Sábado, 27 de abril de 2024
Volver Salamanca RTV al Día
Palomares donde esperar
X
Calle de la Fe s/n

Palomares donde esperar

Actualizado 30/09/2023 09:28
Tomás González Blázquez

Desde el principio, los cristianos han deseado que sus difuntos fueran objeto de oraciones y recuerdo de parte de la comunidad cristiana. Sus tumbas se convirtieron en lugares de oración, recuerdo y reflexión. Los fieles difuntos son parte de la Iglesia, que cree en la comunión «de los que peregrinan en la tierra, de los que se purifican después de muertos y de los que gozan de la bienaventuranza celeste, y que todos se unen en una sola Iglesia» (Catecismo de la Iglesia Católica, 962). La conservación de las cenizas en un lugar sagrado puede ayudar a reducir el riesgo de sustraer a los difuntos de la oración y el recuerdo de los familiares y de la comunidad cristiana.

La instrucción Ad resurgendum cum Christo acerca de la sepultura de los difuntos y la conservación de las cenizas en caso de cremación, publicada por la Congregación para la Doctrina de la Fe el 15 de agosto de 2016, recuerda que, tal y como ya había enseñado el entonces llamado Santo Oficio en 1963, cuando razones de tipo higiénicas, económicas o sociales lleven a optar por la cremación, la Iglesia no ve razones doctrinales para evitar esta práctica, ya que la cremación del cadáver no toca el alma y no impide a la omnipotencia divina resucitar el cuerpo y por lo tanto no contiene la negación objetiva de la doctrina cristiana sobre la inmortalidad del alma y la resurrección del cuerpo.

Se precisa que si por razones legítimas se opta por la cremación del cadáver, las cenizas del difunto, por regla general, deben mantenerse en un lugar sagrado, es decir, en el cementerio o, si es el caso, en una iglesia o en un área especialmente dedicada a tal fin por la autoridad eclesiástica competente. Desde el pasado domingo se cuenta con un nuevo espacio habilitado para tal fin en la ciudad de Salamanca. Después del dispuesto en el patio anejo a la iglesia de Santa María Magdalena, solícitamente atendida por los carmelitas descalzos en la calle Zamora, el obispo de la diócesis ha bendecido un nuevo columbario en las dependencias contiguas a la capilla de la Vera Cruz. En “la cochera”, como llamábamos cariñosamente los cofrades a esa parte de la sede de la hermandad decana. Cochera por albergar durante décadas las carrozas procesionales que, cada tarde de Viernes Santo, veían la luz por el portalón que da a la calle Sorias y luego, en la confluencia con el paseo de las Úrsulas, se iban intercalando según la cronología de la Pasión entre los pasos que salían de la iglesia y los que acudían desde otros templos hasta la Vera Cruz conforme a secular tradición que se fue desvirtuando, pero esa es otra historia.

Parte de la vieja cochera era la antigua sacristía, vecina de la capilla de la Virgen de los Dolores, verdadera delicia donde está reservado el Santísimo Sacramento. En dicha estancia, felizmente remozada, se muestra ahora el Cristo de la Cruz Verde, que es llevado en la procesión de Lunes Santo y utilizado en la adoración de la cruz propia de la liturgia del Viernes Santo. Este crucificado era el que los cofrades portaban en los cortejos fúnebres, acompañando en las exequias a los hermanos que fallecían. Invita ahora, por tanto, a orar en un lugar de descanso eterno, porque a orar por los difuntos han de animar estos columbarios, palomares de esperanza en la resurrección de los muertos y la vida eterna. Junto al Cristo en la Cruz, el Cristo yacente en el Santo Sepulcro, Cristo Nuestro Bien. La Cofradía de la Vera Cruz, desde 1615 cuando encargó la talla articulada a Pedro Hernández, lo desciende del patíbulo y lo entierra, emulando a los santos José de Arimatea y Nicodemo con el Señor Jesús. Esa piadosa escena funeraria es la que representa la pintura que, acertadamente, se ha colocado para completar la sobria decoración de la antigua sacristía. El cuadro, otrora expuesto donde hoy luce el Cristo de los Doctrinos y desde hace décadas en el pasillo de acceso a la nueva sacristía, refleja el llanto de María, Juan y Magdalena ante el cadáver de Cristo. Lágrimas que derramamos por nuestros seres queridos. Lágrimas consoladas en la fe por el Padre del Cielo.

Rociadas con el agua bendita, las nuevas lápidas, palomares hoy vacíos, columbarios aún desiertos, sirven ya para señalar la muerte como esa travesía ineludible por mucho que el mundo la ignore además de usarla como arma o de banalizarla hasta la náusea. En el abandonado enigma de la muerte se explica también la gran crisis (y el abandono, y la desprotección) de la vida. Sobre ellas, frías, el calor lo pone la Palabra: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14, 6). Hecha carne, tan humana como la nuestra, tan gloriosa como lo anhelamos, en la de aquel que camina grácil, con su banderín encarnado y sus heridas sanadoras, en la mañana del Domingo de Pascua: Jesús Resucitado.

La empresa Diario de Salamanca S.L, No nos hacemos responsables de ninguna de las informaciones, opiniones y conceptos que se emitan o publiquen, por los columnistas que en su sección de opinión realizan su intervención, así como de la imagen que los mismos envían.

Serán única y exclusivamente responsable el columnista que haga uso de nuestros servicios y enlaces.

La publicación por SALAMANCARTVALDIA de los artículos de opinión no implica la existencia de relación alguna entre nuestra empresa y columnista, como tampoco la aceptación y aprobación por nuestra parte de los contenidos, siendo su el interviniente el único responsable de los mismos.

En este sentido, si tiene conocimiento efectivo de la ilicitud de las opiniones o imágenes utilizadas por alguno de ellos, agradeceremos que nos lo comunique inmediatamente para que procedamos a deshabilitar el enlace de acceso a la misma.