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Las páginas que no pasan
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Las páginas que no pasan

Actualizado 11/10/2023 07:53
Tomás González Blázquez

Una forma de estar cuando tú no puedes es que estén los tuyos. Ellos te hacen presente, te cuentan, incorporan su recuerdo al bagaje de tu memoria, echan abajo la barrera de la separación y levantan sobre el momento una presencia compartida que puede sobre la ausencia. Eso me sucedió el domingo pasado, justamente el anterior a este 15 de octubre en que se clausurará el año jubilar teresiano en Alba de Tormes. El 8 correspondía hacerlo en la ciudad de Salamanca, cabecera de la diócesis que tiene como patrona a Santa Teresa de Jesús, y lógicamente una manera de celebrarlo fue acompañar por las calles en procesión la imagen de la santa.

Desde mi guardia pude conectar durante unos minutos con la retransmisión que hacía en directo Salamanca Costalera (¡gracias!) y, aunque no logré ubicar a los míos, ya los vería más tarde, guardé para mí el ir y venir de las páginas del libro que sostenía en su mano derecha la talla de Romero Zafra. Este atributo, al parecer, llegaba desde Ledesma, pues se trató de incorporar a la imagen elementos de distintas procedencias, bien representativos todos ellos. Enhorabuena por este detalle y por el esfuerzo organizativo a los promotores de la procesión, movidos por el loable impulso de honrar a Santa Teresa como ya ocurriera en 2015. Entonces acaso con más apoyo diocesano, esta vez con un mayor peso de los carmelitas descalzos, que bien merecen un aplauso por su esfuerzo.

En las páginas que iban y venían, bamboleadas por esa brisa que arriba de la Compañía se puede llamar viento incluso en veraniegas tardes de octubre, me imaginaba las páginas que no pasan. Aquellas a las que regresas siempre aunque avances o retrocedas en ese libro donde, pese a todo, habrá de predominar el blanco: el día siguiente, y su mañana, y el resto de la vida, hasta que llegue esa hora que desconocemos cuando se levanta la mano del papel.

Las hojas que no pasan quizá pesan más, pero el aire aún es capaz de mostrar su anverso y su reverso. En todo hay cara y cruz, palabras que mejoran el silencio y otras que lo empeoran, versos de existencia efímera y rimas transmitidas de generación en generación. En todo hay algo de la nada, de esa pequeñez propia del hombre que tiene un miedo natural, en absoluto vergonzante, ante la página en blanco. Un miedo del que despojarse, abandonándose en el Dios que le hace precisamente esa propuesta consistente en caminar sobre aguas y fiarse, en dejarse mover las endebles páginas del yo por el viento en Compañía.

Pasar página implica atravesarla, si no mediante los ojos sí por medio de los dedos. En sus yemas, de vez en cuando, la herida insignificante y dolorosa de cuando el papel hace de afilada espada. La esquina doblada porque allí se puso punto y seguido, marcapáginas sin escrúpulos. Unas briznas de la arena de la playa y el resto arrugado de la humedad que no se evitó, reliquias de un verano más que quedó atrás, con sus novelas y sus poemas, sus ensayos a medio ensayar y sus párrafos sin leer. Una página nueva (tan vieja) de la guerra que siembra de muerte la familia de los hijos de Sem, tan cerca como las primeras páginas y las últimas de esas biblias donde la cartografía pone tierra a tantos nombres, y la hace tan santa como sangrienta.

Pasan las páginas delante de las conchas, como tesoros escondidos, páginas ocultas que alimentan lágrimas y dan de beber a la nostalgia un brebaje adormecedor. Pasan las páginas sobre la mano de Santa Teresa como si la paloma estuviera dirigiendo, invisible y certera, la pluma que ha cogido la tinta en su corazón transverberado. Pasaba, y yo estaba con ella gracias a los míos, una santa de hace cinco siglos cuyas páginas no pasan. Porque, en imitación de su Amado, Jesucristo, pasó haciendo el bien.

La fotografía que ilustra esta columna está tomada de la galería publicada por la Diócesis de Salamanca (autor: Óscar García).

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