“Durante 59 años, este presbítero salmantino sirvió con entrega a la comunidad paraguaya, destacando por su compromiso social y su valiente lucha contra la corrupción. Las Diócesis de San Lorenzo (Paraguay) y de Salamanca se unen para dar gracias por su vida y orar por su eterno descanso, recordando su profundo amor a Dios y al prójimo…”
Eso dice el Servicio Diocesano de Comunicación sobre D. José María Velasco, nacido en Tabera de Abajo hace 86 años. Gracias, María Criado y Eva Cañas, por vuestro servicio continuado.
El fallecimiento de pa’í Velasco –pa'í es una expresión guaraní para designar a un sacerdote querido por su pueblo- genera en mí sentimientos contradictorios. Por una parte respeto y admiración por su vida entregada, su testimonio, su esfuerzo apostólico y sus muchos logros pastorales. Por otra, una cierta nostalgia cuando me hace recordar una pregunta que el obispo D. Mauro Rubio, que me ordenó de diácono y de presbítero, me espetó una tarde en la esquina de Alonso de Ojeda con María Auxiliadora: “oye: ¿tu estarías dispuesto a irte a Paraguay?”… Mañana mismo, le dije, bueno mejor pasado mañana, para que me dé tiempo a preparar una maleta.
Ahí quedó la cosa, porque la vocación tiene muchas dimensiones: una interna, de conciencia, como la que eclosionó en mi interior la noche previa a mi Promesa scout: Señor Jesús, ¿qué quieres que haga? Por mi parte estoy dispuesto a pedir el ingreso en el Seminario, cosa que ocurrió dos años después. La otra dimensión es exterior y viene, en concreto, en el caso de los sacerdotes, de la Iglesia, y muy especialmente del obispo.
A Don José María Velasco la propuesta le vino del Obispo Fr. Francisco Barbado Viejo que, como otros obispos españoles, se había comprometido a enviar sacerdotes a “territorio de misión”, en el caso de la diócesis de Salamanca, concretamente a Paraguay. Pa’í Velasco fue cura de Alba de Tormes y Amatos de Alba durante tres o cuatro años hasta que le llegó la propuesta del obispo, como a mí me llegó con mi primer “destino” para ser párroco de Rebollosa, el Soto, Herguijuela, Cepeda y Madroñal, en la Sierra de Francia, lindando con las Hurdes.
Mi primer contacto con pa’í Velasco fue consecuencia de un viaje al “Jamboree de los Andes”, organizado por Scouts de Bolivia, que tuvo lugar cerca de Cochabamba, Bolivia, al que asistí en representación del Movimiento Scout Católico, de España, y en el que me tocó, junto con un sacerdote argentino, ejercer de capellanes de los miles de scouts bolivianos y, en general, latinoamericanos, que participaban. Puritita improvisación, muy entrenada en los scouts, pues yo iba como mero representante y turista. Sea como fuere el caso es que viajé en uno de los dos viejos Boeing 707 de Líneas Aéreas Paraguayas, en turista y sin poder bajar la bandeja, atascada, con lo que tuve que comer sobre mis piernas, sin mancharme, por suerte. El avión llegaba a Asunción a las 7 de la mañana y yo le había dicho a José María el día anterior, por teléfono, que le esperaba hasta que él llegara. “No te preocupes, que tengo misa a las 5 de la mañana con las monjas del hospital y, si llegas puntual, te estaré esperando”… A las 5 de la mañana, reflexioné, este es otro mundo… Luego me enteré de un refrán paraguayo: “el pueblo paraguayo es el que más madruga… para no hacer nada”, lo que indica la típica baja autoestima del pueblo paraguayo que, en realidad se levanta tan pronto para trabajar, porque en el centro del día el calor puede ser tórrido y machacante.
Pa’í Velasco me llevó en su destartalado e irrompible “escarabajo” a visitar la iglesia del barrio de Trinidad, magnífica, colonial y necesitada de restauración y, lo que fue más impactante, a recorrer “los bañados”, asentamientos cercanos al río, insalubres, con caminos descarnados, imposibles salvo para un coche como ese; sin alcantarillado, con casitas levantadas con despojos de madera y chapas. Me llamó la atención el hedor de la pobreza, que luego he sufrido en otros muchos lugares del antes llamado Tercer Mundo. A las 11 me dijo: vamos a comer, que aprovechando tu llegada nos invita Leoncio Redero en la parroquia del Carmen. ¿A comer? Si solo son las 11… y es que los paraguayos siguen las costumbres de nuestros antepasados: comer a las 11,30-12, cenar a las 6-7 de la tarde. Descorcharon un buen vino chileno y pudimos disfrutar de la acogida y la amistad. Aquella parroquia parecía más rica, aunque años después pude recorrer y celebrar misa en una de las capillas del Barrio del Carmen, pobre, atestado, limpio y digno donde los haya. De ese barrio procedía Techi, catequista, Secretaria y factótum de la parroquia. Sin perder el tiempo, a las tres de la tarde, asistí a varias reuniones con grupos de catequistas, cada media hora un grupo, reuniones llevadas con cercanía, claridad y magnífica organización. Todo un ejemplo para nuestras interminables sentadas.
Mi segundo contacto fue durante el viaje de quince días que nos preparó Leoncio Redero –también sacerdote salmantino, ahora con 97 años, jubilado y físicamente limitado, más no en su cabeza y en su corazón grande como el mundo, que ha decidido también terminar sus días, cuando Dios quiera, en su amado Paraguay-. Jorge García, actual párroco de nuestra Unidad Pastoral y Cristina Almeida, abogada de Cáritas y yo mismo fuimos invitados por Leoncio a visitarle en su parroquia del Carmen, donde está la tumba de Yubero, otro misionero salmantino, y él nos acompañó a las cataratas de Iguazú y a las Reducciones jesuíticas del Paraguay. Ya estaba pa’í Velasco en Capiatá, donde ha sido párroco en Nuestra Señora de la Candelaria durante 25 años, hasta su muerte el pasado 14 de Noviembre; con él compartimos un día inolvidable en su parroquia de Capiatá.
Capiatá es una pequeña ciudad situada a una hora de coche de Asunción, en la carretera que conduce a Ciudad del Este. Teniendo como eje central unos veinte kilómetros de dicha carretera, con una profundidad de unos cinco kilómetros a un lado y otro de la misma, podemos descubrir, solo si nos fijamos, cientos de pequeños ranchitos familiares, rodeados cada uno de ellos por unas pocas hectáreas de terreno cultivable. La parroquia se centraba en la iglesia de la Candelaria, colonial y muy cuidada, y en los locales parroquiales adjuntos y bastante dispersos a lo largo y ancho de una gran Plaza al aire y bosque libres (en América los españoles pudieron desarrollar proyectos urbanísticos racionales, imposibles en nuestras antiguas, abigarradas y desordenadas ciudades peninsulares).
El primer local que se encontró pa’í Velasco al llegar fue un pequeño comedor escolar. Enseguida se puso en marcha su mente racional y su corazón de pastor: estos niños, además de una buena comida, necesitan una escuela… y otro pequeño edificio, simétrico, un aula de escuela, se añadió al comedor… y la escuela fue creciendo y, como los niños también crecen, se fue construyendo un Centro de Enseñanza Secundaria… y por la misma razón, cuando Jorge, Cristina y yo le visitamos estaba preparando la puesta en marcha de una Escuela de Magisterio y una Facultad de Informática. Para todo ello contó con pequeñas ayudas de la diócesis de Salamanca y de las Obras Misionales Pontificias. Pero el esfuerzo más importante lo hicieron los feligreses de la parroquia de Candelaria, reclamando al Ministerio de Educación lo necesario y poniendo en juego todos los recursos humanos y materiales de la parroquia y de la comunidad entera, porque pa’í José María quería que todo surgiese comunitariamente, desde abajo, única manera de que tuviese futuro cuando él faltase o se viera obligado a jubilarse por motivos de salud.
Nada de eso, esos 59 años de misión, hubieran sido posibles sin una fe profunda, una esperanza a prueba de dictaduras, pobreza, corrupción y envidias y un amor entero, permanente y cotidiano a Jesucristo y a sus feligreses.
Descansa en paz, pa’í José María Velasco, sacerdote salmantino y paraguayo. Gracias a ti, y a otros 64 sacerdote salmantinos como tú, el Reino de los Cielos ha avanzado en Capiatá, en el barrio de Trinidad, en El Carmen, en Villarica del Espíritu Santo y en su Seminario, en los Medios de Comunicación paraguayos (recordemos a José Isidro Salgado) y en todo Paraguay. Sesenta y cinco héroes casi anónimos del clero salmantino y paraguayo lo han hecho posible a lo largo de los últimos sesenta años.
Antonio Matilla
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