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Días de viento
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Días de viento

Actualizado 24/10/2023 10:48
Charo Alonso

Llega la lluvia con su empuje de viento y frío repentino y nosotros, acostumbrados a un otoño que calienta, a un tiempo benévolo y peligroso, nos sorprendemos ateridos en medio del remolino de hojas y el repentino tono ocre entrevisto detrás del cristal empapado de gotas frías. Nos ha encontrado el viento en la desnudez de la manga fina, en el zapato que se moja, en el paraguas llevado con desgana, y de repente se enciende la calefacción en la casa que se vuelve cálida como asado con olor a castañas y salgo a la calle resbaladiza preguntándome dónde estarán mis gatos callejeros, mis amigos del recodo del parque que se sentaban en el suelo –el ayuntamiento les retiró brutalmente los bancos para evitar que tomaran por asalto el rinconcito amable- y hasta los muchachos apostados con sus móviles y sus largas latas de bebedizos dulces que se apostaban en las escaleras de los portales. El viento barre la calle y nos envía a todos a la casa caliente, quién la tiene y puede pagársela, a la casa tibia, a la casa donde calentamos la infusión de la tarde y volvemos a recuperar la ropa de abrigo, la zapatilla de cuadros acogedores. Es un tiempo amable si no fuera por la ventana cruel que nos asoma a la destrucción de la guerra, a la realidad de quienes no tienen el consuelo de la casa, la casa que resguarda, la casa que recoge y cuida, calienta y alimenta.

Y es en mi casa donde la gata anuncia la llegada del mal llamado mal tiempo quedándose dentro, mirando el patio desde la seguridad del cristal, aleteo ajeno de hojas que caen y pájaros que vienen a por las migajas de lo ajeno. Busca el calor de la compañía la gata que sabe y adopta mira mirar afuera su mejor posición de jarrón chino, atento, erguido y protegido de toda perturbación. Y en el pueblo, el perro que ama estar al aire libre se dispone a engrosar este pelo que le protege, este pelo que no necesita de jersecitos estúpidos de perro citadino, de chucho mimado, de absurdo humano. El viento esparce los olores que ama y mete sus patas en los charcos con alegría de niño. Hemos comido las últimas uvas del racimo generoso y miramos con avidez la pila de leña extrañando el fuego. Es un tiempo de dulcísimo cambio para quien puede, para quien goza del abrigo fecundo de un solícito cambio de tiempo… y sin embargo, son estas imágenes de desgarro a la intemperie las que nos perturban y hacen que el frío y el viento nos arranquen la tristeza de lo perdido.

Charo Alonso.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

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