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El escultor Severiano Grande escribe en piedra a Luis de Góngora
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ITINEARIOS SALMANTINOS

El escultor Severiano Grande escribe en piedra a Luis de Góngora

Actualizado 07/12/2023 09:39
Charo Alonso

El artista de Escurial de la Sierra es el autor de una bellísima pieza de gran tamaño en la calle de Juan de la Fuente, junto a al Iglesia de San Pablo

Tiene Salamanca calles diminutas que guardan el secreto de su gracia, el detalle y el muro que requieren de la atención del paseante… y sin embargo, es nuestra prisa cotidiana la que trata de conjurar el fotógrafo peripatético que retrata el rincón recoleto, la callecita que une la impresionante rotonda a la sombra de la inmensidad de Los Dominicos, donde comienza la Gran Vía señorial, con la pequeña, provinciana placita de Cristóbal Colón, patio ajardinado de la iglesia de San Pablo, templo de piedra.

Y es frente a este muro bellísimo en su colorido que adorna la Calle de Juan de la Fuente, aquel que fuera doctor de la Universidad de Salamanca e Inquisidor en tiempos de los Reyes Católicos, donde se levanta uno de los poemas de piedra más hermosos de esta ciudad de escultores. Quiso Salamanca homenajear al poeta conceptista cordobés Luis de Góngora, estudiante de la universidad nuestra –aunque no consta que lograra título alguno- y lo hizo con una obra del artista de Escurial de la Sierra Severiano Grande, tan cercano a la poesía gracias a su hermano Félix, tan original en sus propuestas como el autor barroco que se llamó a sí mismo en un poema “Segundo Lazarillo en Castilla”.

Tiene Amador Martín querencia por esta pieza de gran tamaño que se asienta en el verde del diminuto jardín de calle pequeña, ahí frente al lienzo de piedra de la Iglesia del Cristo que se besa en Semana Santa, pies venerados de tradición y cola que espera. Y la tiene porque esta piedra de Novelda que trabaja el escultor se deja acariciar por la luz y por los elementos. Viven las estatuas la intemperie de las estaciones, el verdín y su propia naturaleza de talla directa donde no solo incide el cincel, sino el tiempo que pasa y la mirada que se detiene sobre la obra del poeta de la piedra. Porque es Severiano Grande aquel que quiso respetar su indómita materia.

Nació el escultor a las puertas de la estribaciones de esa Peña de Francia cuya naturaleza mercurial marcó la esencia de su trabajo: “Yo también seré un día/peñasco indestructible/en la alta sierra”, escribió el artista que estudió en la Escuela de Artes y Oficios, con Manuel Gracia y Zacarías González como maestros de dibujo y Damián Villar en vaciado. Muy joven viajó a Barcelona donde siguió formándose y trabajando hasta su vuelta a una Salamanca que ha sido siempre espacio de su tarea libre y constante, directamente sobre la piedra de la que sabía extraer su auténtica naturaleza. Un conocimiento tenaz y callado que Joaquín Sánchez y Juan Figueroa, comisarios de la última exposición de la totalidad de la obra del artista, tanto en Salamanca como en su natal Escurial de la Sierra, denominaron “Nada” y definieron acertadamente como “El viaje por un artista libre”.

La muestra nos devolvió la intensidad callada de un escultor que pasó sus últimos años dedicado a su casa-museo en la planicie de Mozárbez frente a las estribaciones de la montaña. Artista siempre libre, ajeno a las tendencias y centrado en respetar la masa de la piedra, la naturaleza de una materia de la que extraer las líneas depuradas de aquello que contiene la piedra, fuerza telúrica convertida en puño de artista que se enfrenta, manos vacías salvo gubia y martillo, a la callada fuerza de su esencia.

Es dueño de la abstracción, Severiano Grande, pero el encargo quiso que se alzara en el bloque de Novelda el poema de Góngora dedicado a la Fábula de Polifemo y Galatea. Y quiso su parte de poeta retratar los versos al pie de la letra: “Una alta roca, mordaza es a una gruta de su boca”, el cíclope “Un ojo ilustra el orbe de su frente”, aparece en toda su desesperación, sosteniendo la piedra con la que acabará con el desdichado galán de Galatea, quien entregada a él parece gozar eternamente su amor de piedra. Descriptivo y narrativo, Severiano Grande detiene el momento en el que el Cíclope se aproxima a los amantes que, acunados por la piedra acariciada, disfrutan de su amor sin saber que el joven morirá aplastado y que después será convertido en río que nos lleva… El artista ha inmortalizado el instante del gozo, pechos plenos de la enamorada Galatea, y detiene la venganza del cíclope eternamente, la piedra en sus manos, el gesto desesperado.,

La composición de la leyenda tiene en la parte superior del bloque de piedra el rostro velazqueño del sufridor de los versos de Quevedo. Fue Góngora una personalidad extraña y reconcentrada, cuyos tío y padre, grandes eruditos, quisieron estudiante de Salamanca. Fue un sabio humanista en su conocimiento desordenado cual sintaxis barroca de hipérbaton conceptista, el poeta cordobés, a quien las musas entregaron el premio de su genio. Un genio oscuro, nocturno y feroz, como el ave con el que corona la piedra el escultor salmantino. Símbolo de la inteligencia y de la clarividencia, parece recordar la rapaz también el perfil del poeta, su voraz apasionamiento por la poesía, y a la vez, la naturaleza exterior de un escultor que no sabe de estudio ni de estancias cerradas, sino de cielos inmensos, de búsqueda de una piedra que le relate su verdadera naturaleza.

Salamanca homenajeó a Góngora, cierto, fechas y efemérides desempolvan el recuerdo y el reconocimiento de las grandes figuras. Pero lo hizo desde el encargo a uno de sus mayores artistas, aquel que se reconcentra sobre la piedra dura que esa sí que siente y no como la del poema de Rubén Darío. Un artista esencial, nacido en medio de la guerra, tan cerca de la Sierra de Francia, muerto en el 2021 en una Salamanca que tiene la obligación de glosar a sus escultores. Tierra dura que sí siente, piedra que es materia esencial, vacío de toda narración, forma que surge de forma telúrica de la visión original, única de un artista ahora convertido en verso mineral. Y mientras, en el tráfico de los días, se yergue el poema en piedra narrado por el poeta, tallado por el escultor, fotografiado por un paseante que acaricia cada incisión de la piedra como lo haría el artista de Escurial de la Sierra. Aquel que logró entrar en el espíritu de la piedra nos la devolvió convertida en poema, y duerme Galatea su gozo eterno, custodiada por la mirada de aquel que la contempla.

Amador Martín, Charo Alonso.