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Los pollos de perdiz
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Los pollos de perdiz

Actualizado 06/11/2023 13:42
Charo Alonso

Tienen estos días de frío que se asoma entre la lluvia y el viento, de borrascas inusuales que nos tienen todo el día hablando del tiempo, los intensos un despiste de mangas largas, camisas de tirantes, plumíferos que huelen a armario y, los más avispados, chaquetas de quita y pon. Son mis alumnos, a las ocho y cuarto de la mañana húmeda y sombría, un cortejo triste que arrastra las botas, las deportivas, los calcañales desnudos o ya con calcetines que alguna madre sacó de las profundidades del cajón de invierno… y llevan a rastra sus mochilas donde habitan los cuadernos y los profundos estuches de sus muchos colores, el cuello tronchado hacia la palma donde se ilumina el móvil que tienen que dejar cuando traspasan la verja de la entrada, muy a su pesar. Llegan ateridos y mal vestidos porque para ellos aún es otoño bienhechor, porque quizás a media mañana, si no llueve, les sobra todo y no quieren cargar con el abrigo de su temprana entrada en el edificio que ya está calentito como la tostada de un desayuno que alguno no hace porque no le da la gana, no tiene tiempo o insistencia adulta.

El viento que maltrata los árboles del patio, que casi arranca las porterías desnudas durante las clases, las tejas del tejado, las junturas de las persianas de lo viejo, tiene a los intensos inquietos y sostenidos en un grito colectivo durante los ratos de pasillo, bajando y subiendo el estrépito de la escalera. No saben si tienen frío o calor, hambre o sueño, lo cierto es que se apiñan los unos con los otros, sudan luego cerca del radiador, se dejan arrastrar por el aburrimiento y miran desde la ventana cómo cae la lluvia en equilibrio incierto. Un día el chaparrón les pilló justo a la salida sembrada de pocos paraguas, capuchas que se elevan y gozo por la bota de agua, y salieron todos pingando agua, felices pese a todo, con ganas de charco y de salpicar al vecino… porque para ellos la desbandada es siempre renovada, siempre nueva y si es viernes, de alegría violenta y desatada.

Tienen los intensos, hasta que llegue de verdad el frío, un despiste de ropa de abrigo, camiseta de manga corta y malos ratos porque no saben si entran o salen, si se mojan o se secan al calor del radiador que acabará en el suelo porque se sientan encima a calentarse el culete de polluelo. Lo suyo es el apelotonamiento y la torpeza, el andar siempre dándose codazos y buscándose las vueltas, y ahí no hay frío que valga y tienen el plumaje del cortejo, la alegría del cuello que se busca cacareando felices en el alero. Son pájaros de luz pese a su manía de vestirse de negro, son polluelos de perdiz buscando grano, son bolitas de plumón saltando sobre sus patitas de alambre, son, en la mañana de la borrasca, hojas al viento, los intensos.

Charo Alonso. Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

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