La autora chilena de origen palestino llega a la Librería Letras Corsarias con su espléndido libro de relatos 'Avidez'
Hablamos con Lina Meruane antes del inicio de la guerra que enfrenta a Israel con esa Palestina de la que salió el padre de la autora chilena y a la que ha dedicado uno de sus mejores ensayos. Profesora de la Universidad de Nueva York, autora premiada, reconocida, dueña de una voz clara que nos devuelve el papel necesario del intelectual que se implica y alza la escritura sin miedo a involucrarse, Lina Meruane llega de la mano de la editorial Páginas de Espuma con un libro de relatos sorprendente.
Charo Alonso: ¿Qué significa para ti regresar a Letras Corsarias? ¿Qué esperas de esta nueva visita?
Lina Meurane: Estuve hace un año o dos con mi obra anterior. Ahora mi expectativa es hablar en exclusiva sobre este libro, Avidez, pero ya veremos porque como ya son muchos libros y los lectores me conocen por otras obras, siempre ocurre en una presentación que alguien que leyó un libro anterior tiene alguna consulta o comentario.
Ch.A.: Habías practicado el género del relato breve antes.
L.M.: Sí, con Las Infantas, un libro de cuentos engarzados que publiqué en 1998. Este, Avidez, no fue concebido originariamente como un libro orgánico, sino como una compilación de cuentos sueltos que resultó que tenían un tema en común, la del título.
Ch.A.: Su tema central para mí, es la violencia. Tiene muchas imágenes que me resultan violentas.
L.M.: Qué interesante. La verdad es que es un libro que va abordando diferentes temas y diferentes sensaciones. Supongo que cada lector, cada lectura, es distinta y la recepción de cada uno es su justa recepción. Yo no puedo decir que no sea un libro sobre la violencia porque hay muchas escenas y situaciones en las que se infringe violencia a otros. Pero para decirte por qué yo elegí ese título: mientras iba leyendo los relatos tenía una clara percepción de que en todos los personajes había un hambre que buscaba satisfacerse y que, a veces, ese hambre es menos material, menos convencional y se dirige de manera obsesiva hacia cuestiones que no tienen que ver con el alimento sino con el deseo, con saldar una necesidad en el cuerpo de otro o de otra. Y por eso pensé, aquí lo que hay no es solamente hambre sino un sentido mucho más amplio que es la avidez, y la avidez puede tener resultados violentos
Ch.A.: Has escrito un texto muy crítico contra los mandatos de la maternidad, y aquí aparecen imágenes de ubres, pezones, el acto de amamantar como algo violento…
L.M.: El tema para mí del paso de la infancia a la adolescencia, que trato en Las infantas, es una constante, y tengo una larga reflexión, como tú misma apuntas, sobre la cuestión materna en una diatriba que se llama Contra los hijos. Ahora vuelvo a detectar que hay una nueva manera de la crianza que está poniendo todos los derechos en los hijos y todas las responsabilidades en los padres. No están equilibrados los roles; por ejemplo, en el tema del aborto lo que se privilegia es la vida del embrión por sobre la supervivencia de la mujer que lo lleva dentro y esa me parece una gran violencia. La sociedad siempre acaba obligando a las mujeres a llevar a término la gestación y después, está la cuestión que describen muchas mujeres madres sobre la dependencia y la exigencia que ejercen los hijos sobre ellas. En toda relación, por más tierna o por más momentos más bonitos que pueda tener, también hay una demanda que a veces va mucho más allá de los límites admisibles.
Ch.A.: Soy madre, pero estoy de acuerdo contigo.
L.M.: Esa maternidad romantizada en los discursos oficiales de la materidad muchas mujeres la pueden llegar a envidiar, no es todo tan taxativo, aunque yo use un tono taxativo en ese libro para llamar la atención sobre el tema. Fuera del libro, percibo con claridad que se ha fortalecido la idea de controlar el cuerpo de las mujeres, de imponer lo que una mujer debe o no debe hacer para ser la buena madre y la buena esposa, la buena trabajadora… Y aunque esos ideales, la fuerza de esos ideales, había cedido un poco, estamos en un momento de reemergencia del dictado conservador de lo materno y de obligación de ser una madre feliz y una madre que lo da todo. A mí no me parece que eso sea una fórmula muy ajustada a los tiempos ni a los deseos de las mujeres hoy.
Ch.A.: Volviendo a la violencia… ¿Piensas que puede venir de esa condición tuya de chilena de orígenes palestinos? Chile ha sufrido la violencia, y qué decir de los palestinos…
L.M.: Quizás eso influye, aunque es difícil para mi determinar en qué medida la violencia política, económica y cultural se filtra en mi escritura. Leyendo el libro tengo la clara percepción de que hay una violencia hacia las mujeres y de mujeres que descubren asimismo la necesidad de ejercer esa violencia también. Ha sido una sorpresa encontrarme con un montón de cuentos escritos para cumplir un encargo… y encontrar en ellos una persistencia de ciertos temas: la infancia, la orfandad, la maternidad y la violencia en esas relaciones familiares, y entre mujeres también… Pero en este libro no hay un retrato directo de la dictadura chilena, o del apartheid palestino, porque, por más que he escrito algunos cuentos que abordan directamente esos temas, esos cuentos no están en este libro… A lo mejor en treinta años más habrá otra antología que sí los incluya.
Ch.A.: Dices que para ti la literatura es un espacio de libertad, pero el relato breve es un género muy acotado por sus características formales.
L.M.: Es verdad que el cuento, por definición, está acotado en el tiempo, en un espacio, acotado en una cantidad mínima de personajes… Sin embargo, a mí me parece que hay todo tipo de formulaciones distintas para la escritura del cuento que yo uso en este libro. No tiene una norma el cuento, es un espacio de escritura en el que yo me he permitido plenas libertades. Es el caso del relato “Ay”, el más largo del libro, donde no usé el puntos y aparte… O el caso de “Reptil” que está construido a partir del verbo decir. Para mí, el cuento permite tanta experimentacion como la novela, o incluso más. Si escribes una novela de 300 páginas en un solo párrafo puede ser agotador. O si escribes un libro cuyos párrados todas empiezan igual, se vuelve monótono, Pero en un cuento esas estrategias se sostienen.
Ch.A.: El libro es como un puñetazo, pero igual no sabes de donde vienen las manos de la portada, …
L.M.: Para mí es un hallazgo esta portada tan poderosa y tan sugerente al mismo tiempo. Es cierto que las manos no están en todos los cuentos, pero estas manos parecen estar en movimiento, son muy ávidas, quieren coger algo que no se sabe qué es. Eso me parece interesante. Y está ese lienzo que vela lo que hay detrás pero a la vez es un espacio en blanco para la escritura, con esa sangre que es hace las veces de tinta. Es una portada que invita a explorar qué hay en el interior y, como tú decías, no está exenta de violencia esa portada y no cierra ninguna idea en particular.
Ch.A.: Son relatos magistrales en los que no hay espacio ni tiempo, todo está suspendido en algo raro que sorprende al lector…
L.M.: Muchas gracias. Fíjate, lo discutía con otro periodista que insistía en calificar mis cuentos como realistas y yo no estoy de acuerdo con que lo sean, porque el cuento realista se sitúa temporal y espacialmente y tiene una cercanía enorme con lo real. Entre los mios hay más bien descripciones atmosféricas y sensoriales, incluso uno en que se menciona el Palacio de la Moneda (el Palacio presidencial chileno). A la hora de escribir un cuento no me preocupa la descripción de lugares específicos ni tampoco en la trama. Para mí se trata del lenguaje que crea asociaciones de sentido y de ritmo, ahí es donde yo anclo mi interés de escritura, y luego va surgiendo la trama pero movilizada por el lenguaje. Para mí, la escritura parte de la palabra y la trama viene de forma secundaria.
Ch.A.: ¿Temes que estos relatos puedan molestar al lector?
L.M.: Es que no puedo evitar el modo en que escribo, no puedo ni quiero evitarlo, la verdad. Siempre pienso que estamos demasiado acomodados en una manera de leer, de pensar, de mirar, de oler, etcétera, y lo que me interesa a mí de la literatura es ese desplazamiento por fuera de lo cómodo por fuera de lo que ya conocemos. Para explicarte lo que te digo, te cuento algo que trabajé en una novela, y fue preguntarme por el amor incondicional o por la prueba de amor. Eso suena muy romántico, pero si se pregunta qué significa pedirle a alguien una prueba de amor incondicional… qué se le está pidiendo a otro que sacrifique… se percibe que llevado a un extremo se puede exigir la vida del otro. Cuando desnudamos esta idea de su romanticismo y la leemos literalmente se nos revela la oscuridad que existe detrás de las palabras.
Ch.A.: La oscuridad de tus niñas transgresoras, niñas perversas, muy sutiles, como las de Nellie Campobello o Elena Poniatowska…
L.M.: Te doy la razón en que las grandes escritoras siempre han puesto en cuestión una serie de lugares romantizados o infantilizados, que son imágenes que la cultura patriarcal inventa y repite normativamente. Las escritoras que a mí me interesan han roto muchas de estas imágenes cristalizadas, e impuestas en la cultura, y que por quebrar esas imágenes no lograron ingresar en el canon.
Ch.A.: Has vivido, vives ahora en Nueva York ¿Lees y escribes en inglés o en castellano?
L.M.: Yo prefiero leer en la lengua original, si puedo, y no porque no confíe en la traducción, que es un trabajo muy fino que a veces mejora la obra original. No soy absolutamente bilingüe, sino near native, “casi una nativa”, pero siempre fallo en cuestiones de pronunciación, de sintaxis, de falta de referencias culturales. Y por eso no será capaz de hacer en inglés lo que puedo hacer en castellano, en inglés tendría necesariamente que escribir de otra manera. Pero escribo en castellano también porque es mi lengua y porque es una lengua de scritura literaria tan preciosa y válida como cualquier otra. No seo por qué tendría que mudarme a otra.
Ch.A.: Creo que consigues en este libro perturbarnos con muchos de nuestros miedos.
L.M.: ¿Sabes qué me pasa? A ver cómo lo digo, no le tengo miedo a mirarle la cara al monstruo, no, más bien lo contrario, me interesa justo hacer este ejercicio. A veces me dicen que es demasiado descarnado pero no le tengo miedo a eso. Lo que le pasa a los lectores no lo sé…, Angels Barceló, en una entrevista, me dijo que había tenido que parar entre cuento y cuento, porque no podía leer los cuentos seguidos. A mí eso no me pasa releyendo mi libro, y es raro que me pase con ningún libro. Con la literatura, a diferencia por ejemplo del cine, tengo una distancia mayor y más fría porque es mi herramienta, porque vivo en el amasado de esa arcilla. Sin embargo, el cine me conmociona, suelo llorar en el cine, me emociono, me cuesta mirar algunas escenas. Eso que no me pasa en la literatura, esa emoción, me embarga ante la imagen.
Ch.A.: Vuelvo a decirte que son relatos que tratan sobre la violencia, quizás propia de la historia de tus dos identidades, chilena y palestina.
L.M.: Es una muy buena pregunta pero yo insisto en que eso es difícil de desentrañar para mí… Si la violencia vivida o percibida la posiciona a una para leer de cierta manera, si a una le condiciona su idea de mundo, su escritura…
Ch.A.: Eres de los pocos entrevistados que le dicen a un periodista “Es una buena pregunta” ¡Gracias! Este libro de pocas páginas es un hallazgo. ¿Qué te preguntarías a ti misma?
L.M.: Fui periodista muchos años, y sobre todo hice entrevistas a personas de la cultura, y sé lo difícil que es hacer buenas preguntas, hacer una buena entrevista, lidiar con los entrevistados que a veces cooperan y a veces se resisten y a veces simplemente no saben responder porque no se dedican a eso o no tienen una reflexión sobre la propia escritura. Y le tengo afecto al gremio porque sé muy bien las muchas dificultades que enfrentan, la precariedad económica, la falta de tiempo. Y por eso intento siempre responder, pero mira, yo no tengo preguntas que hacerme… yo me voy haciendo las preguntas mientras escribo. Una vez fuera del libro, ya no tengo más preguntas e incluso a veces me parece que la gente que habla de mi libro tiene mejores ideas sobre el libro que yo misma y pienso que ojalá no tuviera yo que hablar del libro. Que hablaran ellos. Que hables tú. Las preguntas y las observaciones feliz te las dejo a ti.