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En medio de la guerra
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En medio de la guerra

Actualizado 24/10/2023 10:49
Raúl Izquierdo

Mirna es una niña como tantas otras. Le gustan mucho los helados, hacer volar sus cometas con mil movimientos imposibles y leer cuentos con final feliz. Siempre con su cuaderno cerca, aunque ya apenas le queden hojas en blanco, y su estuche de cremallera estropeada que tiene rotuladores con los que colorea sus sueños. Mientras quede un poco de tinta en alguno de ellos, al menos podrá cambiar los tonos grises tan omnipresentes de su realidad, porque no es fácil ser niña o niño en medio de una guerra, ni siquiera es fácil ser persona.

Mirna no se ha acostumbrado del todo a la banda sonora de ametralladoras y gritos de las personas. Tiene miedo porque cuando tiembla el suelo por las bombas, también tiembla su futuro. Un misil destruye una casa y además, la esperanza que la habitaba. Pero Mirna ya no tiene casa. La tuvo con su familia, pero una explosión derribó todo el edificio donde vivían y desde entonces, van de acá para allá tratando de escapar de la destrucción y la miseria, esperando a que otros decidan parar esta situación. Sus padres ya no tienen una casa donde cobijar a su familia, pero tratan de mantener un hogar que ahora es itinerante e incierto, sin techos ni paredes, ni ventanas que abrir o paredes donde colgar las fotos y los dibujos de Mirna. El aroma a bizcocho recién hecho en el horno ha dado paso al olor de la pólvora y las risas y los juegos ahora están algo dormidos, como si les diera pereza despertar de su letargo. La música de las canciones de sus padres ha dado paso a los ruidos atronadores de proyectiles y el coro de silbidos de las balas perdidas.

Jamás pudo pensar Mirna que eso que veía en las películas o le contaban los abuelos podría pasar algún día en su país, en su ciudad, en su barrio. A Mirna le parecía que la guerra era cosa de otros y hasta que podía ser un juego para pasar el tiempo. Pero un día llegó y de momento no se ha marchado. Mirna no tiene enemigos, a lo mucho, algún niño del cole con el que se había enfadado. Todavía no sabe lo que es el odio o el rencor, algo que los mayores vamos desarrollando de formas muy sofisticadas a medida que vamos creciendo. No le salen reproches ni lamentos victimistas, pero puede que los vaya aprendiendo a medida que se le vayan acabando los colores de su estuche.

A Mirna le gusta ir a un parque que todavía queda en pie, a las afueras de su ciudad. Allí juega con otros niños y niñas, corre, salta, grita, como ajena a la realidad que rodea los columpios. A veces el juego se interrumpe por el sonido de las sirenas que avisan que hay que ir a los refugios hasta nuevo aviso. Entonces Mirna contiene la respiración, da la mano a alguien que está cerca, cierra los ojos y espera. La vida se para y un estremecedor silencio anuncia la caída de la bomba, que no tiene piedad con nada ni nadie. Cae, explota, destruye. Rompe todo lo que puede: lugares, sueños y proyectos. Entonces Mirna llora por unos instantes, hasta que puede volver a salir del refugio y comenzar el juego de nuevo. Pero su madre no ha dejado de llorar desde que empezó la guerra, y su padre ha cambiado su buen humor por una careta de susto que no habla mucho, pero que tiene una mirada profunda y llena de dolor.

Un amigo de Mirna le ha dicho que la guerra no puede durar para siempre y ella está dando vueltas a esa noticia. ¿Será verdad que esto se va a terminar algún día? Y una mariposa ha comenzado a revolotear por su estómago. Así que Mirna vuelve a abrir su cuaderno y busca un hueco donde dibujar un gran corazón con una sonrisa, porque todavía en la libreta de su vida sí que hay sitio para la esperanza. Lo que Mirna no sabe es que detrás de la guerra hay intereses económicos de países y de particulares, un ejército de ineptos políticos de toda raza y color, unas instituciones que cuando llega la hora de la verdad valen para muy poco y unos dirigentes incompetentes y a veces, hasta pérfidos. Hombres y mujeres encorbatados con peinados de domingo que visitan los países en guerra, tienen reuniones o cumbres y hablan mucho, mucho, sobre todo cuando hay cámaras y periodistas delante. Pero la guerra es un monstruo que una vez que ha despertado, es difícil de contener ni de volver a dormir.

Ha llegado la noche y Mirna se ha quedado dormida. Ojalá que el sonido de las sirenas le de tregua esta noche y pueda dormir mejor que la anterior. Buenas noches Mirna, Abdul, Hassan, Benjamín, Kanieva, Luz Nieves, Antonio, Katherina, Isimov, Bella, Bobby, Rasmina, Karol, Bamadú, Kristine y Coral.

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