/12/2023 08:26
Concha Torres

Necesito reírme, a ser posible a carcajadas, y no creo ser muy original por ello. Vivo en un lugar donde en este momento a las cinco de la tarde es noche cerrada y el resto del día uno se pregunto si de verdad ha amanecido; no creo en la meditación ni en las religiones consoladoras, no me doy al alcohol ni el trabajo lo es todo en mi vida así que la medicina más sana y barata que conozco para curar la melancolía invasora de estos días sin luz es la risa.

Necesito reírme escandalosamente y, a medida que los años pasan, es cada vez más complicado encontrar algo que provoque esa risa que oxigena el cerebro y te deja agujetas en las costillas. El cine siempre fue una apuesta segura cuando había grandes cómicos (ahora escasos) y por suerte, existen las decenas de plataformas plagadas de películas y series donde rebuscar ese rato de risa sanadora. El último hallazgo ha sido una serie mexicana, “Ojitos de huevo” que les recomiendo por simpática e hilarante y porque no es nada usual que sus no menos hilarantes protagonistas sean dos jóvenes de provincia que hartos de la estrechez de su ciudad y de la sobreprotección de sus padres se marchan a intentar ganarse la vida en la capital (México DF, una de las ciudades más peligrosas del mundo) siendo el uno ciego y el otro paralítico cerebral que apenas puede caminar sin unas muletas que le roban constantemente. Y hasta aquí puedo contar sin destripar (espoilear en castellano moderno) demasiado la cosa.

Me dirán ustedes que aquí ya hicimos la exitosísima “Campeones” de Javier Fesser, y que ya es un tema amortizado; pues les aseguro que los cuates mexicanos van bastante más lejos en lo suyo, riéndose de ellos mismos como nadie, haciéndonos reír a los espectadores hasta el llanto sin dejar ningún charco sin pisar y sin querer hacer una comedia inclusiva, adjetivo este último que, por manoseado, empieza a ser cargante y falso en estos tiempos de algodones en los que untamos al lenguaje con una capa de almíbar que no sirve para casi nada. Excuso decirles que el lenguaje empleado en los cortos pero intensos ocho capítulos de la serie es cualquier cosa menos políticamente correcto y quizás ahí resida una de las claves de su éxito: tantas vueltas y sinónimos queremos encontrar para ciertas cosas en la vida que el sinónimo es más insultante que la palabra original.

“Ojitos de huevo”, el personaje central, además existe, se llama Alexis Arroyo y es un conocido monologuista mexicano que no apuesta por la inclusión sino por la diversidad, celebrándola con todas sus letras y llamando ciego al ciego y a su mentor “el cojo feliz” (que lo es, cojo y feliz) y enseñándonos a todos la valentía que hay que tener para andar por la vida no solo sin ver, sino asumiendo ciertas cosas propias, sean la ceguera, los dientes torcidos o el mal genio; toda una lección de vitalidad y energía en cada uno de sus ocho capítulos. De esas lecciones de vida yo he sido la afortunada alumna de mi tía Carmela que, bien pasados sus setenta años que jamás imaginábamos que alcanzaría, se ríe del lenguaje, de quienes quieren torcerle la voluntad, (que la tiene y mucha) y de las piedras en el camino y de su vejez que no es más ni menos vejez que la de todos aquellos que han llegado a su edad. Ella es el renglón más honesto y fiel de una familia enorme en la que nació, en un tiempo en el que a los que eran como ella había quien los bautizaba como “renglones torcidos de Dios”; o como bien dice Ojitos de huevo: “tenemos todas las piezas, pero nos las encajaron mal”.

Y aunque el lenguaje inclusivo, almibarado y artificioso me canse y a veces hasta me indigne, va siendo hora de que la Constitución española, a quien deseo larga vida hoy que escribo estas líneas en su día, deje de referirse a estos seres como “disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos” (Artículo 49); una cosa es el reír y saber reírse con ellos y otra cosa es no saber terminar con lo que no tiene ninguna gracia. Disminuidos somos todos, que ya venimos al mundo con fecha de caducidad y sin posibilidad de cambiarla; unos con las piezas en orden y otros con las piezas mal encajadas. Y a veces no se sabe muy bien quienes son los unos y los otros...

Concha Torres

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