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Profano
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Profano

Actualizado 30/11/2023 07:51
Álvaro Maguiño

Tengo especial predilección por las dicotomías. Las realidades antagónicas que basculan de un lado a otro, las dos márgenes de un río. Lo bueno y lo malo, lo anhelado y lo indeseable, lo profano y lo sagrado.

Tengo muy presente el libro La máquina del amor sagrado y profano de Iris Murdoch estos días. El título se inspiró en el cuadro homónimo de Tiziano, el cual pude ver algo lejos de mí, en una altura que ni alcanzo ni deseo, en el Museo del Prado copiado. Dos Venus sentadas, muy reflexionadas por su peculiar iconología, y un discurso vertido sobre mis ojos: aquello que aparece en ilusoria separación es en verdad algo que se complementa. Pienso en mi presencia profana, en mis ojos que hablan más de una insatisfactoria indiferencia que de una concentrada lectura. Pienso en los cuadros que manan una sacralidad latente colgando de paredes lisas y en mi caminar secular, apegado al suelo e ignorando los nombres que los acompañan. Ignorando la sacralidad del conocimiento. He pisado el suelo sacrosanto del museo cumbre de España con terrena mentalidad, he equivocado la lectura con la visión. He atendido a lo profano. Y lo sagrado no me ha mirado.

Cuando terminé con mis “deberes” en el museo, me dediqué a mi actividad favorita: deambular con banda sonora. Y mi trabajo devino en un acto de sincronía, lo que escuchaba se correspondía con lo que veía en mi profana—más bien petarda— realidad. Mis auriculares pronuncian “This dorm was once a madhouse" frente a la reina Juana de Castilla, la encerrada, la olvidada en Tordesillas. Sus ojos cobran vida, es comprendida por una canción que nunca escuchó. Sigo andando absorto ante la idea de que estoy cometiendo una herejía al rechazar el silencio contemplativo. “Everybody wonders what it would be like to love you” frente a Amalia de Llano, la condensa de Vilches, con su interesante mirada y mi desconocimiento sobre ella, a la que contemplo como si de oro reluciente se tratase. Fiebre del oro. Escucho las palabras “And now I'm covered in you” ante Dánae recibiendo lluvia dorada, a punto de ser cubierta por Zeus. Todo habla por ellas.

Recuerdo la Venus terrenal, la del Amor profano, apegada a las flores y a las riquezas, a todo aquel placer intrascendente y mortal. Ella, que amaría las texturas de los lienzos, anduvo en mi cabeza mientras estaba perdido y agobiado entre tanta belleza y color. Y todos los caminos me llevan a la conclusión de que es un error considerar a los museos como lugares sagrados donde sea obligatoria la contemplación mística y la belleza, si esto conlleva olvidarse del componente humano y del espacio donde se desarrolla. Disfruté más deambulando libremente con mi música, generando un discurso interno centrado sobre el uso de la imagen descontextualizada y la impresión en los modernos enamorados sentados en los bancos, que ciñéndome al rígido esquema diseñado por la autoconsagrada sociedad intelectual. Supongo que en la dicotomía de lo sagrado y lo profano, me he dejado llevar por esta percepción mundana.

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