Miércoles, 15 de enero de 2025
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El capitán Garfio
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El capitán Garfio

Actualizado 02/10/2023 13:58

Cuando era niña, viajaban en el camión de la basura los hombres con el mono verde que recogían con sus manos los cubos de sólido plástico negro llenos hasta los topes que levantaban y vaciaban de un solo gesto a lo largo de la noche por la ciudad dormida, la ciudad callada, la ciudad quieta que recorrían en su constante recogida que ahora, mecanizada, realiza solo el camión y su chófer, la máquina que atrapa, levanta y vacía. Cuando yo era niña, había hombres, mujeres y niños hurgando en la basura, buscando encontrar aquello que los demás, un poco menos pobres, desechaban. Mientras yo crecía, nos hicimos un tanto más ricos, y hasta los hijos de los obreros acabamos en la universidad para tener un trabajo mejor que el de nuestro padres, y aquellas gentes que recorrían la basura dejaron de hacerlo y se instauraron los contenedores de tapa cerrada y aspecto pulcro para hacernos olvidar lo pútrido que no queremos…

Hasta ahora, que se acerca al contenedor el capitán Garfio con su palo de punta torcida, levanta la tapadera y hurga en su interior buscando no sé qué entre las bolsas cerradas. Y le veo indagar en aquello que hemos arrojado de las casas cómodas, de la existencia digna, de aquello que nunca consideramos suficiente aunque lo sea… y me pregunto qué cosecha patética, qué se puede extraer de lo que tiran aquellos que no saben lo que es el punto de recogida de residuos y todo lo echan en este contendor cerrado de todas nuestras miserias.

Los más pobres entre los pobres recorrían el campo segado al espigadero de lo que caía de la hoz del dueño de la tierra y sus segadores, aquellos que también eran pobres pero que se dejaban contratar unas jornadas durante el verano de la recogida. Y en las tierras de Navasfrías, ahí donde son tan pequeñas las parcelas, el rebusque de la patata me contaba el poeta Tomás Acosta, que era lo más mísero. Buscar el regalo de la tierra cortado en dos por la azada, pequeña, desechada… ahí iban a inclinarse las muchachas más paupérrimas, mostrando la postura impúdica de quien tiene que inclinarse aún más para recoger aquello que sobra, para buscar el sustento a ras de tierra. Y al menos mi Capitán Garfio no se inclina tanto metiendo su brazo de hierro en el montón de bolsas pulcramente cerradas donde dejamos nuestra prosperidad a la intemperie del vertedero. Buscando quizás un resto que le sirva, un rastro hacia donde desea vivir sin inclinarse hacia lo nuestro, lo que ahora desechamos, arrojamos, amontonamos, a la espera de que pase el moderno camión que se lo lleve todo y lo triture, esperanza frustrada, masticada, revuelta y en miseria convertida.

Charo Alonso

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

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