Viernes, 10 de mayo de 2024
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Itinerarios salmantinos. La joya humilde de Santo Tomás Cantuariense
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POR CHARO ALONSO Y AMADOR MARTÍN

Itinerarios salmantinos. La joya humilde de Santo Tomás Cantuariense

Actualizado 02/10/2023 09:47
Redacción

"Tienen sus espacios interiores capiteles vegetales que trepan por los muros, exquisitamente ajedrezados, fecundos de hojas de cardo, e incluso, en un alarde más original, la lucha oculta a caballo, tras grandes palmetas, de un caballero árabe y otro cristiano"

Tienen las pequeñas iglesias románicas de la ciudad ese aire humilde y recogido de las densas paredes de sillares apenas adornados, hendidos de ventanas estrechas, de naves diminutas, hechuras sólidas que nos remiten a tiempos de fervor al abrigo de los enemigos entre los muros callados. Iluminadas en la noche de temperaturas suaves que invitan a la calle, son una joya de oro que regala los detalles sobrios de sus capiteles, arcos en la puerta donde el tiempo ha limado los relieves. Son el recuerdo medieval de una ciudad de repobladores, el exquisito resto de un románico austero y ferviente.

Cuenta Villar y Macías, sin documentar un ápice, que la iglesita consagrada a Santo Tomás fue erigida por dos hermanos ingleses, Ricardo y Randulfo, maestros en las escuelas catedralicias, allá por el año 1175, poco después del martirio de Tomas Becket en la catedral de Canterbury en 1170. Eran amigos suyos, huyeron de la persecución del rey y parece que erigieron la primera iglesia que se levantó en su honor fuera de Inglaterra. Quizás fuera un poco posterior y se realizara, dadas sus hechuras de transición del románico al gótico, a comienzos del XIII, siéndole añadida después una torre así como otros elementos como un exquisito sagrario de piedra del XV, de maravillosos ángeles flamencos tallados que sostienen los elementos de la Pasión de Cristo, numerosos sepulcros de notables salmantinos, una hermosa pintura de la Virgen de la Consolación o un Cristo magnífico en su patetismo del XVI. Sin embargo, y pese a todos los añadidos, el auténtico adorno de este lugar suspendido en el tiempo es la austeridad románica que recorre la lente enamorada de Amador.

Santo Tomás Cantuariense comparte humildad con San Juan de Barbados, con San Cristóbal y con estas iglesias románicas que nos dejan exteriores plenos de figuras de la época y animales desgastados por el tiempo, o en su caso, un disco de radios curvos que nos lleva al sol que ilumina las estrechas ventanas de delicadas columnas. Tienen sus espacios interiores capiteles vegetales que trepan por los muros, exquisitamente ajedrezados, fecundos de hojas de cardo, e incluso, en un alarde más original, la lucha oculta a caballo, tras grandes palmetas, de un caballero árabe y otro cristiano. En este espacio silencioso, se alza la bóveda aquitana de geométricas nervaduras apoyadas en cuatro ménsulas que representan de forma expresionista los distintos pueblos de la tierra a los que debe acudir la iglesia, y originales son las cabezas humanas probablemente de mujer, tocadas y de grandes ojos almendrados propios de la tradición bizantina que nos observan.

Tiene esta iglesia sorpresas que ahora conjuran el tiempo con su advocación inglesa. La antigua parroquia del barrio de los portogaleses, erigida en el lugar donde se inicia la ciudad de la Salamanca de la repoblación, ha sido cedida por el obispado al culto anglicano y los domingos se oficia aquí por parte del pastor, el rito de Tomás Becket, el mismo que decora las pinturas de la pequeña joya, humilde y recogida, iglesita románica. En su casulla, Miguel Ángel Martín Mas y Charo García de Arriba, han querido ver manchas negras que representan dos chovas piquirrojas, el pájaro en el que se convirtió, según la tradición, el cuervo que pisó la sangre derramada del arzobispo asesinado ante el altar, símbolo posterior de los descendientes del rey que incitó el martirio.

¿Qué hace una iglesia consagrada al santo de Canterbury a las afueras de la Salamanca medieval? En una iglesia muy cercana al convento de las Claras propiciado por la reina Berenguela, cuyo recuerdo nos ocupa y preocupa ahora en la Salamanca letrada desde que Miguel Ángel y Charo descubrieron un tesoro iconográfico en la techumbre de la antigua iglesia de la reina descendiente de Leonor de Aquitania hermana del rey Ricardo Corazón de León. La chova piquirroja fue el hilo del que tirar para encontrar el relato de la vida de una reina, hija de Alfonso VIII y Leonor Plantagenet que representa la unión de la corona de Castilla y León en la persona de su esposo y de su hijo Fernando III, una heroína particular posiblemente amada y denostada a partes iguales ¿Quizás retratada en las expresionistas cabezas femeninas de la iglesia románica? Las Claras y su filiación con la reina Berenguela, la aparición de la chova piquirroja, símbolo que se repite y que representa a Santo Tomás Cantuariense, son los datos ciertos de un misterio que Miguel Ángel y Charo tratan de resolver mientras en la quietud de la nave antigua, bajo su bóveda sin tiempo, entre los muros austeros, se celebra el rito de los reyes ingleses. Leer el pasado con ojos nuevos es la tarea del fotógrafo que retrata de nuevo la belleza románica de la iglesita resguardada del tiempo. Leer el símbolo con curiosidad, atención, originalidad y rigor es el mérito de estos dos investigadores que nos han sorprendido con el aire de su vuelo. El de un pájaro que se mojó las patas y el pico en la sangre de una víctima en iglesia convertida… el arzobispo de Canterbury que acaba, quiebros del destino, alzado en sillares de piedra arenisca en una Salamanca de la que es señora la reina que procede del linaje de su asesino… y mientras Miguel Ángel, Charo y Amador asisten al rito anglicano entre sus muros, la pequeña iglesia, plena de secretos, se deja querer afuera por el sol de la tarde que dora sus paredes, los rostros medievales guardando la mueca de lo que tratamos de saber… humilde belleza callada que espera la respuesta.

Charo Alonso, Amador Martín