Confieso haber tenido, durante una larga etapa de mi vida, una clara predilección por las películas del Oeste. El tecnicolor, la música, los grandes actores y actrices y el mensaje final, eran la garantía de acabar con buen sabor de boca. Me viene a la memoria, sobre todo por la oportunidad de su título, aquella titulada Dodge City, ciudad sin ley. El tema era repetitivo: un forastero que viene a poner paz e imponer la ley en un lugar dominado por el cacique de turno.
Aunque pueda escandalizarse más de un pancista interesado, el tema de esas películas ya lo estamos viviendo en España. Hay un ególatra lunático con desmedidas apetencias de poder dispuesto a conseguir sus metas pasando por encima de todas las líneas rojas de la degradación. Se ha apoderado de las herramientas que podían pararle los pies y España corre peligro de ver desaparecer su democracia.
Aquel joven político que presumía de planta y aspiraba a escalar los peldaños del poder a base de aparecer como el salvador de la patria, el único capacitado para dirigir un pueblo adormecido, ha devenido en el cacique capaz de carcomer todos los resortes del poder para convertirse en el señor feudad dueño de vidas y haciendas.
Con esa cara de no haber roto un plato, se ofreció como solución de los males que aquejaban a España que, según él, la derecha no había podido remediar. Acababa de llegar el forastero dispuesto a enderezar el rumbo de la nación con, nunca mejor dicho, exquisita mano izquierda. Es cierto que este nuevo flautista de Hamelin fue capaz de embaucar a buen número de ciudadanos dispuestos a seguir al músico de moda. No en vano tuvo la feliz idea de adueñarse de la bolsa de monedas propiedad de la comunidad para ir repartiéndolas a sus incautos seguidores. Le seguían creyendo que iban a la ciudad con paredes de chocolate y perros atados con longanizas. Los que han asegurado su futuro, conscientes de que forman parte de una indignidad, nunca abandonarán la comitiva de quien puede seguir auxiliándolos.
Quedan, además, demasiados seguidores de Sánchez que no han despertado del primer sueño y no son conscientes de que van directos a ahogarse en el mar de la pobreza y la desigualdad. Sánchez, nuevo titular de la patente de un singular progresismo, sabedor del negro cariz que presagia la situación, ha escogido a los responsables de aquellos grupos más reacios a seguirle y, aun habiendo asegurado lo contrario, se ha prestado a concederlos todo lo que siempre desearon. Tiene sobre él la amenaza del reloj que marca el plazo para ser investido presidente y no está dispuesto a desaprovechar la ocasión, convencido de que unas nuevas elecciones encierran el peligro de no poder coleccionar los votos que ahora tiene a su alcance. En un arranque de prepotencia –puede que en un desliz de sinceridad- ha confesado que su verdadera meta es que no gobierne la derecha. Los ministros procedentes de la extrema izquierda han aprovechado el juramente de la Princesa de Asturias para asegurar que no quieren ver a Leonor como reina de España. No estoy tan seguro de que los de procedencia socialista, a pesar de las declaraciones ante la prensa, declaren lo contrario. Para Sánchez, nuestra democracia y nuestra Constitución son un claro obstáculo para sus aspiraciones.
Historietas aparte, Sánchez ha conseguido que España llegue al borde del precipicio. Y no sólo eso, sino que ha invitado a todos los españoles que reniegan de serlo a dar el último empujón. Alguien tan apuesto y decidido como Sánchez, se ha postrado a los pies de los independentistas catalanes y vascos para que, todos juntos, consigan destrozar España. Por el camino emprendido, sin las leyes que podían evitarlo, vamos a quedarnos sin democracia. Ahora bien, ni el mismo Sánchez, ante la hipotética independencia de alguna comunidad, tendría herramientas para gobernar en el resto. Descafeinadas las leyes, sería pagado con su propia moneda. Hasta los más pasotas son capaces de reaccionar cuando se pretende meter mano en su cartera para dárselo a otro que no tiene más derechos que él. Si los responsables de autonomías gobernadas por socialistas están dispuestos a tolerar que los fondos destinados para ellos se vayan a territorios donde además se les desprecia, algo muy grave está sucediendo.
Para dejar constancia de la clase de progresismo que proclama Sánchez, ante la catarata de rechazos que sufre su conducta con los independentistas, ha tenido el detalle de consultarlo con sus bases. Podía haber optado por dos fórmulas: Una, entregar una papeleta en blanco para que sus militantes dijeran “Sí” o “No”, a la que estoy seguro que contestarían sí más del 90 %; y la segunda, preguntando si aprueban la amnistía, la condonación de la deuda y el reparto de estructuras estatales en favor de las autonomías independentistas, cuyo resultado no sería tan “a la búlgara” Pero no, se ha cuidado de nadar y guardar la ropa. Para nada aparece la palabra amnistía ni las contraprestaciones concedidas a independentistas y delincuentes. La pregunta es si están de acuerdo con formar gobierno con Sumar y lograr el apoyo necesario de otras formaciones. Eso lo aprobarían muchos de los que no han votado sanchismo. No hace falta que encarguen el recuento a Tezanos.
El mayor problema que se cierne sobre España es que, con motivo del golpe de estado del 11-O, el gobierno pudo sentar en el banquillo a los responsables, pero ahora el golpe lo va a dar Sánchez y ya ha dejado al Estado con el culo al aire. España debe despertar del letargo. No se puede hipotecar el porvenir de todo un pueblo por las ansias de poder de un iluminado. Dentro de la ley, pero hay que protestar. Digo dentro de la ley, pero admito que jugamos en campo contrario Esa táctica de ocupar la calle, que tan bien practica la izquierda, ya va siendo hora de que sea la derecha la que tome la iniciativa. Es mucho lo que se juega España. Que nadie se queje a posteriori.
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