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Cómo empezar la tarta
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Cómo empezar la tarta

Actualizado 11/12/2023 08:30
Francisco López Celador

A este presidente tan progresista que nos ha tocado en suerte le aparecen constantemente vicios muy peligrosos. A todos los conocidos hay que añadir el de ser excesivamente goloso. Desde que consiguió sentar sus reales en La Moncloa, ha mostrado su especial apetencia sobre un determinado dulce. Cada vez que lo ve, o se lo mientan, la boca se le hace agua. Sus médicos ya le han avisado del peligro que entraña ese hábito: puede sufrir la conocida enfermedad de “diabetes de poder”. Se muestra con una patología muy definida: disminuye el HDL (Honor, Deber y Ley) y aumenta el LDL (Largo Despotismo Lucrativo). Cuando se superan los límites que marca la ciencia, se corre riesgo de sufrir un grave accidente que inutilice el corazón de la buena marcha y el bienestar, y un derrame que deteriore el cerebro que dirige la ley y el orden.

El dulce en cuestión es en realidad la tarta tan apetecida por infinidad de españoles, que se llama Constitución. Nuestra Ley de Leyes nació con el visto bueno de una mayoría aplastante de ciudadanos. No, no fue aprobada “a la búlgara”; votaron “sí” más del 88 %, y “no” menos del 8 %. Como toda obra humana, es susceptible de mejorar y, de hecho, se establecen los requisitos para hacerlo.

Unos por propia iniciativa, y otros arrastrados por la masa, está tomando cuerpo una corriente auto definida como progresista que tiene interés en cambiar, no sólo la redacción de algunos artículos, sino la esencia que guio a los llamados padres de la Constitución. Es decir, quieren cambiarla, pero no como se establece en la actualidad sino con su particular fórmula. Se trata de ningunear lo dispuesto en la ley con una redacción grandilocuente, pero vacía, que no afirme ni niegue nada, pero que deje un resquicio por el que se cuele su verdadera intención. Luego vendrán los recursos, que suelen tener una hoja de ruta conocida: o no se admiten a trámite o, si se admiten, serán convenientemente vapuleados en la instancia suprema.

Lo sucedido con la llamada ley de la amnistía ha sido una muestra real de lo que podemos esperar de este gobierno. Está visto que la Constitución no representa una barrera infranqueable. Se la ataca por retaguardia, con nocturnidad y alevosía, aprovechando el caballo de Troya que se ha colado en algunos organismos de nuestro sistema jurídico.

Como los redactores de 1978 conocían muy bien la idiosincrasia de sus paisanos, no todas las artimañas previstas tienen posibilidad de prosperar con éxito. Habrá conatos de reforma que no pasen la votación o el dictamen previo. Si se diera esa circunstancia en el mandato de Sánchez, estaríamos ante un fenómeno absurdo, porque nunca ha soportado que le lleven la contraria. No me lo imagino ante un fracaso anunciado. Como es astuto, siempre evitará esa situación.

Lo que nos espera en adelante si las alianzas no se rompen, es una serie de maniobras para meter mano a esa tarta tan deseada por Sánchez. Los votos necesarios para sacar adelante cualquier reforma están muy lejos de ser alcanzados por el revoltijo progresista. Hay que acercar más los extremos. Su ideal sería un nueva basada en la progresista ley del embudo. Bastaría con encontrar la forma de favorecer a las minorías independentistas y penalizar a las mayorías retrógradas y ultramontanas. Nótese que en España ya no hay extrema izquierda, todo es progresismo, resiliencia, gobernanza y permanencia en el cargo. Por el contrario, persiste la derechona, la extrema derecha, los franquistas, y los fachas. Parece ser que ya no quedan españoles cabales que no sean de izquierdas. A la derecha de la izquierda, sólo está el muro.

Poco a poco se irán socavando los cimientos de la Constitución hasta que se derrumbe ella sola. Ahora han sido las prisas para sustituir el término “disminuido” por el de “discapacitado”. Sin ser especialista en la materia, creo que en el concepto de “disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos” están comprendidos todos los discapacitados. Pero claro, los padres de la Constitución cometieron el imperdonable fallo de no incluir el binomio “disminuidos y disminuidas”, algo que se soluciona colocando delante el vocablo “personas”. Lo de menos es el término, lo importante es apuntarse el tanto de la reforma. Para adornar la conveniencia del cambio, basta leer el anteproyecto de la reforma del artículo 49 de Constitución. Para un nuevo artículo de doce renglones –a base de repetir palabras hasta la saciedad-, se han sacado de la manga una Exposición de Motivos de ¡cinco páginas! Se ve que el equipo de “negros” debe justificar su nada despreciable nómina.

La maniobra está muy clara. La presidenta del Congreso ha huido de toda etiqueta de imparcialidad en el ejercicio de sus funciones, y en el discurso del pasado día 6. Ha dejado bien explícito que la Constitución debe considerarse como un texto maleable, en el que ¡por qué no! pueden encajar la ley de la amnistía y las consultas de independencia. La voz de su amo.

El doctorado que tiene bien acreditado Sánchez es el de dejar cadáveres en el camino. Huye de cualquier acercamiento a los oponentes. Pasa por encima de ellos para, a continuación, ridiculizar su conducta. Comparar el encuentro de representantes del gobierno de Aznar con terroristas manchados de sangre, en las negociaciones PSO/Junts de Ginebra, es rebuscar la fórmula de rebajar al contrario para ensalzar la posición propia. Él sabe que está mintiendo –como siempre-, pero suelta la calumnia para que sea escuchada por los de escaso criterio propio. Sigo pensando lo bajo que ha caído el PSOE para que no haya surgido una corriente que abomine de los métodos de Sánchez y termine expulsándole del partido, como hizo en 2017. Si no es así, acabará enterrando aquel partido que actualizó Felipe González, y consiguió gobernar en mayoría. Los verdaderos socialistas –si queda alguno- nunca esperarían este desenlace.

La oposición parece que no ha escarmentado. Ante este estado de cosas, no debe morder el anzuelo. Si no se pliega a sus caprichos, será tratada de insolidaria; pero si lo hace, será ridiculizada en los círculos particulares. Estar en contra de esta política ya no es cosa de nostálgicos, es el deber de luchar por la preeminencia de la soberanía nacional. Con la ley por delante, pero sin bajar la guardia ni tolerar un desafuero, hay que quitarle la tarta de las manos. No por su bien sino por el nuestro.

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