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De ceros y de unos
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De ceros y de unos

Actualizado 22/09/2023 07:56
Manuel Rodríguez Fraile

Dicen que en nuestro mundo nada es blanco o negro, que vivimos inmersos en una enorme gama de grises. También dicen que siempre es posible encontrar posiciones intermedias y que nada es totalmente bueno o absolutamente malo, que no es saludable la postura del todo o nada, que lo realmente importante está en los matices. Todo esto lo comparto.

El problema surge cuando este mundo físico, el nuestro, el que nos ha sido dado, debe convivir con otro que nosotros hemos creado: el mundo digital. Y este, como el propio término indica, ‘digital’, solo entiende de números (dos en concreto), de cifras, de dígitos. Y así, hablamos de sistemas digitales, pantallas digitales, circuitos digitales, relojes digitales, periódicos digitales, etc...

En este mundo digital sólo existe un lenguaje, un lenguaje con dos únicos caracteres: cero y uno; no hay ninguna otra posibilidad. O pasa corriente o no pasa corriente, o hay señal o no la hay, porque este o todo o nada, es lo que hace posible el funcionamiento del mundo digital. Sólo ceros y unos en interminables sucesiones viajando por infinitos caminos físicos y etéreos. Cualquier aparato tecnológico que puedan pensar trabaja en base a estos dos únicos dígitos, no hay cifras decimales, ni fracciones, ni raíces, ni números imaginarios, únicamente ceros y unos.

Las imágenes que vemos, los sonidos que escuchamos, las tareas cotidianas que realizamos como: cruzar un semáforo, pagar con una tarjeta, comprar on-line, calentar el café en un microondas, tener agua fría en un frigorífico o llamar por el móvil; todo ello es posible en el mundo de ceros y unos que habitamos. No hay más.

Hasta hace apenas 50 años, este mundo digital tenía 2 dimensiones que impactaban directamente en dos de nuestros sentidos, la vista y el oído (la televisión, la radio, el cine...) y ante ello éramos prácticamente pasivos. Pero hoy ya podemos interactuar con él, por ejemplo mediante órdenes verbales a ‘asistentes’ virtuales como Siri o Alexa o tocado un punto concreto de una pantalla seleccionamos un programa para que se ejecute, incluso en ciertos dispositivos adaptados, mirando un icono podemos redactar y enviar un correo electrónico. Lo del gusto y el olfato se está estudiando.

Estas posibilidades de relacionarnos con el mundo digital afectan nuestro modo de ver el mundo real y de movernos por él, y también afecta de forma muy importante la manera de relacionarnos entre nosotros. Afecta nuestras emociones y nuestros sentimientos, tanto para bien (un escueto wasap de felicitación, un emoticono con una sonrisa) como para mal (mensajes de acoso o insultos) Y todo ello sólo mediante los ceros y los unos del lenguaje máquina, el lenguaje binario que es omnipresente en el mundo digital.

Si nos detenemos a pensarlo casi asusta porque todo ese mundo digital (que la inmensa mayoría de nosotros ignoramos cómo funcionamiento, aunque seamos muy diestros en su uso) está gobernado por un selecto y reducido grupo de gigantescas empresas multinacionales que utilizan a su antojo toda la información que generosamente les entregamos, de forma casi siempre gratuita, transformándola en mercancías que se compran y se venden.

La Inteligencia Artificial[1] parece ser el penúltimo escalón del espectacular, veloz e imprevisible desarrollo tecnológico, cuyas posibilidades parecen casi infinitas: teléfonos inteligentes, coches inteligentes, redes inteligentes, casas inteligentes... que parecen haber logrado la integración del mundo físico y el mundo digital en un sólo mundo, el que habitamos.

No podemos esperar al futuro porque el futuro ya está aquí y me temo que, como dije en mi anterior colaboración, volverá a pillarnos con el paso cambiado. Porque la tecnología no entiende de ética, ni de valores o derechos humanos, sólo de ceros y unos viajando ordenadamente de un punto a otro.

Pero los que investigan, los que diseñan, los que programan, los que crean los algoritmos que hacen ‘inteligentes’, aunque sea de forma artificial, ciertas tecnologías, si deberían consideran todo esto ante las posibles perversiones en su uso y abuso, que lamentablemente ya se están produciendo. Es preciso que nos protejamos, que regulemos, que legislemos, y sobre todo que antes de hacerlo, reflexionemos sobre para qué queremos todo esto y hasta dónde queremos llegue. Porque la pregunta es ¿la tecnología nos salvará o nos devorará? Ya que parece que las aplicaciones insanas de su uso siempre se anticipan a las buenas.

Nos asombramos al ver de lo que es capaz la Inteligencia Artificial, pero yo de momento estoy tranquilo. Creo que algo artificial, por muy inteligente que sea, nunca podrá apasionarse al contemplar un atardecer, reír ante una situación cómica, emocionarse con el abrazo de un amigo, indignarse con un injusticia o imaginar cosas inexistentes como una quimera, una sirena o un cíclope. Porque para la inteligencia artificial el amor carece de significado es sólo 01000001/01001101/01001110/01110010. ¿No les resulta esto deprimente?

El periodista estadounidense y columnista del Chicago Daily News hasta su cierre en 1978, Sydney Harris, escribió: El verdadero peligro no es que los ordenadores empiecen a pensar como los hombres, sino que los hombres empiecen a pensar como los ordenadores. Pues en nuestras manos aún que esto no llegue a suceder, aunque es difícil saber por cuánto tiempo.

[1] La inteligencia artificial (IA), en el contexto de las ciencias de la computación, es una disciplina y un conjunto de capacidades cognoscitivas e intelectuales expresadas por sistemas informáticos o combinaciones de algoritmos cuyo propósito es la creación de máquinas que imiten la inteligencia humana para realizar tareas, y que pueden mejorar conforme recopilen información

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