Sábado, 27 de abril de 2024
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Bendito Pedo
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Francisco Blanco Prieto, presidente de honor de la Asociación Amigos de Unamuno

Bendito Pedo

Actualizado 21/10/2023 19:37
Redacción

A todos los profesionales de la planta de cirugía del HUSA, agradeciendo su profesionalidad, entrega, generosidad, simpatía, buen humor y atención

Las sensaciones humanas son tan personales e intransferibles, que una percepción repulsiva para ciertas personas puede ser extraordinariamente placentera para otras, en función del momento y la circunstancia, como podrá comprobar el lector que llegue al punto final de esta alabanza al pedo.

Cierto es que la composición química gaseosa de tal flatulencia se mantiene constante, al tratarse de una ventosidad común expedida por el ano. Pero no es menos cierto que la impresión olorosa que percibe cada ser humano es diferente, pues a cada cual solo le huelen bien sus propios pedos, salvo un caso en que las malolientes ventosidades ajenas se convierten en aromáticas sonoridades cuando son reclamadas con celeridad en el ambiente.

Encontrábase el escribiente tendido en la cama del hospital con incisión cosida en el abdomen, sorprendido de que todos los sanitarios amigos que le visitaban le hicieran la misma pregunta: “¿Te has tirado algún pedo?”; pensando el interrogado que sería una ordinariez descargar en la habitación tan desconsiderado globo fétido, sin saber que aunque lo pretendiera expulsar no iba a conseguirlo, pues el pedo reclamado por todos era caprichoso y dominante, dispuesto solo a presentarse en sociedad por voluntad propia cuando le pareciera bien, sin permitir injerencia alguna que condicionara su propia voluntad de salir o quedarse recogido en un cómodo rincón del intestino, haciendo valer su poderío por encima de toda ciencia al saberse deseado por galenos y reclamado desde el exterior por quien en su interior lo guardaba, desconociendo el cuerpo custodio del mismo que su futuro dependía del pedo. Pues si éste decidía mantenerse en su interior sin asomarse a la circular frontera que lo separaba del exterior, el cuerpo donde se hospedaba acabaría de nuevo por el quirófano.

Pasaban las horas y los días, sin que el pedo diera señales de vida, aumentando la tensión en el entorno, la preocupación en el cortador mayor y el nerviosismo en el portador de tan ingrato huésped, negándose a desatascar la manguera que facilitaba el tránsito de residuos al exterior, acumulados en la cloaca del intestino.

Así, continuaba discurriendo el tiempo, sin respuesta del “ocupa” que se negaba a dejar la vivienda que había usurpado.

- “¿Ya?”, preguntó lacónicamente días después el operador, mientras se ponía los guantes.

- “No”, respondió el dolorido atascado.

- “Darle anisete, coño”, recomendó una bata blanca confiando en el milagro.

- “¡No!”, -respondió un pijama azul-, “que si estornuda sale propulsado”.

- “Hay que esperar”, dijo un experto cazador de perdices pedorreras.

- “Paciencia”, sugirió una voz desde el alcázar.

- “Recemos”, aconsejó una fémina con supervista.

Finalmente, arrepentido el pedo por el dolor ocasionado y el desconcierto creado, decidió una buena tarde salir de su refugio contraviniendo las leyes naturales atmosféricas que presagian trueno cuando el relámpago se anticipa en las tormentas. Voceando el pedo, con bramido ronco, iluminó de luz la boca de salida del túnel por donde circuló el tren con toda la mercancía residual, abriendo al exterior las esclusas de su cisterna.

Cumplida la misión, el pedo ocupó todas las pituitarias que testificaron solidariamente el alumbramiento, colmando de felicidad, alivio y liberación a los allí reunidos, que juntos fueron felices y comieron perdices del cazador, dándose gozosamente con el pedo en las narices.

Francisco BLANCO PRIETO