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Tú decides...
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Tú decides...

Actualizado 07/11/2023 15:40
Raúl Izquierdo

Hay personas que viven en un lamento casi continuo, con la queja como pesado equipaje en su día a día que contribuye a que encuentren muchos problemas e inconvenientes a casi todo. Ante cualquier situación, los y las profesionales del “me opongo” verán un peligro, o un motivo para el pesimismo. Las caras largas, el rictus serio, el perfume híbrido con aroma a desconfianza y miedo y el sabor, si lo tuvieran, sería amargo como un limón. Están en nuestro entorno laboral, en nuestras familias y amistades. Proliferan como las setas en otoño, y te consumen mucha energía. Yo mismo tengo temporadas en las que me asemejo a este espécimen humano. Cualquiera de los mortales podemos tener períodos de transformación en este tipo de seres, porque ciertamente está al alcance de cualquiera. El problema es cuando alguien se vuelve así de forma crónica y perenne y más allá de un estado temporal y pasajero, se convierte en un estilo y una seña de identidad.

Es cierto que todas las personas tenemos derecho a la queja, ¡faltaría más!, pero más allá del desahogo en un momento dado, poco más aporta. Desde mi punto de vista, la queja continua es en parte un síntoma de enfermedad social, y refleja muy pocos recursos personales, porque la primera pregunta que alguien se tendría que hacer frente a una situación que no le gusta es ¿puedo hacer algo yo por cambiarla? Y si es así, ¿qué podría hacer yo por mejorarla? Y si esa situación yo no puedo cambiarla, ¿qué puedo hacer para cambiar mi forma de mirarla, es decir, para cambiar mi actitud ante ella?

Ciertamente la actitud personal ante una dificultad marca un estilo de ser. Hay personas que tienen una actitud positiva ante cualquier situación inesperada. Y otras personas, convierten en desgracia personal cualquier acontecimiento que no le gusta, o de la que esperaba otro resultado. Es también una cuestión de mirada, la mirada amplia de quien contempla el bosque en general, o la mirada corta de quien sólo se queda con la rama que le ha rozado la chaqueta. Mirada y actitud. Es como si necesitáramos a veces unas gafas que nos ayudaran a ver la realidad de otra manera, más proactiva, más sabia. No se trata de llevar colgado el cartel de la ingenuidad, sino de ir más allá de aquello que me molesta o no me gusta. Es como un saltador de vallas que trata de no parar en su carrera saltando los obstáculos en su recorrido. El necio se quedaría mirando la primera valle diciendo: ¡Qué vergüenza! ¿Quién ha puesto esto aquí?

La queja es una reacción humana. Todos nos quejamos alguna vez, y a veces muchas como hizo aquel santo Job, ante las adversidades de la vida. Cuando alguien se queja mucho decimos que es un/una quejica. Pero al final, tú decides cómo quieres situarte. Eso es, es una decisión tuya, de cada persona, de cada uno y cada una. O decides ahogarte en un vaso de agua, o decides beber el vaso. Todo el derecho a la queja, pero, ¡no te quedes sólo ahí, regodeando, dándole vueltas, reconcomiéndote! Tú decides si quieres intentar poner algo de tu parte para que el lamento no sea el estribillo de la canción de tu vida. Otra cosa es que a veces podemos necesitar ayuda y que alguien que nos quiere o nos conoce nos agarre de la mano y nos tire hacia arriba para salir del agujero del discurso y los pensamiento negativos. Para eso, también tenemos que aprender a pedir ayuda, que los demás no son adivinos.

Recuerdo un paseo con mi padre, hace años. Le acababan de diagnosticar una enfermedad que le empezaba a limitar un poco y que con el tiempo, le iba a limitar más. Él estaba en ese momento cabreado y con la queja continua (como quizá lo estaría yo), y en un momento determinado le dije: papá, tú decides cómo quieres vivir esta situación. No puedes cambiarla, ni yo, ni nadie, es así y ya está. No estás solo, tu familia y los que te quieren estamos a tu lado. Pero tú decides si quieres estar todo el día quejándote o si quieres verlo como una oportunidad para avanzar o crecer en algo, para aprender, para vivir de otra forma…

Al final tú y yo decidimos también de qué personas nos queremos rodear, los seres humanos que tienen valor en nuestra vida y a los que merece la pena dedicar tiempo, desvelos y energías. Las personas que se quejan demasiado y que casi todo les parece mal o un problema, acaban quedándose un poco solas. Porque todos queremos y necesitamos personas que nos den un poco de esperanza y alegría, que andamos con escasez de estas virtudes y a veces nos conformamos con las miguillas de pan que nos da el fútbol, los cotilleos o las redes sociales. Busquemos a personas que transciendan los malos momentos, que nos enseñen que una crisis es una oportunidad y que de un fracaso podemos aprender algo, que nos hará más fuertes la próxima vez. Busquemos fuentes que manen agua limpia y fresca, de esa que cuando bebes, sientes que más allá de quitarte la sed del momento, te dan vida y paz. Tú decides…

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