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El estreno absoluto de 'El tiempo inventado', el vuelo de la emoción lorquiana en el Teatro Liceo
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crítica

El estreno absoluto de 'El tiempo inventado', el vuelo de la emoción lorquiana en el Teatro Liceo

Actualizado 05/11/2023 10:05
Charo Alonso

La obra, escrita por Isabel Bernardo y dirigida y protagonizada por José Antonio Sayagués, fue un éxito de público y una experiencia intensamente lorquiana de música, poesía y dramaturgia

Hay que tener valor para enfrentar a Lorca, pero también amor. Y de ese amor y de un trabajo ímprobo de documentación y de asimilación de su obra y su persona, nació en la mente de la poeta, columnista y tantas cosas más en el mundo de la cultura, Isabel Bernardo, su invención lorquiana. Y la tarea no fue solitaria, desde el primer momento contó con un interlocutor imprescindible, el actor y director teatral José Antonio Sayagués y más tarde, con un elenco que ha hecho suyo el prodigio del granadino, llevado a cabo con el rigor y el genio de sus dos hacedores.

Ante un Teatro Liceo lleno -supongo, querida Concha Torres, que habría dos butacas vacías para conjurar la maldición que pesa sobre este hermoso lugar- se alzaron la luna, el bosque mágico y los personajes que se mueven en un escenario sobrio donde cada elemento tiene un enorme peso plástico: desde la escalera donde se encarama el pájaro grifón, guardián del secreto, hasta la butaca de teatro donde Sayagués evoca el más famoso de los retratos del poeta eterno o la rosa caída en el suelo “no la toques más/así es la rosa” que tanto significado tiene. Y en el escenario, la música en directo de Rafael Gómez y de Chema Corvo, cuyo papel recorre toda la obra, voz y eco de la poesía y del canto y que nos descubre un juego maravilloso: Chema toca las cuerdas del piano con los dedos, violín tendido sobre la madera…

Estructurada a partir del delicioso prólogo de la señá Rosita, títere de cachiporra que sostiene una actriz que viste el mono del grupo de teatro lorquiano “La Barraca”, la obra es en palabras de Bernardo y Sayagués “muy poliédrica”. Cabe en ella la dolorosa entrada del cómico que quiere entender el misterio de la vida a través del poeta –quizás la parte más compleja de la obra- en la que el actor salmantino se permite el lujo de interpretar, en un momento intensísimo, a varios de los personajes más significativos de la literatura española. Es un prodigio no solo de actuación, sino de utillería. El pájaro grifón –una de las actrices más sorprendentes que ha visto este teatro, bailarina, cantante, actriz y que lleva el peso de casi toda la obra, María Lama- le va pasando los elementos identificativos de los personajes y Sayagués se recrea con ellos. Como se recrea convertido en un Lorca niño al que acicala Nuria Galache convertida en la fuerte y triunfante Vicenta Lorca, papel que marcará un antes y un después en la carrera de esta actriz nuestra.

Niño que habita su jardín de ensueño, poeta de ecos de nanas y campo, el Lorca de Vicenta se deja amar, acunar y juntos ambos actores componen un cuadro de inmensa ternura. La misma que se convierte en furia con la llegada de las tres protagonistas de las tragedias lorquianas que recriminan al autor y a su madre su doloroso destino. Actrices en carne viva a las que Vicenta Lorca, siempre autoritaria y valerosa, consigue borrar mientras el poeta sigue su marcha a través de la poesía y de la música hacia ese Nueva York que es música negra, danza y novedad.

Aciertos actorales, magníficos textos y sobre todo, profunda emoción en esta lectura, a ratos compleja, como no podía ser de otra manera, de un Lorca que acaba desnudando al protagonista, y danzando su son neoyorquino con el bailarín Darío Crawford tras su evocación salmantina y unamuniana. Un final gozoso que sustituye al drama y que borra a las furias con la deliciosa historia de los títeres de cachiporra que salen del cuarto de los trastos para hacerse verdaderos protagonistas y para conjurar incluso al propio autor en un trasunto unamuniano de Augusto Pérez. Y todo con la música, la medida interpretación de Clara Parada, Raquel Sevillano, Adela Gil, Alejandor Arestegui y Ana Blanco, el cuidado de cada detalle, el trabajo de un montaje calibrado con precisión de orfebre porque cada cuadro puede detenerse y convertirse en un retablo, en una pintura exquisita. Y ante el Liceo lleno, se hace el milagro del teatro, el prodigio de la poesía, despertar nuestro, vivo y siempre renovado, a un Lorca de todos, Lorca eterno.

FOTOS: DAVID SAÑUDO