Quién iba a pensar, aquel día de aquel año, que el azar nos pondría en el camino en aquella etapa de Universidad, cuando todo en mi vida profesional se iniciaba, cuando todo era tan sólo una pequeñísima semilla envuelta en sacos llenos de ilusión. Que iba a aparecer alguien con quien la complicidad fuera, al instante, el sello de toda nuestra relación.
Tu sabiduría no era sólo de conocimientos. Eras, por encima de todo, un dechado de sencillez. Disponible, asequible, cercana, entregada… y en todo ello nos reconocimos como si nos miráramos en un espejo: auténtica pasión por una profesión amada, profesora y alumna, sempiterna condición.
El tiempo nos llevó a ciudades diferentes, y quién podría imaginar que, justo cuando dejábamos de ser oficialmente maestra y aprendiz, comenzáramos a ser la misma gota, manantial infinito de amistad.
Si el tejido es bueno, la labor que se va haciendo es perfecta. Si la trama es fuerte y los hilos consistentes, la tarea es fácil. Sólo hay que ir puntada a puntada. Así empezamos a sobrehilar los bordes, a hacer el dobladillo.
Las grandes obras resisten como nadie la distancia, los periodos de reposo, los obligados recesos, porque a veces no se da más de sí y el tiempo es implacable, pero el vínculo es robusto y firme como la noble madera de un nogal.
La vida, tan sabia, nos ofrece la posibilidad de querernos de nuevo en directo, de admirar todas las cualidades, de poner en común todo aquello bello que nos gusta: la pintura, la música, el cine, la literatura, el inmenso e incomparable cariño, respirando todos los poros de la admiración, la ayuda, la compañía, el abrazo acogedor, las manos unidas en charlas interminables. Y cuando no se puede sí se puede, y cuando no se da más de sí se estira uno un poco más, y siempre se encuentra el hueco, se persigue el momento cuando por encima de todo siempre flota el respeto, el placer de disfrutar, la amabilidad de las palabras, lo acogedor de los corazones…
Delante de uno de tantos cafés compartidos, un día empezaste a recordar cómo nos conocimos entonces, cuando tú ya demostrabas saber muy bien lo que hacías y yo quería aprendérmelo todo, empezaste a enumerar todos los valores profesionales y personales que veías en mí, alabaste mi escritura, (poeta de lo cotidiano, qué bello título), resaltaste el valor de todo aquello que no hacía falta decir porque conocíamos cada línea de nuestras manos, cada arruga de nuestra piel, cada aurícula y cada ventrículo que hacían latir nuestros motores. Después me dijiste, sin cambiar el tono de tu voz: “me dan, como mucho, tres años; no sé cuándo será; me voy feliz; me voy con las manos llenas”.
Esa conversación que tanto agradecí, dejó, por su final, un iceberg de hielo corriendo por mi espalda, amarga sangre helada por aquella espeluznante noticia. Y acto seguido, tu paz recorrió mi alma; tu calma me devolvió el aliento; tus manos, estrechadas con las mías, en las que siempre ha cabido tanto y tanto, estaban tan llenas, que descubrí que no hay mejor forma de afrontar algo así.
Prodigiosa memoria, admirable valentía, fortalecido tesón, ansias de superación… enormes valores, florecida sabiduría, incondicional amistad.
Es un honor compartir, un privilegio escribir una historia juntas, esa vida que hemos ido bordando a la vez, esta labor venerada, mirada que todo lo escanea, pupila en pupila, conexión total. Siempre es un placer recordarte, escucharte, investigar, como tú, en la vida y en el alma humana, ver contigo cosas bellas, leer, eterna alumna, no cansarnos nunca de estar empezando siempre.
La vida te dio su prórroga anunciada, y cuando ya no cupo más, te fuiste a nadar entre el mar azul del firmamento y a sentarte en esa mullida nube desde la que seguimos tan unidas.
Agradezco al cielo cada minuto compartido, el calor de tus manos y tu apoyo, la bondad extrema de tu corazón, la capacidad de quererme sin apenas rozarme, la cantidad de palabras y silencios cómplices, la forma de disfrutar con serenidad de tu tiempo, tu sosegado corazón. El premio de tus manos enlazadas, llenas, rebosantes, que dejaste a raudales en mi alma.
Hace un año acabamos la labor perfecta, festón a festón, los mejores bordados con las mejores puntadas de nuestro corazón.
A mi queridísima Carmen, MAESTRA, por siempre AMIGA.
Mercedes Sánchez
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